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Reportaje:

Thomas Ostermeier, la estrella de Aviñón 2004

El director del más joven de los teatros oficiales de Berlín presenta cuatro montajes

Thomas Ostermeier (Soltau, 1968) corresponde a la imagen tópica del oficial prusiano: casi dos metros, mandíbula cuadrada, pelo rubio corto y ojos entre grises y azules. Para remachar el clavo, su padre era oficial del ejército. Ni él ni sus dos hermanos han querido continuar la tradición militar. Thomas, cuando cayó el muro, se fue a Berlín Este a vender libros de Bakunin y Trotsky. "La RDA era un sistema totalitario monocapitalista", dice. Las recetas que Ostermeier quería venderles -"ver caer el muro supuso la esperanza de una auténtica revolución"- no encontraron comprador, pero él, en cambio, descubrió la escuela de Ernst Busch, un centro que conservaba la tradición de Meyerhyold y la de Brecht. Un ruso, Lev Dodine, le enseñó entonces en Claustrophobia un montaje moderno de alguien que conoce sus clásicos. Tras dirigir el grupo La Baracke, a finales de 1999 tomó las riendas de la Schabühne, en Berlín, y dicen que es el sucesor de Peter Stein. Ahora, en 2004, es el artista invitado del festival de Aviñón: "Un magnífico regalo".

"La solidez del teatro alemán procede del dinero de que disponemos"

"Hemos heho el programa con Vincent Baudriller y Hortense Archambault, directores de Aviñón. Algunos autores los he sugerido yo, como el holandés Johan Simons, y otros, como Rodrigo García, ya habían sido programados aquí", explica Ostermeier sobre esta edición tan berlinesa. En realidad, el programa de Aviñón 2004 es muy berlinés: Ostermeier presenta cuatro montajes; están Frank Castorf y René Pollesch, las dos caras de la Volksbühne; la coreógrafa Sasha Waltz mostrará sus Impromptus, y el belga Luk Perceval, que lleva años revisitando los clásicos y que en la Ciudad de los Papas la emprenderá con un texto de Racine, trabajará con Ostermeier en 2004. Además, el suizo Christoph Marthaler, de quien subirá al escenario Groundings, sobre el aterrizaje forzoso de un avión helvético que simboliza el aterrizaje de todo un país, ha sido un modelo para Ostermeier en los noventa. "Pero no todo viene del área germana", se excusa, "pues ahí están Pippo Delbono o Patrick Pineau, por no hablar de Reza Baraheni, que vienen de otra tradición".

Aviñón aparece este año muy ligado a la realidad económica y social. "El teatro tiene que reflejar la realidad, abordar los temas que la televisión o el cine evitan e interrogarse sobre cómo sobrevivir en una época en la que la presión económica liberal es insoportable. El festival tiene la ambición de ser un espacio en el que se expresan las luchas sociales y el valor del compromiso político", concluye Ostermeier, y es inevitable pensar en la crisis del 2003, cuando la protesta de los llamados intermitentes del espectáculo supuso la suspensión del festival. "Privarse de la escena sería privarse de la palabra política".

Para Ostermeier, "el reto es rejuvenecer el público. De los contrario, dentro de 20 años habrá que cerrar los locales". Para atraer a los menores de 35 años, dice, "hay que lograr que el teatro vuelva a estar de moda, que los chavales dejen de pensar que es un arte aburrido en el que no se cuenta nada de lo que están viviendo".

De ahí que la acción de su Woyzeck abandone el mundillo cuartelero para instalarse en los suburbios de una gran ciudad; que le haya cambiado el final a Casa de muñecas, de Ibsen, o que se sirva del rock duro para otros de sus montajes. "Hoy el soldado Woyzeck es un infeliz que vive en el suburbio. La violencia se sigue ejerciendo en los lugares de relegación social, pero en el siglo XXl son diferentes que en el siglo XIX. En Concert à la carte me gusta imaginarme que me reencuentro con la heroína del autor sueco veinte o treinta años más tarde, recién salida de la cárcel, como testimonio de la nueva situación de las mujeres que viven solas".

Para llevar a cabo sus proyectos, Thomas Ostermeier dispone en la Schaubühne de 250 profesionales, de un presupuesto de 15 millones de euros y de tres salas. Cada año ofrecen un total de 432 representaciones. "La solidez del teatro alemán es el dinero del que disponemos".En total, afirma, hay en funcionamiento 151 teatros nacionales y municipales, que dan trabajo a 40.000 personas y reclaman 2.100 millones de euros del erario público.

Una escena del <i>Woyzeck</i> de Büchner, en la versión dirigida por Thomas Ostermeier en Aviñón 2004.
Una escena del Woyzeck de Büchner, en la versión dirigida por Thomas Ostermeier en Aviñón 2004.AFP
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