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Columna
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Tormento

Manuel Vicent

Ahora mismo en este país debe de haber miles de maridos o novios machistas violentos, borrachos y celosos a punto de matar a su mujer. Dispuestos a no permitirle ni un gramo de libertad, están sometiendo a su pareja a un tormento diario, más o menos intenso, según sean los brotes de su locura. A veces el deseo de posesión absoluta les obliga a deshacerse en lágrimas de amor hacia su inminente víctima y de pronto su cerebro es invadido por un viento negro que les conduce la mano de forma ciega al cuchillo de la cocina y el propio cuchillo ya les guía directamente hacia el corazón de esa mujer a la que desprecian, odian, creen amar y temen perder. Después del crimen, el homicida se entrega, se autolesiona o se suicida con mejor o peor fortuna para expiar su culpa. El proceso de esta tragedia, desde la primera y lejana bofetada a la última sangre, puede ser muy largo y genera un sufrimiento inenarrable hasta que llega un día en que se convierte en la noticia principal de todos los telediarios. Elevar esta clase de violencia, que por desgracia es muy antigua, a reclamo excitante para abrir el apetito de los telespectadores, produce un daño muy grave en algunas mentes perturbadas. Hace poco contemplé en televisión un hecho estremecedor. Me gustaría no equivocarme al explicarlo. Un tipo acababa de matar a su mujer y a sus tres hijos; había llamado a la policía y se había entregado; salía esposado entre dos guardias de la casa donde había dejado una carnicería; iba con camiseta de imperio y tenía un corpachón muy rudo que delataba la catadura a un sujeto a merced de todo abandono moral. Hubo un momento en que su rostro ocupó la pantalla entera. No creí verlo compungido, sino absolutamente hermético, pero poseído por una profunda paz, como dando a entender que su terrible lucha interior también había terminado. Por fin había conseguido salvar el obstáculo, había matado a toda la familia, había cumplido venganza su orgullo herido y ahora un bálsamo extraño inundaba su alma. La paz de este asesino daba vértigo. Su rostro sereno, tal vez, provocó un efecto magnético y demoledor en miles de machos violentos, celosos y sádicos que están a punto de culminar una tragedia semejante. Esta clase de violencia convertida en primera noticia equivale a dar un impulso mortal a muchos desequilibrados: si se les concede el premio de abrir el telediario, la sangre de los celos se pondrá muy barata y pronto dará la sensación de que en este país todas las mujeres están siendo acuchilladas.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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