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Reportaje:EL FUTURO DE IRAK

Sobrevivir en las chabolas de Bagdad

Desde la caída de Sadam Husein, más de un millón de personas han emigrado a la capital de Irak

Ángeles Espinosa

Akil Saad tiene 12 años y vive en una cárcel. Su delito: ser hijo de una familia pobre de Amara, al sur de Irak. Sin trabajo ni casa propia, su padre decidió aprovechar las libertades del nuevo Irak para emigrar a Bagdad y la vieja prisión de la base aérea de Al Rachid, a las afueras de la capital, fue lo mejor que pudo encontrar. Los Saad comparten el antiguo aeródromo con otras 1.200 familias. Son la punta del iceberg del grave problema de falta de vivienda social que afronta el país. Nadie tiene estadísticas, pero hasta 1,5 millones de personas han podido sumarse en el último año a los 5,5 millones de habitantes de Bagdad.

El Ministerio de la Vivienda ha anunciado que se necesitan 2,5 millones de casas en todo Irak. "Exageran las cifras porque carecen de estadísticas y se limitan a efectuar declaraciones para dar la impresión de que hacen algo", estima el economista Saad al Aguli, quien no obstante reconoce el grave problema de vivienda que tiene el país. "Ya antes del colapso del régimen, en enero de 2003, se calculaba que hacían falta un millón de residencias para cubrir las necesidades", indica. El problema se concentra sobre todo en la capital.

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"Con Sadam teníamos prohibido establecernos aquí", aclara Abu Mohamed, el joven miembro de la tribu mohamadaui, al que los cabezas de familia de la base Al Rachid han elegido como representante. Abu Mohamed hace referencia a un decreto del ex dictador que sólo permitía tener propiedades en Bagdad a las familias que vivían en la capital antes de 1957. "Con la excepción de la gente de Tikrit y de Faluya", apunta Abu Hasan, otro delegado. Y es que en los 15 meses que han pasado desde el cambio de régimen, la variopinta población del aeródromo se ha organizado.

"Hemos dividido el campo en diez sectores y cada uno tiene un jefe y cuatro ayudantes", explica Abu Mohamed mientras nos acompaña entre los hierros retorcidos y los escombros que aún dan testimonio de la última batalla. El 8 de abril de 2003, horas antes de que los marines norteamericanos entraran triunfales en el centro de Bagdad, una escuadrilla de helicópteros Apache bombardeaba Al Rachid, inoperativo como aeródromo desde la guerra del Golfo pero ocupado por una unidad de la Guardia Republicana. Fue el último frente antes de tomar la ciudad. Akil, como el resto de los 3.000 chavales que viven en este poblado improvisado, no va a clase desde el año pasado. "No tenemos escuela ni centro médico ni electricidad, y el agua no sabemos si es potable", se queja Abu Mohamed, quien asegura que todos sus contactos con las autoridades han resultado infructuosos. "Sólo una asociación turca ha enviado ayuda a través de la Media Luna Roja, pero apenas ha alcanzado a tres sectores". Guiados por los habitantes más formados han establecido una ONG ellos mismos, la Sociedad al Zahraa, a la espera de poder obtener fondos oficiales.

"Cuando llegaron las primeras familias en abril del año pasado, esto no estaba así", hace notar Abu Mohamed mientras señala los cercados de chapa de zinc ondulado y las ventanas de cartón. Resulta sorprendente como estos sin techo desprovistos de todo han podido adecentar los barracones que aún se mantenían en pie. "Al principio, uno de los habitantes tenía un tractor y enterrábamos las basuras, pero luego, al no encontrar trabajo, tuvo que venderlo", se disculpa el jeque ante el olor que desprende uno de los vertederos al aire libre.

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Justo enfrente está la infravivienda de Husein Mohaush Slumi, su mujer y sus siete hijos. Husein es un veterano de la guerra con Irán al que le falta un pie y le pesan 43 años de una vida miserable. "Nosotros somos de aquí de Bagdad, vivíamos en Zafraniya [un barrio del sur], pero al desaparecer el régimen, el dueño de la casa quiso doblar el alquiler", justifica sentado en el porche sobre una colchoneta que por la noche hará las veces de cama. Los 150.000 dinares (unos 80 euros) que les pedía el arrendatario son una fortuna para las familias que se han refugiado en este lugar inhóspito.

Entre los sin techo de Al Rachid, como en el parque Saadún, en la mezquita inacabada de Mansur o tantos otros edificios públicos abandonados, hay un poco de todo: expulsados de Janequín y Kirkuk, gente de Baquba y Ramadi, "incluso unos cristianos de Dohuk", apunta Abu Mohamed. Pero sobre todo, chiíes del sur, de Hilla, de Nasiriya, de Amara. Algunos, como los 1.800 miembros de la tribu mohamadaui que se concentran en la base, árabes de las marismas que si aún pudieran pescar en ellas tal vez nunca hubieran emigrado a Bagdad.

Tampoco aquí han encontrado el trabajo que buscaban, pero su presencia tiene algo de autoafirmación y reto. "Bagdad es la capital de Irak y cualquier iraquí tiene derecho a vivir aquí", subraya Abu Mohamed ante la anuencia del resto. Además está la esperanza. Una subcontrata iraquí de una empresa búlgara ha estado tomando medidas en la base y les ha dicho planean construir viviendas sociales en la zona. "Confiamos en que el Gobierno nos ayude y que facilite casas a los que lo necesiten", declara Abu Mohamed, convencido de que "tener un lugar para vivir es uno de los principales derechos humanos" de los que tanto se habla en el nuevo Irak.

Una mujer iraquí escarba entre la basura en el distrito de Kadamiya.
Una mujer iraquí escarba entre la basura en el distrito de Kadamiya.AP

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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