Competencia leal y justicia social
En el año transcurrido desde la ruptura de las conversaciones sobre comercio celebradas en Cancún, ha ido extendiéndose cada vez más en el mundo en vías de desarrollo la sensación de que no alcanzar acuerdos es mejor que llegar a un mal acuerdo. ¿Pero en qué consistiría un buen acuerdo? La Commonwealth británica nos planteó recientemente esta pregunta a mí y a la Iniciativa para el Diálogo Político, una red internacional de economistas dedicada a ayudar a los países en vías de desarrollo. Nuestro primer mensaje fue que la actual ronda de negociaciones, especialmente de la forma en que ha evolucionado, no merece siquiera denominarse Ronda para el Desarrollo. Mucho antes de la revueltas que marcaron las conversaciones de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, en 1999, pedí que se celebrara una verdadera ronda de conversaciones de comercio "para el desarrollo" que compensara las desigualdades de las rondas anteriores. Los países avanzados, con sus intereses empresariales y financieros dominantes, habían establecido la agenda de aquellas negociaciones. Poco importaba que los países en vías de desarrollo se beneficiaran o no. De hecho, la última ronda de negociaciones de comercio, la Ronda de Uruguay, empeoró realmente la situación de la región más pobre del mundo, el África subsahariana. Nuestro segundo mensaje fue optimista: si la agenda de la actual ronda se reorienta hacia el desarrollo, y si se proporciona ayuda para sostener los costes de aplicación y ajuste, los países en vías de desarrollo pueden beneficiarse mucho. Analizamos qué reformas del régimen de comercio internacional beneficiarían más a los habitantes del mundo en vías de desarrollo, y presentamos una agenda alternativa basada en nuestros hallazgos.
Los resultados eran quizá evidentes: en el mundo en vías de desarrollo hay más personas que viven de la agricultura que de las manufacturas, así que la liberalización agrícola debe ocupar un puesto clave en la agenda. Pero una reforma agrícola verdaderamente beneficiosa tendría que hacer algo más que simplemente transformar las subvenciones a la exportación en otro tipo de subvenciones, porque muchas subvenciones supuestamente no distorsionadas conducen a un aumento de la producción, lo cual perjudica a los productores de los países en vías de desarrollo al provocar una bajada de precios. Las reformas del comercio deben ser sensibles a las repercusiones que puedan tener para los países en vías de desarrollo, muchos de los cuales son importadores netos de mercancías agrícolas subvencionadas. Pero algunas subvenciones, como las del algodón en Estados Unidos, son ciertamente emblemáticas de la mala fe de este país. Eliminar dicha subvención ayudaría a 10 millones de productores de algodón pobres en el África subsahariana. Los contribuyentes estadounidenses también se beneficiarían. Los únicos que saldrían perdiendo serían los 25.000 agricultores ricos que actualmente se reparten entre 3.000 y 4.000 millones de dólares en subvenciones cada año. Los países en vías de desarrollo necesitan también acceder a los servicios que emplean mano de obra no cualificada de forma intensiva, en los que tienen ventaja comparativa. Éstos no estaban incluidos en la agenda en anteriores rondas de comercio, ya que Estados Unidos defendía la liberalización de los servicios financieros, para potenciar así su ventaja comparativa. Actualmente, los servicios que emplean mano de obra no cualificada siguen sin figurar en la agenda. Se han señalado ampliamente los beneficios obtenidos por los países en vías de desarrollo gracias a la liberalización del mercado de capitales (aunque estudios recientes plantean algunas dudas respecto a dichos beneficios). No obstante, las ventajas globales que tendría el permitir un movimiento más libre de trabajadores no cualificados (incluso temporalmente), por no hablar de los beneficios que esto supondría para los países en vías de desarrollo, superan con creces los beneficios que proporciona la liberalización del mercado de capitales. Pero, como ya he dicho, la cuestión no está en la agenda.
Las conversaciones de comercio en Cancún sacaron a colación nuevos asuntos: las denominadas cuestiones de Singapur. Pero incluso una mirada rápida a estos temas revela que reflejan principalmente los intereses de los países desarrollados. De hecho, podría decirse que el desarrollo de los países pobres se habría visto retrasado si hubieran aceptado algunas de las exigencias. Pensemos en el tema de las adquisiciones del Gobierno. El mayor área de compras estatales en Estados Unidos es la defensa, un sector en el que incluso a la Unión Europea le ha resultado difícil penetrar. ¿Constituye este área realmente un objetivo para los países en vías de desarrollo en los próximos años? Claramente, esta cuestión no es una de las prioridades de su agenda.
La competencia es otro ejemplo. Sin competencia, la reducción de los aranceles puede meramente reflejarse en el aumento de los márgenes de beneficio de un importador monopolista. Sin embargo, para los países en vías de desarrollo, la cuestión más importante en lo que a competencia se refiere es la reforma de los aranceles compensatorios contra la competencia desleal. Estados Unidos y la UE impiden la entrada de productos procedentes de los países en vías de desarrollo alegando que su precio es inferior al coste de producción. ¿Pero por qué iba nadie a vender con pérdidas deliberadamente? Esto sólo tendría sentido si el vendedor espera establecer una posición de monopolio y obtener grandes beneficios en el futuro. Pero pocos países en vías de desarrollo están en condiciones de establecer dichas posiciones de monopolio, así que los aranceles compensatorios contra la competencia desleal son en su mayoría falsos. A medida que se han ido reduciendo las barreras arancelarias, Estados Unidos ha usado cada vez más las injustas leyes sobre "comercio justo" como herramienta proteccionista favorita. Tratar igual a las empresas extranjeras y a las nacionales en lo referente a las prácticas competitivas pondría fin a estos abusos. Esto también debería ser altamente prioritario en una verdadera ronda para el desarrollo.
El fracaso de las conversaciones de Cancún quizá brinde otra oportunidad para reflexionar más profundamente. Ahora que los países ricos ya no necesitan preocuparse por el hecho de perder el mundo en vías de desarrollo a favor del comunismo tienen la oportunidad de redefinir el orden económico mundial de acuerdo con los mismos principios sobre los que basaron unas economías nacionales prósperas: la competencia leal y la justicia social. Desafortunadamente, esa oportunidad se desaprovechó en la Ronda de Uruguay, porque los países desarrollados defendieron sus propios intereses a expensas de los menos desarrollados. La ronda de negociaciones de comercio que comenzó en Doha en noviembre de 2001 se inició con un talante diferente. Pretendía fomentar el comercio como un vehículo para la asociación entre los países desarrollados y los subdesarrollados. Lamentablemente, a pesar de su nombre, la Ronda para el Desarrollo ha ofrecido mucho menos a los países en vías de desarrollo de lo que podría haberse esperado.
Joseph E. Stiglitz es catedrático de Economía en la Universidad de Columbia y miembro de la Comisión sobre las Dimensiones Sociales de la Globalización. Recibió el Premio Nobel de Economía en 2001. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, julio de 2004.
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