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FONDO DE OJO
Columna
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El recurso

En las economías domésticas se producen acontecimientos inesperados que dan al traste con la más exquisita planificación de los ingresos. La avería del coche o el cambio del ascensor producen una distorsión en la forma de vida de los afectados, que deben restringir sus gastos habituales para compensar los que se van a generar con el nuevo desaguisado producido.

La alternativa a la restricción en el gasto es el incremento de los ingresos, pero lamentablemente no parece al alcance de cualquiera -de no ser depositario del mandato popular- poder acceder cuando lo desee a un incremento del salario, por lo que la llamada alternativa deviene en utopía.

No obstante, no debemos caer en la desesperación, aún podemos endeudarnos más o bien vender alguna de las preciosas propiedades que poseemos: la colección de sellos, la de máquinas de coser o aquella veinteava parte del campo de naranjos, herencia de nuestro querido tío, que murió sin descendencia.

Sin embargo, cuando la desgracia en forma de necesidad financiera ataca a nuestros políticos en el poder -las más de las veces con previo aviso y por falta de planificación- la solución, para no ser tan impopular como la directa subida de impuestos o de tasas, no se plantea en términos de ahorro sino de desinversión, y se accede de nuevo a la riqueza adoptando el recurso de la venta patrimonial.

Que es necesario cubrir los costes de la Copa América, vendemos unos terrenitos que por allí deambulaban -por supuesto, para construir las tan denostadas viviendas de lujo- y asunto solucionado.

Que lo necesario es salvar la cara al equipo local de fútbol, o trasformar en parque un erial, el recurso de la venta -previa recalificación urbanística- para construir más inmuebles reaparece con toda su verdad. ¿A recurso tan fácil y sustancioso, quien le arguye en contra?

Claro, la calidad de los terrenos y su ubicación, unidos al fin social por el que son enajenados, arbitra que los precios a los que se venden los pisos allí construidos bien se compadezcan con la inflación de los costes de la vivienda, que los políticos deploran, denuncian, niegan y hacen posible, todo de forma sucesiva y sin que crean caer en contradicción.

Menos mal que tal recurso tiene un límite, sin duda el que anunciaba hace varios días Juan José Millás, cuando nos anunciaba una ciudad en la que se habían apiñado los edificios, no dejando lugar a las calles ni carreteras, por lo que a lo menos habremos logrado, alternativamente, solucionar los problemas del tráfico.

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