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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El asedio de Toledo

El presidente peruano, Alejandro Toledo, ha sufrido su primera huelga general, con manifestaciones callejeras, desde que llegó al poder hace tres años; ha sido ésta una protesta bastante masiva -pese a que el Gobierno de Carlos Ferrero ha contabilizado sólo unas decenas de miles de participantes-, contra una política neoliberal que no ha hecho sino ahondar la sima entre los que tienen y los que eufemísticamente son denominados hoy en día como no favorecidos.

Lo más positivo que cabe decir de la huelga es que la ciudadanía, en Lima y otras ciudades, se ha comportado ejemplarmente y que la fuerza pública -93.000 policías y cientos de soldados- se ha limitado a detener a unas docenas de huelguistas. La protesta, convocada por la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), ha quedado al borde de pedir formalmente la renuncia de Toledo, que tiene el índice de popularidad más bajo de la historia desde que las encuestas existen, con un 7% de apoyo. Pero los manifestantes, que no tenían por qué atender a prudencias tácticas, sí que pedían la dimisión del mandatario, como también Alan García, líder del mayor partido de la oposición, el APRA, al exigir al presidente que cambiara de política o se fuera.

El 28 de julio de 2001 Toledo era elegido democráticamente y celebrado como el gran cambio con respecto a su antecesor, Fujimori, hoy refugiado en Japón y reclamado por la Justicia peruana por corrupciones en cadena. Y es obligado reconocer que con Toledo los medios de comunicación se han visto libres de la presión y represión de los poderes públicos, del tiempo de Fujimori. Pero tras las grandiosas promesas del presidente, crecientemente divorciado de un país al que se dirige con verbo tan lleno de estruendo como inoperante, no se ha producido mejora alguna de la situación económica de la gran mayoría.

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Y es que las recetas del Fondo Monetario Internacional, que han sido el catecismo de todos los Gobiernos de Toledo, no convienen a sociedades donde no sobra Estado, sino que lo que primero que hace falta es crearlo. En la América Latina de Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y Lagos en Chile, el empecinamiento en creer que los grandes números justifican a un gobernante es, además de un error, una tragedia. Toledo debe acabar su mandato porque son las urnas y no las huelgas quienes nombran presidente, pero el precio a pagar por su ciego apego a la macroeconomía es hoy muy alto.

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