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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Adiós Costa del Sol, adiós

Lo mejor de agosto es que abandono este paraíso perdido -uno más, quien sabe si también incluido en la epopeya de Milton- justo cuando los demás llegan. Por una vez nadar contracorriente es aconsejable: hacia el Norte con las autovías despejadas mientras al lado aguardan las colas para entrar donde ya casi no cabe nadie. Son la continuación de las colas de Madrid. La capital conserva esta castiza costumbre ante la mirada entre incrédula y divertida de sus crecientes moradores de fuera. (Estoy pensando en los comunitarios, los otros bastante tienen con ir tirando). Se hacen colas ante los cines, en el mercado, los bancos, en cualquier plaza que repartan algo como antes ocurría con las del racionamiento... En definitiva, no se puede volver desentrenados.

Me voy con el único temor de que a mi vuelta inversa en septiembre no quede nada, ni siquiera las inmundicias abandonadas en sus playas. Que el paraíso perdido sea ya un paraíso derruido, devastado. En medio de la ancha Castilla, diviso un ejército de carros enfrente, Willkommen auf Spanien -grito a unos niños gigantes-. Les pasa como a los madrileños, vienen de los pobladísimos länder u otras áreas metropolitanas y no podrían extender su toalla en un desierto. Cosa de costumbres, como digo.

Por mi parte, me olvidaré de todo emborrachándome de gótico burgalés y de Rioja, claro, que para eso voy a mi tierra. Ni en agosto los riojanos descuidamos lo de empinar el codo. Siempre hay tiempo y buen tiempo para apurar un porrón de tinto de verano, una copa de cosechero (que los hay cojonudos, como allí en general y con peculiar desenfado se comenta), de crianza o de lo que se tercie, más si es bien acompañado.

Atrás queda la N-340, que parece la M-30 o M-40 de todas las horas. Paseos marítimos atestados como la Gran Vía de los domingos, sin cines y sin castañas.

Adiós, Costa del Sol, adiós. Costa de cemento y hormigón. Costra del Sol que uno de tus hijos, amigo mío de la afamada Carihuela, te llama. Que creció entre traíñas, conchas y algas. Y sin embargo, volveré.

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