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Un camino tortuoso hacia las urnas

La marginación de la mujer y la inseguridad dificultan las elecciones en Afganistán

Ángeles Espinosa

"Tenemos un montón de problemas", confiesa Fran Death, la coordinadora regional de la ONU, para el proceso electoral en el noreste de Afganistán. Pero es afortunada de trabajar en esa región. En el sur y el sureste es peor. Las elecciones que, según los Acuerdos de Bonn de finales de 2001, deben de poner a Afganistán en el camino de la normalización encuentran tanto obstáculos naturales como enemigos acérrimos. Al final, en octubre sólo se celebrarán las presidenciales. Las parlamentarias se han retrasado hasta la primavera. Se necesita más tiempo para celebrar unos comicios libres y creíbles.

"EE UU quiere elecciones, así que se llevarán a cabo aunque no sean creíbles y no den mayor legitimidad a Karzai", afirma el periodista paquistaní Ahmed Rashid en referencia al presidente afgano. "La agenda", añade, "se está fijando en Washington, no en Kabul, para poder mostrar en noviembre que se ha llevado la democracia a Afganistán".

"No hay que confundir democracia con elecciones", advierte por su parte Grant Kippen, del National Democratic Institute, una ONG próxima al Partido Demócrata norteamericano. Kippen, como la mayoría de los observadores consultados, estima que "las elecciones no serán libres y justas porque va a haber mucha intimidación". A su juicio, "hay condiciones para llevar a cabo las presidenciales pero no las parlamentarias". "Se necesita más tiempo y desarme", apunta.

Desarme es la palabra clave, coinciden políticos locales, trabajadores humanitarios y diplomáticos extranjeros. "Yo defendí las elecciones en Bonn con la condición de que iba a haber desarme", explica Francesc Vendrell, enviado especial de la UE para Afganistán. Vendrell se muestra desanimado ante los signos que emergen del Gobierno de Karzai y de la comunidad internacional.

"La falta de seguridad para las elecciones es sólo uno de los problemas", afirma el enviado europeo. La ley electoral, por ejemplo, es contestada por los grupos políticos y al menos cuatro candidatos han anunciado que boicotearán los comicios. "Es una bomba de relojería", confía un experto en leyes que colaboró en la redacción del texto inicial y que vio cómo se modificaba para acomodarse a las necesidades de Karzai y de EE UU. "No quieren un Parlamento fuerte", concluye dando la razón a los críticos.

El fracaso de la comunidad internacional en reforzar las tropas de asistencia a la seguridad ha permitido que los líderes de la resistencia antisoviética, los comandantes muyahidín, hayan sorteado la exigencia de desarmar a sus milicias (entre 50.000 y 100.000 hombres, según las estimaciones). "Saben que utilizar las armas sería su fin, pero las guardan como carta negociadora en el reparto de poder", asegura un asesor político de la ONU.

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De momento, la mayoría mantiene la apariencia de participar en el juego político y no ha contestado el proceso electoral abiertamente. "Si las elecciones terminan legitimando a quienes detengan el poder, carecerán de legitimidad para los afganos y más que ser la culminación del proceso de paz, constituirán un grave revés", advierte Vendrell.

Además, en algunas regiones, los simpatizantes del depuesto régimen talibán no ocultan su oposición a los comicios. En el sur y sureste del país, zonas eminentemente pastunes, han aparecido pasquines amenazando a quienes se inscriban para votar. Esas amenazas, concretadas en ataques a los encargados del registro, se unen a las dificultades de seguridad inherentes a una geografía abrupta y sin infraestructuras. "Hasta Faizabad son 12 horas por carretera, pero al resto de la provincia sólo podemos llegar en burro", señala Death.

Legitimidad

Mientras, en Kabul, la preocupación es la legitimidad. Si no se alcanza un número significativo de inscripciones (las expectativas se han rebajado a 6 millones de los 10,5 potenciales), y repartidas de forma equilibrada por todo el país, el resultado no será representativo. No hay tiempo para lograrlo antes de las presidenciales, coinciden observadores afganos y extranjeros. El grueso del registro se obtuvo de diciembre a abril en los núcleos urbanos. En verano queda lo más difícil: las zonas rurales, el 75% del país.

En Kandahar, los equipos del registro electoral asaltan a las mujeres en los centros de salud para que se inscriban de cara a las elecciones. Son uno de los pocos sitios en el que pueden encontrar mujeres fuera de su casa. En Kunduz y otros lugares del norte de Afganistán, la situación no es tan desesperada, pero las expectativas de participación femenina siguen siendo bajas. Y eso a pesar de que se ha empleado a mujeres para registrar a las mujeres.

De acuerdo con una encuesta que publicó en junio The Asia Foundation, una ONG vinculada a EE UU, un 18% de los hombres entrevistados no dejarán votar a sus mujeres. Los rechazos fueron más altos en el sur (24%) y el noroeste (32%), y las reticencias mayores entre los hombres del campo (21%), los chiíes (29%), los que no tienen educación primaria (30%) y aquellos con una fuerte orientación islámica (38%). Sorprende el dato de los chiíes porque en la zona hazara los registrados son 56% hombres y 44% mujeres. La minoría hazara es chií.

Por su parte, un 35% de las mujeres no están seguras de si sus maridos les dejarán votar. Además, el 87% de todos los consultados consideran que las mujeres deben pedir permiso para votar y el 72% que los hombres deben aconsejarles qué votar. Éste argumento lo emplean agentes electorales para lograr la inscripción femenina entre los más reticentes: si dejan votar a sus mujeres tendrán el doble de voto.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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