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Chango Spasiuk recupera la música popular Argentina

Diego A. Manrique

Horacio Chango Spasiuk (Misiones, Argentina, 1968) es el más viajero de los representantes del chamamé, la música popular del noreste argentino. Impulsado por el entusiasmo de Charlie Gillett y otros especialistas, este virtuoso se ha convertido en un habitual del circuito europeo y norteamericano del world music. Spasiuk estuvo en el festival La Mar de Músicas (Cartagena) el pasado cuatro de julio, y este año ha lanzado un álbum recopilatorio, The charm of the chamamé (Resistencia).

Spasiuk es descendiente de ucranianos: "Familias polacas y de mi país llegaron a aquellos rincones argentinos en 1897", explica el cantante. Chango asegura que el chamamé tiene una historia de 300 años, pero que adquirió su forma actual en el último siglo, con la introducción del acordeón y las polcas. "Es música de hijos de emigrantes; entre los grandes maestros hallas apellidos italianos, libaneses o vascos. Y tiene conexiones con los folclores del sur de Brasil y con Paraguay".

Hay chamamé cantado y bailado, pero el de Chango tiende a ser instrumental. "Creo que por aquellas tierras corre un viento místico desde los tiempos de las misiones de los jesuitas, que se empeñaron en que los indios guaraníes tocaran música barroca. Yo diría que el chamamé es desgarradamente alegre, transporta una melancolía incluso en sus momentos más arrebatadores. El chamamé también tiene su poder narrativo, aunque no lleve letra: corresponde al oyente dejarse atravesar por esa música. Es una obsesión del hombre moderno el recibirlo todo racionalizado; eso no sirve en el chamamé", añade. Chango evita definiciones y cita un texto de Julián Ziny, un sacerdote que ejerce de poeta: "El chamamé es como una víbora hermosa que se enreda y se enreda en los tobillos del bailarín hasta clavar su veneno; desde ese momento, el hombre no baila: reza".

Romper el consenso

Chango no presume de los lugares donde ha sonado su acordeón -"el que yo haya tocado en la Knitting Factory, en Nueva York, o que haya grabado para John Zorn no quiere decir nada: son accidentes de la industria que poco tienen que ver con la realidad de la música"-. También ha habido grupos de rock argentinos, como Divididos y Cienfuegos, que le han llamado para actuar con ellos. "Me entró una fiebre por electrificar mi acompañamiento que no fue muy inteligente. Eso de cambiar la música para gustar a un público mayor me resulta aberrante. Yo puedo tocar jazz, temas de Jimi Hendrix o composiciones de Villa-Lobos, pero todo termina sonando achamamesado", explica el músico. También rechaza tajantemente las comparaciones con Astor Piazzolla, aunque sí se identifica con la voluntad renovadora del bandoneonista: "Es importante romper el consenso estético establecido, romper los límites convencionales".

No es un habitual de los eventos de chamamé que se celebran en las bailantas de Buenos Aires. "Yo soy heredero de unos músicos que tocaban en bautizos y casamientos, sin ninguna pretensión".

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