Maridaje en el 'viñedo cristiano'
Los teólogos de la liberación y los del diálogo interreligioso coinciden en que el problema común es el "horrible sufrimiento humano"
Los recelos entre religiones tienen que ver con el número y el poder, no sólo con la sobrecarga de dogmas. "Si yo gano, tú pierdes, o viceversa", clamó ayer una religiosa francesa, durante un coloquio entre teólogos, para subrayar el origen de uno de los obstáculos que enrarecen el diálogo interreligioso o han originado antaño gran parte de los conflictos entre creencias. Derrumbados principios abrumadores como el que proclamaba apenas hace medio siglo que fuera de la iglesia no había salvación, se alzan hoy recelos sobre cuál debe ser el punto de partida para un entendimiento que ayude a la paz en el mundo. El Parlamento de las Religiones que se celebra en el Fórum de Barcelona es percibido como otra gran oportunidad.
La cuestión es si una religión es capaz de aportar al mundo paz, justicia, bondad y unidad
Pero las dificultades son muchas. "Para mirar hacia algún sitio siempre hay que situarse en algún sitio", advirtió ayer el teólogo estadounidense Paul F. Knitter, profesor emérito de la Xavier University de Cincinnati (Ohio). Ese sitio es siempre nuestro espacio, nuestra perspectiva. "Así que lo que consideramos común, en realidad es nuestro, y terminamos imponiendo nuestro punto de vista a los demás, o terminamos usando nuestra forma de ver las cosas para juzgar su opinión", dijo. Por ejemplo, la gran tentación de las religiones que forman parte de "sociedades económica y militarmente poderosas" es mirar por encima del hombro a las demás.
Un tópico en este IV Parlamento de las Religiones -para eso se fundó hace 111 años- es hablar de diálogo e, incluso, de la teología pluralista de las religiones. Pero lo difícil está siendo acordar qué es eso y cuál el punto de partida. Desde ayer lo intenta el simposio Hacia una teología interreligiosa e intercultural de la liberación, que codirigen el teólogo Juan José Tamayo y el filósofo Raúl Fornet-Betancourt, profesores de las universidades Carlos III (Madrid) y Aechen (Alemania), respectivamente.
Knitter, uno de los grandes teóricos en la materia desde sus tiempos de estudiante en la Universidad Gregoriana de Roma -coincidiendo con el Concilio Vaticano II-, interpretó la cuestión del simposio como un acontecimiento, como un matrimonio que dará grandes frutos. Dijo: "El desarrollo de las teologías de la liberación y el aumento de las teologías de las religiones son dos de los movimientos más significativos y determinantes que han surgido en la teología cristiana en el último siglo. [Pero] estas dos distintas teologías se han desarrollado en su propio espacio y por sus propios caminos. No han dialogado entre sí. Cada una ha permanecido en una esquina del viñedo cristiano. Hoy podemos decir que esto debe cambiar, y está cambiando. Para poder tratar sobre el gran número de pobres y el gran número de religiones hay que tomar estas dos cuestiones de forma conjunta. Un teólogo de la liberación debe ser un teólogo del diálogo interreligioso, y viceversa".
No todos los teólogos de la liberación comparten la teoría y el entusiasmo de Knitter -no el dominico peruano Gustavo Gutiérrez, el primero que habló de Teología de la Liberación y uno de los grandes pensadores de este movimiento revolucionario del pensamiento católico en las últimas décadas, perseguido con saña por la jerarquía romana, y tampoco el jesuita Jon Sobrino, vizcaíno como el asesinado Ignacio Ellacuría (San Salvador, 1989), otro de los grandes.del ese movimiento de teólogos.
La tesis de Knitter parte de un reconocimiento solemne a la tarea de los teólogos de la liberación. Y tampoco reclama a las otras religiones que renuncien a nada ni que "compartan una experiencia religiosa". "Más bien digo que tienen -todas las religiones- un problema común. Y que ese problema común les puede ayudar a aunar esfuerzos para resolver el problema global: la horrible, creciente, amenazante e innecesaria realidad del sufrimiento humano a causa de la pobreza, el trato discriminatorio, la violencia o el sufrimiento medioambiental".
¿Dónde hay gente sufriendo? ¿Dónde está el conflicto? La cuestión, según los teólogos y pensadores que participaron ayer en este simposio -la coreana Hyondok Choe, el catalán Raimon Panikkar, el chileno Diego Irarrázabal, además de Fornet-Betancourt, Tamayo y Knitter-, no es si los seguidores de una determinada religión creen en la inmortalidad del alma, por importante que pueda ser este tipo de creencias, sino si una religión es capaz de aportar paz, justicia y unidad al mundo. Es el baremo que sirve de medida a la verdad y la bondad.
Cuando leer la Biblia era peligroso
"Soldados derrotados de un ejército invencible", definió a los teólogos de la liberación el carismático obispo Pere Casaldáliga cuando Roma arreciaba en las censuras y procesos contra ese movimiento eclesial. El propio Juan José Tamayo, impulsor del simposio que ayer comenzó en el Fórum barcelonés, fue el año pasado objeto de un solemne anatema después de tres años de esforzados análisis a cargo de la vaticana Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición), del cardenal Ratzinger. Tamayo omitió ayer, en su discurso inaugural, este dato de su biografía teológica -medio centenar de libros ya-, pero soporta como puede la mucha popularidad que su injusta fama de hereje le acarrea en este Parlamento de las Religiones. Ya se le advirtió a la Conferencia Episcopal Española cuando los obispos decidieron hacer públicos los resultados del informe inquisitorial, de 80 folios: que un anatema, en lugar de aplastar la obra censurada, hace aún más famoso a los anatematizados.
Le ocurrió al célebre George Borrow (1803- 1881), cuando viajó por España en 1838 para distribuir la Biblia en castellano, caló y vascuence, y sufrió cárcel por ello en Sevilla y Madrid. Famoso con el nombre de Don Jorgito el inglés, su divertido libro La Biblia en España, de 1842, no pudo publicarse en la oscura España de Franco hasta 1970 (Alianza Editorial retomó para ello la tambien famosa traducción de Manuel Azaña, y su impagable prólogo).
Tamayo recordó ayer, ante el incrédulo regocijo de sus muchos oyentes, que en 1956 llegaron a su pueblo (Amusco, provincia de Palencia), unos protestantes vendiendo la Biblia y que él, con apenas diez años, fue corriendo a casa del alcalde y jefe local del Movimiento para denunciar la presencia de aquellos desestabilizadores del nacionalcatolicismo reinante. "Enseguida fueron detenidos y pasaron una noche en el calabozo", recuerda Tamayo. El chico a punto estuvo de ser condecorado como cruzado modélico.
Eran tiempos en los que se sostenía que fuera de la Iglesia católica no había salvación, y en los que el ser español suponía ser nacionalcatólico. Aquel niño, que más tarde fue sacerdote y hoy es padre de familia y teólogo famoso, reconoció ayer sus posteriores deudas intelectuales: con la Teología de la Liberación, de la que es un gran experto, con el gran Paul F. Knitter, y con la filosofía intercultural de Raúl Fornet-Betancourt.
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