El retorno de un mito
Tras la multitudinaria y playera apertura de la noche del viernes, las aguas del 39º Jazzaldia donostiarra entraron el sábado en un cauce ya más reposado. Sin masas de gente moviéndose festivamente de un lado a otro pero con un tono tremendamente jazzístico gracias, primero, a la recuperación de un mito histórico de la talla del Art Ensemble Of Chicago (AEOC para los amigos), y después, a la novedosa explosión de vitalidad del noruego Nils Peter Molvaer.
El AEOC actuó en el auditorio del Kursaal, lugar idóneo para escuchar cualquier tipo de música, y más cuando, como ésta, basa parte de su atractivo en los pequeños detalles. Molvaer, por su parte, inauguró la tanda de conciertos dobles en la plaza de la Trinidad compartiendo cartel con el trío del guitarrista John Scofield. Es decir, los dos lugares emblemáticos del Jazzaldia comenzaron su andadura, pero sin dejar de lado los tres escenarios de la playa de la Zurriola y de las terrazas del Kursaal que, durante todo el certamen, seguirán ofreciendo conciertos gratuitos nada desdeñables. Hoy, lunes, por ejemplo, media hora después de la medianoche, se presentará (es de esperar que la meteorología se siga manteniendo descaradamente del lado del festival) en el escenario playero uno de los nombres más atractivos del cartel de este año: la bajista, cantante y compositora Meshell Ndégeocello con el Spirit Music Sextet, en el que militan los saxofonistas Oliver Lake y Ron Blake.
Resurrección
Rebobinando un poco, el sábado la velada comenzó ya en lo más alto con la monumental presencia del AEOC en el Kursaal. Buena entrada, a pesar de que el grupo tiene fama de difícil, y curiosidad entre sus seguidores por comprobar la vitalidad de una banda a la que muchos habían ya enterrado. Al final, satisfacción compartida: el AEOC no sólo no está muerto sino que vive una segunda juventud cargada de posibilidades. Su concierto donostiarra fue un mazazo de ritmo entremezclado con una valiente prospección musical. Un concierto de climas cambiantes, intranquilizantes por momentos, que iban de la tempestad a la calma sin solución de continuidad; del ritmo casi danzante a los solos totalmente libres que ascendían como un aullido hacia el cielo. Como es su norma, el AEOC desplegó no sólo toda la esencia del mejor jazz (sin etiquetas ni compartimentaciones), sino de toda la que ellos siguen llamando, y con razón, great black music.
Fue un alivio comprobar que tras la triste desaparición de sus carismáticos Lester Bowie y Malachi Favors Magostous, el grupo no ha tirado la toalla. Recuperado uno de sus fundadores, Joseph Jarman (retirado en un monasterio), y suplidas las ausencias con dos alumnos aventajados, el AEOC está de nuevo en la carretera, sin bata blanca ni pinturas de guerra, pero, tras lo visto y oído en San Sebastián, con la energía de siempre.
El trompetista Corey Wilkes y el contrabajista Jaribu Shahid llenaron los huecos de los ausentes sin caer en la fotocopia y mostrando una compenetración total con la idea original que no se ha desvirtuado en absoluto. Uno y otro tuvieron grandes momentos, y eso que no era nada fácil suplir a los desaparecidos. Wilkes y Shahid, dos nombres a retener en la memoria.
Tras un concierto de tanta densidad como el del AEOC en el Kursaal, la actuación del trío de John Scofield en la plaza de la Trinidad sonó a puro ejercicio de estilo. Eso sí: muy bien interpretado, con un gusto exquisito y un dominio de las tablas impresionante, pero con el virtuosismo eclipsando siempre una supuesta profundidad. Todo parecía quedarse siempre en la cáscara de unos ritmos perfectamente mesurados y de unos arreglos exquisitos. Scofield llegó amparado por otros dos músicos de altura, el bajista Steve Swallow y el batería Bill Stewart. Un trío perfectamente compenetrado, pero siempre al servicio del guitarrista que hilvanó un solo tras otro dejando poco espacio para sus compañeros.
En la segunda parte, todo cambió. El trompetista Nils Peter Molvaer apareció en solitario mezclando recuerdos del mejor Miles con sonoridades bizarras que inmediatamente fueron tomando cuerpo cuando sus cuatro músicos ocuparon el escenario. Molvaer mezcló los sonidos acústicos con los electrónicos para construir un jazz bello y abierto tanto al ruidismo como a la melodía. Un jazz que no le teme al sampleo equilibrado y que alcanzó momentos verdaderamente tórridos gracias a la presencia de un activo DJ puntuándolo todo.
Molvaer no es, ni de lejos, el mejor trompetista del momento, ni pretende demostrarlo sobre el escenario, pero su hábil mezcla de elementos dispares, cuando no disparatados, es de las más atractivas del complejo panorama del jazz electrónico actual. En la Trini lo demostró entusiasmando al personal que llenaba la plaza.
Babelia
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