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Columna
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Cirugía urbanística

Madrid tiene un complejo de ciudad fea del que no acaba de reponerse. El encanto folclórico de Sevilla o Cádiz, la clase de Santiago o San Sebastián o el estilo sofisticado y europeísta de Barcelona han hecho sentirse a Madrid la hermanastra gris con la que nadie baila, ni una Expo, ni unos Juegos Olímpicos, ni un triste Fórum. La capital, como la chica poco agraciada, ha intentado desarrollar otra clase de talentos para resultar atractiva, ya que pretender seducir con la Cibeles o la Puerta de Europa era una empresa no sólo condenada al fracaso, sino patética. Madrid ha hecho gala de su cosmopolitismo, se ha convertido en la sede de las más importantes ferias y exposiciones y ha albergado cumbres políticas internacionales. Como la empollona acneica, ha procurado compensar su infortunio físico potenciando su cultura, ampliando sus grandes museos: el Prado, el Reina Sofía y el Thyssen, e invitando a las colecciones pictóricas más prestigiosas del momento. Con la boda del Príncipe, Madrid, más que Letizia, se convirtió en la cenicienta y soñó con acicalarse como nunca para el mundo. Sin embargo, la inoportuna tormenta frustró su puesta de largo, apagó los adornos de las calles y arruinó una ocasión única para sentirse una ciudad bonita.

Ahora, el Ayuntamiento, cansado de fiar al azar y a la relevancia cultural y política el atractivo de la capital, ha decidido embellecer la Villa con una solución drástica y definitiva: una cirugía urbanística sin precedentes. El alcalde ha comprendido que no basta con que Madrid posea cierto carisma e historia, ha entendido que la belleza ya no es un aditivo prescindible y banal. Esta ciudad necesita estar radiante para ser competitiva y seductora, la hermosura es una virtud innegociable que una capital como Madrid no puede permitirse el lujo de obviar.

Aunque la naturaleza haya privado a Madrid de unos ojos azules de mar o una fabulosa estatura de catedral, sus facciones se pueden perfeccionar y crear encantos artificiales por medio del lifting, la liposucción y el botox urbanístico. Mientras la ciudad crece imparable y deslucidamente por el extrarradio, el centro se torna una cara singular con potencial estético. Alberto Ruiz-Gallardón ha presentado un megaproyecto de reforma del centro que pretende, durante los próximos cuatro años, construir 40.000 viviendas y 35 kilómetros de bulevares. La operación, estimada en unos 219 millones de euros, demolerá manzanas enteras para "abrir pulmones" en barrios tradicionales y creará parques y glorietas.

Esta gigantesca iniciativa, junto con otras de gran calado patrocinadas por el alcalde como el "túnel de la risa", el intercambiador de la Puerta del Sol o la reforma de la M-30, llenan a los madrileños del pavor que sufre el presumido ante el quirófano. Porque, al margen de la creación y rehabilitación de viviendas, muchos de los proyectos de la Comunidad parecen una maniobra propagandística ansiosa de efectismo más que planes concebidos para solventar auténticas necesidades. Es bueno intentar superarse, desear una imagen más renovada y moderna, preocuparse por la estética de la ciudad, pero también eso acarrea inconvenientes. Por un lado, la molestia de las obras. Es como si un retoque estético en la nariz nos supusiese varios años de vendajes en la cara. ¿Compensaría? Madrid es una ciudad activa, espídica, incapaz de detenerse o corregir sus hábitos para superar un parón tan estragante como unas reformas urbanísticas radicales y prolongadas. Pero existe otro inconveniente aún más preocupante, el psicológico. El continuo correctivo estético no hace más que prolongar o incluso aumentar nuestro complejo. Cuando creemos que la peatonalización de Huertas, la extirpación de los scalextrics de Santa María de la Cabeza y Cuatro Caminos o la ampliación de las aceras de la Gran Vía han sido suficientes para sentirnos orgullosos de la ciudad, surgen de nuevo planes de reforma cada vez más grandiosos y dramáticos que nos subrayan su desfiguración. Si asumiésemos la escasa hermosura de la Villa, al menos no sufriríamos la batalla perdida por la belleza urbanística, viviríamos con la tranquila resignación de habitar el paisaje sin otra satisfacción que el afecto por el entorno familiar. Sin embargo, Madrid va operándose poco a poco, infligiéndose retoques puntuales que no hacen sino recordarle que está soltera.

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