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Superdotados

Según una tabla estadounidense, el cociente mental de los intelectuales se sitúa en octavo lugar, inmediatamente detrás del colectivo de los camioneros. Recordando esto se me adhiere de inmediato a la mente una memoria personal. En el espacio de un año tuve que someterme a dos test distintos, pero con idéntica pretensión, medir el calibre de mi mente. En la primera prueba conseguí un aprobadillo por los pelos. En la segunda casi rompo el termómetro. Ambas eran de una estupidez taxativa y no tiene nada de extraño que el colectivo de los intelectuales puntuara por debajo de los dignos conductores de camiones.

Leo en una parte que un dos por ciento de los niños españoles son superdotados. En otro recorte, los estadounidenses rozan el cuatro por ciento; en un tercero, se encaraman al diez. Arriemos velas, en la sociedad del conocimiento no tenemos nada que hacer. Que apliquen en masa a nuestros chicos la eugenesia llamada positiva y que la UE pague la factura, pues dentro estamos y nuestro PIB no da para tanto; pues si ni la Unión Europea ni Estados Unidos se hacen cargo de la medicación contra el sida de los africanos, ya me dirán cómo salimos nosotros de la inopia. Y no es que uno le pediría peras al olmo. Siempre hemos creído que una inteligencia de primer orden es preferible al genio, al menos, en el presente estadio de la civilización. Tal vez por eso, porque ya son innecesarios, genios no hay, sólo genialidades. España no ha producido un solo genio desde Goya, con la salvedad, tal vez, de Picasso. Y entonces, desde Goya a Picasso, sí que eran necesarios. Antaño, la filosofía, la literatura y el arte creaban para un público que, aunque minoritario, existía. En cuanto a la ciencia, trabaja en equipo y con el auxilio de un arsenal tecnológico.

Lo que la nueva sociedad necesita son buenos estudiantes. Mejor dicho, estudiantes espontáneamente buenos, no empollones, que son nefastos. Superdotados sí, pero aclarando el concepto; pues cuando se habla de la necesidad de proteger a esta especie suele pensarse en futuros especialistas, los bárbaros puestos en solfa por Ortega, si bien la presencia de este tipo humano ya había sido detectada y denunciada mucho antes. Un tipo que por saber mucho de algo, echa a rodar la modestia y mete la cuchara en todo y un día te lo ves de ministro. Peor que un zoquete sin libros es un zoquete con libros.

¿Qué queremos decir con "espontáneamente buenos"? Es el niño (o niña, claro, o niña) que no deja pasar una palabra a sus oídos nueva sin preguntar por su significado; a menudo, te pide ejemplos ilustrativos. Lee, pero si puede, lee más lo que no le piden que lo que le piden. Su curiosidad es insaciable, pero en clase suele mostrarse inquieto, aburrido e indiferente; hasta el punto de que el maestro puede tomar radicalmente lo que es por lo que no es y uniéndose así al coro de los demás niños, contribuir al hundimiento moral de un crío que, si le entendieran, rendiría en el futuro más fruto que todo el alumnado y el claustro sumados de su escuela. Es más fácil tomar por superdotado a quien no lo es que a la inversa. El niño ortodoxamente aplicado lleva todas las de ganar, en su presente y casi siempre también en su futuro. Es igual que el resto, pero más estudioso debido a la coacción de uno o más factores psicológicos. El verdadero superdotado se la juega a una lotería de la que, debido a su corta edad, todavía no es consciente. Puede estudiar como fácil propina lo que le piden o puede no ceder ni un palmo de terreno y sumergirse en su mundo a costa del extrañamiento y de la depresión. El maestro, por su parte, es con mucha frecuencia un ser abnegado que da de sí, por decirlo de algún modo, más de lo que se le exige; pero no es Sócrates. De modo que si este segundo niño anómalo no saca notas relucientes, lo tomará por un asno. En cuanto a los papás de la criatura son, con harta frecuencia, sus enamorados y doloridos enemigos.

De modo que a la escuela secundaria y a la universidad, llegan los que llegan. Pero si el superdotado es ese espécimen que, con perdón, llamamos intelectual a falta de eufemismos, no irá a Eton y sitios semejantes, que son pocos, caros y clasistas. Así es como los Hemingway se quedan en novelistas kitch. No se recupera el tiempo perdido, pues ciertos estímulos están inexorablemente asociados a cierta cronología. ¿Qué pasa con el superdotado corriente y moliente? Los que son detectados, generosos márgenes de error aparte, tienen suerte distinta según el país de procedencia. En algunos, estudiantes preadolescentes se encuentran en la universidad. Otra fórmula es permitirles que se salten uno o dos cursos para evitarles el tedio y la angustia que les producen las asignaturas, sus compañeros y el maestro de turno. Y existe una tercera vía ensayada y que se irá imponiendo en los países de vanguardia: el agrupamiento. Cada oveja con su pareja. No someteremos al niño sordomudo a la vejación de compartir pupitre con niños que oyen y hablan. Un crío subsahariano recién llegado estará prácticamente condenado al analfabetismo si lo sentamos con gentecita de su edad, pero que hablan un idioma totalmente distinto al suyo. Es necesario decir esto porque educadores hay por el mundo a quienes la fórmula del agrupamiento les parece elitista y proponen en cambio recetas que suenan peor o mejor, pero que coinciden en su ingenuo idealismo. (Históricamente, el idealismo cuenta entre sus adeptos a Adam Smith, entre otros de su vena; precisión que hacemos por si las moscas).

Muchos años hablando del problema de los niños superdotados, pero en Iberia, pocas nueces. Demasiado complejo para nuestros políticos, así que se va arrastrando como es costumbre muy arraigada hacer con todo lo que sea complejo. De modo que Estados Unidos cuenta con más del doble de superdotados que nosotros. Naturalmente, no es que allí haya más que aquí por metro cuadrado, es que la detección y los métodos de protección, sin ser perfectos, son mejores. Un problema del que ya habló Turgot y otra gente de su época.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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