La armonía del mundo
Tenemos nuestras cosas, claro, pero nos llevamos bien. Arranques de impaciencia de vez en cuando, discusiones, conflictos sobre quién saca el perro a la calle, nada importante, creo yo. El perro se llama Nero y ha perdido la vista de un ojo: la edad, dice el veterinario, mi marido opina que la diabetes, como su tía, encerrada en su casa palpando la nada con los dedos. Cuando la visitamos siempre tenemos la sensación de que no está porque no enciende la luz, se mueve en la oscuridad preguntando quién es. Sus ojos no parpadean, dos bolas grises giran en su cara. A mí me impresiona y me da miedo. Y además nos sentamos frente a ella, que sonríe con el mentón levantado sin atinar con nosotros. Su sonrisa anda por allí, amenazadora, y de la sonrisa sale una voz a gritos. Al despedirme, le doy un beso lo más rápido posible y me aparto enseguida. A veces, al apartarme, me lastimo la pierna con la arista de un mueble.
Nos presentaron, mi marido gruñó: Encantado. Yo traduje: Ayudadme
-No os olvidéis de apagar la luz
advierte a voz en cuello, encogiéndose en el chal. Y se queda en tinieblas, muy quieta, con la nariz hacia arriba, sonriéndole a nadie. Uno de los problemas que arrastramos con mi marido son las visitas a la diabética. Parece que ayudó a criarlo, se interesaba por él siendo un niño y mi marido, aunque no se note, es una persona agradecida tras esos modales que tiene y esos rezongos. Lo conocí rezongando, lo conocí enfadado y no obstante, aun enfadado, se advierte una especie de sollozo junto con el enfado como si solicitase
-Ayudadme
y creo que, cuando lo conocí, fue ese sollozo lo que me cautivó. Nos presentaron, mi marido gruñó
-Encantado
yo, que para ciertas cosas parece que he nacido con antenas, distinguí enseguida el
-Ayudadme
por debajo del
-Encantado
fue en mayo, el siete de mayo, y el diecinueve de octubre estábamos en la iglesia, su familia, la mía, la alianza que me apretaba y tuvimos que agrandar, la tía de mi marido que aún veía un poco arreglándome el cuello, con el ceño fruncido para aguzar la vista y yo deseando
-No me toque.
Hay un álbum lleno de fotografías, además de las dos enmarcadas en la sala y de la otra, más pequeña, en la cómoda de la habitación, de vez en cuando saco el álbum del cajón, cada foto protegida por una hoja de papel de seda, yo delgada, con el pelo oscuro, con gafas diferentes de éstas, mi marido con un chaquetón que no le quedó bien de hombros
(el izquierdo más ancho que el derecho)
y zapatos con la puntera hacia arriba, me da la impresión de que los zapatos también
-Ayudadme
(el chaquetón callado)
mi marido, que disfruta recorriendo el álbum conmigo, roza sin querer
(¿sin querer?)
mi codo con el suyo, creo que tuve suerte en conocerlo, tenemos nuestras cosas, claro, pero nos llevamos bien, conflictos sobre quién saca el perro a la calle, nada importante, gracias a Dios, una vez acabado el álbum lo guardo en el cajón, él va a buscar la correa, la engancha en el collar, sugiere desde la puerta
-¿Y si paseásemos el perro juntos?
me cambio las zapatillas por las sandalias de charol, me quito la bata que uso para los quehaceres de la casa, me pongo un poquito de carmín, bajamos la escalera al mismo tiempo, la correa es de esas que se alargan y se acortan, afortunadamente tenemos la placita cerca, el perro se para en cada tronco, en cada arbusto, oliendo todo lo que se le presenta por delante, mi marido golpea el suelo con el pie para ahuyentar a los otros perros, el perro levanta la pata con el fin de anular otros olores con su olor, me gustan los árboles, me gusta el sol, este principio de primavera aún fresco, casi invierno pero con un aroma diferente, me siento más leve, en serio, la pierna me recuerda la artrosis y sin embargo puede decirse que no cojeo, esta Navidad compramos un frigorífico nuevo y seguro que nos quedan muchos años por delante para disfrutar del frigorífico, más grande que el antiguo, con una parte abajo que es congelador, en la próxima Navidad será una lavadora que no estropee tanto los suéteres, en el camino de regreso aprieto el brazo de mi marido, me gustan los árboles, me gusta el sol, mi marido, que es tímido, se queda con el brazo rígido
(siempre se crispa cuando soy tierna con él)
prometo que no protestaré por la tía de la diabetes, le llevaré un regalo y tal, un adorno, un tapete, no puede verlos pero puede tocarlos, y ella protestará
-No deberías haberte molestado, muchacha
recorriéndolos una y otra vez con sus dedos, casi tan feliz como yo, como nosotros con muchos años por delante para disfrutar del frigorífico, la lavadora, en la sala suelo de gres
(no renuncio a la sala con suelo de gres)
y nosotros dos en el sofá, conmovidos con el álbum, mientras el perro ladra en cuanto se oye un vecino en la escalera, advirtiéndonos de que hay personas fuera, en el silencio de mi marido un sollozo que no se nota, en el sollozo
-Ayudadme
y yo satisfecha, es evidente, por hacerle compañía, por sonreírle levemente y asegurarle
-Estoy aquí
mientras me juro a mí misma, llenándome de aire los pulmones, que no lo haré sufrir.
Traducción de Mario Merlino.
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