_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las sociedades estadounidense y mundial después de Ronald Reagan

La narración de la historia -económica o no- se interrumpe periódicamente y pasa a otro capítulo. Después de que Isaac Newton iniciara el desarrollo de la ciencia, el mundo cambió irreversiblemente en la mayoría de los lugares. Antes de 1600, el tamaño de la población y el nivel de bienestar económico medio bajaban y subían dependiendo del capricho del cambiante clima y el impredecible curso de plagas y epidemias. En cambio, después de 1600, la ciencia ha proporcionado durante siglos más años de vida y una tendencia ascendente en el bienestar per cápita.

De la misma forma que hablamos de la era posterior a Newton, también los historiadores hablan de un Estados Unidos posterior a Franklin Roosevelt. Este presidente no sólo rescató al capitalismo del hundimiento con el que lo amenazaba la Gran Depresión, sino que también ayudó a apartar a Estados Unidos del capitalismo prácticamente puro, para llevarlo al moderno Estado del bienestar o economía mixta, que ahora prevalece en la mayor parte de Europa, Asia y América.

Bush tropieza con dos problemas para mantener y ampliar los programas conservadores de Reagan: los soldados y los administradores enviados a Irak

Cuando el ex presidente Ronald Reagan murió, a los 93 años, los oradores y escritores lo ensalzaron como un popular líder anti-Roosevelt. Al igual que las del Gobierno conservador de Margaret Thatcher en Reino Unido, las iniciativas de Reagan para desmantelar y limitar las funciones del Gobierno del New Deal y de la Nueva Sociedad son consideradas dignas de encomio por conservadores partidarios del liberalismo y de condena por los benefactores más altruistas.

La actual democracia plutocrática del segundo George Bush difícilmente habría sido posible de no ser por los agradables rasgos de personalidad de Ronald Reagan. Eso es cierto. Sin embargo, no debemos pasar por alto ni menospreciar la tendencia a la derechización del electorado estadounidense. Desde 1865 hasta 1932, el Partido Republicano conservador había logrado atraer al electorado y alejarlo de las reformas socialdemócratas que estaban teniendo lugar en Europa occidental.

El presidente Bush tropieza con dos problemas en su intento de mantener y ampliar los programas conservadores de Reagan. Los soldados y los administradores estadounidenses enviados por su equipo a pacificar y reconstruir un Irak democrático tienen ante sí la tarea casi imposible de fusionar a diferentes grupos religiosos y controlar los atentados terroristas. Los estadounidenses de a pie desearían que sus tropas pudieran abandonar Irak hoy o mañana. Si la reelección de Bush fuera dentro de dos años y no se produjera un milagro en Irak, sus posibilidades de reelección podrían de hecho ser escasas. La otra razón para temer una victoria demócrata en las elecciones que se celebrarán a comienzos de noviembre deriva de la incertidumbre respecto a la salud de la recuperación económica estadounidense.

Hasta hace poco nos preocupaba la posibilidad de conseguir buenos trabajos que sustituyeran a los perdidos en la recesión provocada en 2001 por el estallido de la burbuja especuladora de Wall Street. Ahora, la marea económica parece haber comenzado a subir perceptiblemente. Los consumidores siguen gastando de forma más bien pródiga. A pesar de que es casi seguro que la Reserva Federal seguirá endureciendo los créditos, la construcción sigue siendo más fuerte que débil. En las recuperaciones típicas, en cuanto el crecimiento de los beneficios y de las ventas empieza a acelerarse, la propia inercia del sistema tiende a propulsarlo más. Harían falta unos atentados terroristas muy terribles para provocar un deterioro serio de la economía estadounidense en el breve periodo de los próximos cuatro meses. Cada semana nos acerca a noviembre, y los expertos en tácticas de la Casa Blanca pueden relajarse un poco más.

En el extranjero, la gente tiene muchas más cosas en que pensar, aparte del estado preciso de la economía estadounidense. Sólo después de que ésta se hunda gravemente, o de que se acelere significativamente, se da cuenta de las graves consecuencias que esto tiene para los puestos de trabajo y los beneficios extranjeros. Independientemente de que Bush sea o no reelegido el 2 de noviembre de 2004, la política extranjera se verá afectada sólo de forma tangencial. En Japón, los demócratas liberales, que llevan mucho tiempo en el poder, presumiblemente seguirán en él en cualquier caso. El primer ministro laborista británico, Tony Blair, ha visto reducida su popularidad por haberse unido a la guerra preventiva de Bush contra Irak. El partido de centro-derecha español fue derrotado debido a los atentados terroristas de Madrid. El presidente Bush habla fervientemente y a menudo del concepto abstracto de libertad. Sin embargo, sería ingenuo creer que una abrumadora victoria de Bush el próximo noviembre pudiera encender la voluntad de llegar a acuerdos y cooperar en la creación de una nueva carta democrática y en la tarea de reactivar el potencial de Irak como importante y rentable productor de petróleo.

Aunque es comprensible que la política acapare titulares y domine la cobertura televisiva, el comportamiento de la economía de los diferentes países responde a un latido distinto. Lo que más cuenta es la confianza del consumidor. ¿Cómo será el ritmo de aumento de tipos de interés por parte de la Reserva Federal y del Banco de Inglaterra y cómo responderán los prestatarios y el sector de la construcción a las presiones causadas por el aumento del precio del dinero cuando el temor a la deflación se convierta en un temor aún mayor a que se acelere la inflación mundial? En la década de 1970, fue la crisis de la oferta lo que visiblemente provocó una inflación acompañada de paralización económica.

Aunque el precio por barril de petróleo de la OPEP alcanzó recientemente el techo histórico de hace un cuarto de siglo, no nos dejemos engañar. Después de corregir la tendencia alcista de todos los demás precios desde entonces, debemos entender que la importancia porcentual del gasto en energía es significativamente menor hoy de lo que era antes. Por consiguiente, hay menos probabilidad de que en 2004-2005 la militancia de la OPEP o sus malos resultados en las cosechas y en la obtención de metales provoquen recesiones mundiales. Además, 20 años de inflación mejor controlada en Estados Unidos y en Europa proporcionan una esperanza más racional de que los ciclos económicos muestren amplitudes más suaves que a comienzos del siglo XX.

La población de todo el mundo industrial avanzado, enfrentada a la revolución demográfica provocada por las jubilaciones en masa de las generaciones del baby-boom, se encontrará trabajando hasta edades más tardías por pura necesidad. Pero ésta será una carga soportable si unas políticas macroeconómicas sensatas mantienen las posibilidades de conseguir empleo. Que este hecho nos sirva de consuelo: al mismo tiempo que la actual tecnología médica nos ofrece una mayor esperanza de vida, la calidad de la salud mejora, y eso hace que un empleo remunerado después de los 65 años no resulte una necesidad poco atractiva.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_