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Columna
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La soledad de Europa

Encumbrado en su particular calvario, José María Aznar dio rienda suelta a sus rencores y abrió la marcha contra el Tratado Constitucional de la UE. Nuestro ex presidente, travestido de director del laboratorio de ideas de la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales), pretende afanarse en la tarea de pulverizar los restos del consenso sobre Europa sin atender a los daños colaterales que supone enmendar la plana a su delfín, Mariano Rajoy, quien en el pleno del Congreso de los Diputados había adelantado su acuerdo a favor del referéndum anunciado por el socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Desde Galicia el secretario general del PP buscó al día siguiente la amena sombra del fundador, Manuel Fraga, para restar fuerza a semejante pronunciamiento aznarista, pero su voz quedó muy apagada cuando ni siquiera el adjunto, Ángel Acebes, quiso hacer causa común para contener la desbandada del europeísmo. Ahora, también el congreso de Convergencia i Unió suma sus dudas, y es muy probable que pronto se vea al Partido Nacionalista Vasco virar en esa misma dirección, hacia donde ya apuntan Esquerra Republicana de Catalunya y las huestes residuales de Izquierda Unida.

O sea, que si progresaran los anteriores vaticinios la causa del en el referéndum próximo pudiera quedar únicamente a expensas de las fuerzas propias del partido socialista y a las de los canarios de la coalición. Un caso parecido, pues, al del referéndum convocado para la permanencia de España en la Alianza Atlántica, cuando aquella Alianza Popular fraguista se desentendió de sus más elementales responsabilidades internacionales y prefirió optar por la abstención, partiendo del cálculo intencionado de que esa era la manera de infligir un daño mayor al Gobierno de entonces, que encabezaba Felipe González. Otra cosa es que al adoptar semejante actitud, el fraguismo perdiera toda credibilidad ante los partidos de su misma madera conservadora y que el mismo don Manuel, como gustaban llamarle los incondicionales, quedara invalidado para tareas de índole nacional.

En aquellos tiempos todavía los socialistas tenían mayoría absoluta en el Parlamento pero se sentían en una insoportable soledad, de la que apenas salieron cuando vino en su ayuda el manifiesto de los intelectuales que tanto daría que hablar. La opción contraria era jaleada por Izquierda Unida y sumaba toda clase de ecologistas y minorías con gran capacidad de percusión en la calle y en los medios de comunicación. Entonces González se preguntaba quién administraría el no en caso de que ganara en las urnas y un cierto vértigo se apoderaba de los electores que, en principio, hubieran podido ser apáticos a empuñar la papeleta afirmativa. Ahora, el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero se puede quedar con la tarea de obtener el en solitario. Mientras, la escasa participación registrada en las elecciones al Parlamento europeo del pasado 13 de junio avanzaría síntomas de una crecida escéptica, a la que se sumarían nuevos estímulos surgidos de los avatares negativos para nuestros campesinos de la reforma de la Política Agraria Común, además de la pérdida de los fondos estructurales y de cohesión que representaban cada año alrededor del 1% de nuestro PIB. Eso, por no insistir en los efectos de la campaña que presenta el acuerdo de Bruselas como un retroceso penoso respecto a los votos obtenidos en el Tratado de Niza.

A estos factores debe sumarse el clima de desconcierto creciente en otros países donde las fuerzas políticas decisorias parecen atormentadas por las indecisiones, mientras que cuando el asunto era la Alianza Atlántica todos nos insistían en nuestros deberes de permanencia. Desde luego, Zapatero, recibido como una buena nueva en muchos ambientes europeístas querría ofrecer un buen ejemplo, pero aunque el estuviera fuera de peligro sabe bien que sólo cobraría validez en caso de que la participación estuviera claramente por encima del 50% del censo electoral. Atentos a la soledad de Europa y a la factura que puede pasar. Habrá que acopiar fondos para una campaña a tope. Remember Filesa.

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