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Formas distintas de entender el jazz

Ni el trompetista Wynton Marsalis ni el pianista Hank Jones tocaron tanto como algunos espectadores esperaban. Pero ambos consiguieron, con dos propuestas muy diferentes, llenar la sala Iturbi del Palau de la Música en sus respectivos conciertos del jueves y el martes, como platos fuertes que eran del Festival de Jazz al Palau. El primero, al frente de la Lincoln Center Orchestra, puso a trabajar a sus catorce músicos en una labor pedagógica tan precisa, brillante y concienzuda como a veces desconcertante. Pedagógica porque expone en menos de dos horas varias décadas de la historia del jazz. Precisa y brillante, porque ofrece arreglos espléndidos y está integrada por un elenco de excelentes músicos, tan solventes en los solos que abordaron como en la tarea de conjunto. Eso sí, todo tan correcto que hasta las gracias parecen programadas, lo que no deja de marcar una cierta distancia. En ese contexto, los escasos dos solos del director artístico, Wynton Marsalis, supieron a poco, pero es un rasgo de generosidad por su parte. Desconcertante porque junto a le belleza de piezas como el Dizzy's mood de Mingus que ofrecieron en el bis o la Lullaby of birland que la cantante Jennifer Sanon interpretó a la manera de la Vaughan, Marsalis y la orquesta se empeñan en introducir piezas con sabor hispano que más bien parecen banda sonora de un mal spaghetti western.

Al saxofonista Joe Lovano le correspondió inaugurar el festival con un concierto único en España, en parte a modo de presentación en vivo de su último álbum, I'm all for you, en el que el octogenario Hank Jones se encarga del piano. Frente al clasicismo de fondo de Marsalis y los suyos, Lovano representaba el desarrollo del jazz a partir del bebop. Gran improvisador, el saxofonista de Cleveland daba la impresión de hablar más con el cerebro que con el corazón. A Hank Jones le sucede lo contrario, aunque el cerebro, al igual que sus octogenarias piernas, le responda perfectamente. El pianista tocó lo que le correspondía en cada tema, como mero invitado, pero lo poco que le tocó era poesía.

Por su parte, el saxofonista Michael Brecker, que tocó el miércoles en el Palau, ofreció el concierto más apasionado de los tres que hasta la fecha se han cubierto en la agenda del festival. Acompañado de quince músicos, de los cuales buena parte eran valencianos, basó el concierto en el álbum Wide angles, improvisando de forma a menudo torrencial sobre el trabajo de un cuarteto rítmico estándar y/o un decteto de cuerdas y vientos (su particular quindectet). Irónico y exuberante, compartió las mieles solistas con el valenciano Perico Sambeat, que brilló por sí mismo. Los solos de uno y otro saxofonista parecían de galaxias diferentes y sin embargo eran absolutamente complementarios.

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