Egipto se precipita hacia la inestabilidad
La frágil salud del presidente Mubarak, la crisis económica y el ascenso islamista ponen en peligro al gran aliado de Occidente
Egipto, considerado por EE UU el adalid de la democracia en el mundo árabe y una de las cabezas de puente de su pretendida reforma en Oriente Próximo, aparece como un gigante exhausto que ha perdido pujanza en la lucha contra una enfermedad que devora sus entrañas. Se trata de una sociedad abrumada por la crisis y casi paralizada por la incertidumbre que genera la frágil salud de Hosni Mubarak, de 76 años, recién operado en Alemania. Según el artículo 82 de la Constitución, cuando el presidente queda incapacitado, sus funciones son desempeñadas por el vicepresidente. Pero Mubarak, que accedió al poder en octubre de 1981 tras el asesinato de Anuar el Sadat por islamistas radicales, siempre evitó tener un número dos.
"Lo que la población espera es un cambio radical, incluso en la presidencia"
En las caóticas calles de El Cairo, sucias y congestionadas, hacer cábalas sobre las razones que empujan a Mubarak a no tener sustituto legal se ha convertido en la afición favorita. La teoría más extendida es que el rais prepara la taimada accesión de su hijo menor, Gamal (41 años). Los rumores llegaron a ser tan insistentes hace siete meses, tras el desfallecimiento del rais en el Parlamento, que el presidente se vio obligado a desmentirlo.
La oposición no le cree, dice que sus acciones le delatan. La última, la remodelación este fin de semana del Gobierno. Mubarak se ha desprendido de la vieja guardia y ha encargado al hasta ahora ministro de Telecomunicaciones, Ahmed Nazif, de 53 años, la formación del Ejecutivo. A Nazif se le considera un representante del grupo de jóvenes políticos tecnócratas. Según el diario oficialista Al-Ahram, el presidente quiere que este catedrático renueve la imagen de un Ejecutivo de viejos dinosaurios que en los últimos cinco años había arrastrado al país a una asfixiante crisis. Uno de los ejemplos es el futuro ministro de Exteriores, Abul Gheit, hasta ahora embajador en la ONU.
"El problema no es Gamal; el problema es que no existen candidatos", dice Yaser Ibrahim, un joven escritor que acude cada noche al llamado callejón de los españoles, en pleno corazón cairota. Quizá ésta sea la cuestión de fondo: el desolador panorama de la clase política egipcia. Una de las obsesiones de Mubarak ha sido controlar los resquicios de poder y acorazarse en él para no sufrir el destino que Sadat. En sus 20 años en el poder, ha apartado a toda figura que lograra destacar.
Sólo el islamismo moderado de los Hermanos Musulmanes aparece como una alternativa. De los 25 diputados de la oposición -que integran un Parlamento de 455 miembros-, 17 son partidarios de esta ilegalizada organización que se presentaron como independientes. Observadores extranjeros aseguran que, de no haber mediado la coacción gubernamental en las elecciones, hubieran logrado resultados espectaculares. "Es difícil calcular el verdadero poder de estos movimientos. Lo único seguro es que tienen mucha influencia", asegura el periodista Fahmy Howeidi, un islamista moderado.
Bajo Mubarak se ha desarrollado un sistema de férrero control compuesto por instrumentos de corte democrático a los que se le han añadido ciertas válvulas de seguridad. Existe la sociedad civil y están autorizadas las organizaciones de derechos humanos, pero su campo de acción es limitado. Los opositores pueden criticar al Gobierno, pero no se les permite atacar al presidente o aspirar al poder real. Están documentados miles de casos de tortura. La Ley de Emergencia antiterrorista permanece en vigor desde 1981 pese a que el país asegura que acabó con el terrorismo hace ocho años.
Sólo los Hermanos, precursores del fanatismo islámico, han sido capaces de sortear la barrera. Se han infiltrado y arraigado en la sociedad a través de una de las gateras olvidadas del régimen: la acción civil. Ofrecen asistencia médica gratuita, dirigen organizaciones de caridad y asfaltan las calles. En 1992 fueron más efectivos que el Gobierno durante el terremoto de El Cairo.
El islamismo se ha encontrado dos aliados: la crisis económica y los efectos del 11-S. Occidente (en especial EE UU) ya no es un modelo para los jóvenes. Irak y el conflicto palestino les han convencido de que la solución no llegará desde el exterior. Para constatar el avance del conservadurismo entre la juventud basta con pasar una mañana en los jardines de la Universidad de El Cairo, reducto de la modernidad y la élite egipcia. Hace unos años apenas se veían chicas empañoladas. Ahora, los estudiantes dividen el patio del campus en dos y a cada uno le dan un nombre significativo: el de los velos se llama Teherán; el de la moda más occidental, Beirut. Y ambos están igual de llenos. "El secularismo no tiene futuro en el mundo árabe. Cada vez es más patente que los modelos occidentales son un fracaso", dice Ahmed Suleimán, un estudiante de Ciencias de la Comunicación de 20 años.
También influye la crisis económica. El paro se ha disparado en los últimos años. Aunque el Gobierno lo sitúa en un 10%, expertos independientes lo sitúan muy por encima. Los precios vuelan desde la devaluación de la libra egipcia, mantenida durante años en un cambio fijo artificial, lo que ha esquilmado las arcas del Estado, empobreciendo a los pobres y enriqueciendo a los ricos. "Muchos de los desempleados son jóvenes con educación. El paro ha llegado a unos índices peligrosos", dice Samir Sobhy, investigador del centro Al Ahram de Estudiaos Estratégicos.
"El Gobierno de Atef Ebeid arruinó el país. Ha espantado a las empresas extranjeras y ha dejado a miles de personas en la calle sin nada que comer", se queja Said, empleado de la limpieza en una compañía foránea. En el último mes, el Gobierno saliente ha adoptado un paquete de reformas, que se prevé entren en vigor en octubre, para equilibrar los balances. Incluye un incremento de algunos impuestos. "La estrategia es gravar a los que tienen mayor poder adquisitivo", explica Duoa Abdel Hamid, asesora del Ministerio de Economía egipcio.
"Lo que la población egipcia espera es un cambio radical. Pero un cambio en todas las esferas, incluso en la presidencia. Somos un pueblo orgulloso de haber liderado la civilización y nos cuesta haber perdido relevancia en el mundo. La elección de la sede del Mundial de Fútbol de 2010 fue como una catarsis. No logramos un solo voto. Todos fuimos conscientes de que algo no funciona, de que nos vendían humo", dice el empresario Hani Hafez. ¿Es entonces el fútbol y no la guerra lo que moviliza el país? "En Egipto somos así; apasionados", contesta con una sonrisa.
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