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Columna
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Haciendo ciudad

A las reuniones para debatir el futuro de Alicante, que se celebraron la pasada semana, en la Sede de la Universidad, no asistió ningún miembro del gobierno municipal. Acudieron a las mismas arquitectos, constructores, ingenieros, sociólogos, economistas, y público en general, pero ninguna autoridad de la ciudad. Durante cuatro jornadas consecutivas, se trataron algunos de los problemas más graves que Alicante tiene planteados en estos momentos, y se propusieron diversas soluciones para los mismos. En una iniciativa común de la Sede de la Universidad, del Colegio de Arquitectos y del Consejo de la Juventud, se discutió sobre el futuro del palacio de congresos, el mercado inmobiliario o el destino de algunos edificios en desuso que tiene la ciudad. Ninguna de estas cuestiones, pese a su indiscutible importancia, logró despertar el interés municipal.

Escuché a algún ponente lamentarse de esta indiferencia durante su intervención. No creo, sin embargo, que, más allá de la estricta cortesía, la presencia de algún miembro del Ayuntamiento en las jornadas hubiera tenido alguna utilidad. En todo caso, la única presencia importante hubiera sido la del alcalde, el señor Díaz Alperi, dado que todo el urbanismo de Alicante pasa por sus manos. Ahora, averiguar las ideas del señor Díaz sobre Alicante es una tarea de enorme dificultad. Por lo visto hasta ahora, no parece que ni el alcalde ni su equipo se hayan planteado, en ningún momento, cuál podría ser el futuro de la ciudad. Basta ver cómo se ha desarrollado ésta en los últimos años para cerciorarnos.

Lo cierto es que Alicante recuerda hoy aquellas ciudades del Oeste americano que crecían como setas en unos pocos meses y lo hacían de cualquier manera. Se marcha uno de viaje unas semanas y a la vuelta puede encontrarse construidos un par de barrios, como quien no quiere la cosa. Y esto, lo digo sin ninguna exageración. El número de viviendas que se edifican día tras día en Alicante parece no tener fin. Como el objetivo de los promotores es obtener un beneficio rápido, lo normal es que se construya deprisa y sin cuidado. En consecuencia, nos encontramos con que la calidad estética de las nuevas construcciones suele ser deficiente. Esa falta de calidad, que cualquier persona que pasee por la calle puede observar, la han criticado los arquitectos durante las jornadas en términos muy duros. También lo han hecho -lo que no deja de resultar paradójico- los propios constructores, que han reconocido sin ambages que Alicante "es una ciudad feísima".

Ante esta situación, ¿qué medidas ha adoptado el Ayuntamiento? El Ayuntamiento ha decidido no intervenir, dejando a los promotores una absoluta libertad. En cuestiones de urbanismo, podemos decir que en Alicante se practica actualmente el liberalismo más extremado que uno pueda imaginar. Los resultados están a la vista. Alicante es hoy una ciudad donde las cosas no funcionan o funcionan mal porque no existe ningún orden, ni se ha trazado un plan, ni se tienen objetivos de ninguna clase. Cualquier empresa dirigida del modo como se gobierna Alicante en la actualidad, no sobreviviría un par de años y se vería abocada a la quiebra. Como las ciudades no pueden cerrar sus puertas, los alicantinos van aguantando como pueden las incomodidades que este estado les ocasiona.

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