El desfile de los caídos
Mayo se bajó de la bici dispuesto a retirarse, pero le disuadieron sus compañeros y su director
Una expresión desolada y contundente recorría la caravana del Tour en la cima de Plateau de Beille, mientras las barras y estrellas tremolaban en la línea de meta en honor del gran Armstrong. "C'est fini", se decían al cruzarse los auxiliares de algunos equipos. "C'est fini", repetía Álvaro Pino a las radios suizas, el país donde está radicado su equipo, el Phonak. Apenas el US Postal de Armstrong, el CSC de Basso, el Balears de Mancebo y el La Boulangère del aún líder tenían algo que celebrar. El resto era un desfile de caídos, entre los que figuraban varios de los principales favoritos: Hamilton, retirado; Ullrich, hecho trizas por el poderío del tejano; Heras, hundido tras una caída que le dejó contusiones múltiples... Y por encima de todos, Iban Mayo, el escalador alado que cruzó la línea de meta a más de media hora del vencedor, con una escolta de culos gordos de esprinters. "Es el peor día en la historia de este equipo", sentenció el director general del Euskaltel, Miguel Madariaga.
Decenas de miles de vascos se arremolinaban sobre la carretera con sus camisetas naranjas y sus ikurriñas esperando ansiosos la aparición de aquel al que ya llamaban El príncipe. Antes de ver a Mayo, tuvieron que contemplar el paso de otros 114 corredores, buena parte de la nómina de gregarios del pelotón. Incluso estuvieron a punto de no verle porque, si de él dependiese, Mayo se habría rendido sin concluir la etapa, como hizo su compañero Haimar Zubeldia. El hombre que fulminó el año pasado L'Alpe d'Huez, el mismo corredor pleno de energía que hace sólo unas semanas batía con estruendo a Armstrong en la cronoescalada al Mont Ventoux, en la Dauphiné Liberé, se atascaba en un puerto de segunda, el col de Latrape, con tres rampas muy duras y un asfalto poco compacto, de esos que imantan los neumáticos y obligan a un sobreesfuerzo a los ciclistas.
Allí Mayo claudicó ante el sufrimiento. Ya había coqueteado con la idea de retirarse en la cuarta etapa, al día siguiente de caerse cuando iba a afrontar un tramo de adoquines por los caminos rurales de Bélgica. Entonces le salvó el apoyo de los compañeros. Ayer tuvo que recibir algo más que gritos de ánimo. Abandonada toda esperanza, echó pie a tierra. De inmediato, Unai Etxebarria, que lo escoltaba en su calvario, se paró también, se encaró con él y pareció reprenderle. La reacción de su director, Julián Gorospe, fue de una frialdad casi burocrática. Bajó del coche la bicicleta ligera, la que se usa para los ascensos más duros, y sin otro preámbulo, se limitó a entregársela como una orden irrebatible para que continuase la tarea. Mayo arrancó zigzagueando, tanto que hasta tuvo que ser empujado por dos ciclistas de otros equipos que llegaban desde atrás, Txente García Acosta y Filippo Pozzato. "Es que si no le empujo, me caigo yo", explicaría Txente al acabar la etapa.
Cuando Mayo alcanzó la meta, Armstrong repartía sonrisas en un plató de la televisión francesa y había tenido tiempo para recibir los besos de las azafatas y para atender a los periodistas. El corredor vasco debía de tener tantas ganas de esfumarse que se metió a toda prisa en un coche de su equipo sin reconocer siquiera las voces de unos familiares que le gritaban para que se detuviese. Para la prensa, apenas balbuceó: "Tenía el cuerpo duro, muy duro. Y sentí una impotencia terrible".
Las caídas de las primeras etapas también pasaron una factura retardada a Tyler Hamilton. La noche anterior, había asegurado a su jefe, Álvaro Pino, que ya estaba repuesto del abatimiento en que lo sumió la muerte de su perro. Pero el aspecto de su espalda, dañada desde días atrás, era espeluznante. "Tiene un hematoma que da miedo. Es increíble que aún intente seguir", confesaba uno de sus compañeros. A diferencia de Mayo, nadie hizo el menor reproche a Hamilton cuando echó pie a tierra tras coronar el segundo puerto de la jornada. Todos habían visto aquel inmenso cardenal y todos sabían que fue capaz de acabar un Giro y un Tour con la clavícula rota. "Pero esta vez no se trataba simplemente de aguantar el dolor. Esta vez es que ni siquiera podía pedalear", explicó Pino.
Heras sí logró acabar la etapa, tras caerse en sus inicios, pero llegó cubierto de magulladuras, a más de 21 minutos de Armstrong. No quiso hacer declaraciones, y en su silencio rebotó el eco de la frase que recorría los prados de la cumbre de Plateau de Beille. "C'est fini, c'est fini".
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