Tirados en la cuneta
Cada vez que compramos un coche el concesionario nos exige el pago por adelantado para matricularlo, operación que tarda algunos días. Lo más normal es que paguemos a través de una financiera por lo que, como parece que eso de firmar no es lo mismo que pagar, no nos damos cuenta del riesgo que estamos asumiendo, pues puede suceder que el concesionario, por cualquier causa (suspensión de pagos, quiebra, fuga con la secretaria o secretario a algún país bañado de cocoteros...) nos deje, si hemos llevado buen cuidado en guardar los justificantes adecuados y hemos leído la letra pequeña, con una lenta acción judicial. Acción que sólo si el demandado es solvente conseguirá resarcirse del daño económico (no así de las molestias y cabreos: pleitos tengas y los ganes, que se suele decir en estos casos).
Y esto es lo que hay, porque no hay empresa del ramo (he preguntado a varias) que actúe de otra manera. De modo que, si queremos coche, no nos queda más remedio que pasar por el cojinete y rezar para que esos aires de altos vuelos que conforman la mercadotecnia de las cuatro ruedas no sean tan sólo fachada y no nos encontremos con el culo destapado si, llegado el momento de la verdad, tan sólo fueran carrocería de endeble hojalata.
En mi opinión, tratándose de un artículo en muchos casos tan necesario como es el coche, debiera imponerse la obligación de prestar alguna garantía por estos vendedores para eliminar el riesgo de estrellarnos antes de tener las llaves, así es que me he dirigido a la Asociación General de Consumidores instando su acción en este sentido. Y usted, ¿piensa hacer algo?
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