Mujeres amenazadas
FERNANDO SÁNCHEZ PINTADO (Madrid, 1950) propone, en Un tren puede ocultar a otro, una detallada y morosa indagación ética sobre la necesidad de la traición. "La traición", se dice en algún momento, "forma parte del catálogo de los deberes ciudadanos". La novela narra la tribulación de la esposa (Marta) y de dos amantes, en periodos distintos (Clara y Soledad), de Miguel Eizaguirre, directivo de una agencia publicitaria. Humilladas por su prepotencia, estas mujeres intentan, cada una por su lado, derribar su impunidad. En un mundo laboral de alta empresa, el privilegio del poder se mezcla con pasiones ocultas, donde las mujeres se usan con el mismo cálculo con que se diseña una operación mercantil. Sánchez Pintado ha dado voz a estas mujeres, y desde su conciencia de personas amenazadas, que necesitan urdir estrategias de sobrevivencia moral, expone su deber de defenderse, aunque esa misma defensa les aboque a la soledad. La narración se va desplazando, de una conciencia a otra, como vasos comunicantes. Sin embargo, cada mujer actúa sin tener conocimiento de los movimientos de las otras, de modo que asistimos a un juego de espejos donde el rechazo a la hipocresía contamina de insensatez la venganza de estas mujeres que, en su afán de hacer pública las relaciones adúlteras de Eizaguirre, terminan usando procedimientos semejantes a los que se emplean contra ellas. Aquí todos resultan igualmente pragmáticos, aunque la razón del mal recae insidiosamente en el varón. Pero no hay maniqueísmos de moda. El interés mayor de esta novela es su carácter reflexivo, la prosa envolvente que nunca da nada por definitivamente zanjado. Pero esta postergación desarma el discurso de las mujeres, que se abandonan a una introspección muy sobredimensionada de sus padecimientos. El resultado es que se proponen muchas cosas y se derraman en múltiples direcciones. Aunque de esas vueltas y revueltas se configura una atmósfera opresiva, un laberinto de insatisfacción que atrapa a todos, hombres y mujeres, y que no atenúa ni la vida familiar, ni la entrega febril al trabajo, ni las aventuras eróticas. F. S.
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