Viaje a la aventura del pasado
'Pioneros de la arqueología en España' narra en el museo complutense la senda de la prehistoria, desde el mito a la ciencia
España es una gran potencia arqueológica. Madrid, por su singular microclima y por sus acogedoras riberas fluviales, figura entre los depósitos de vestigios de la Antigüedad de más entidad de Europa. Y Alcalá de Henares, a su vez, es la capital prehistórica y clásica de la Comunidad madrileña. Tal secuencia de axiomas -y muchas otras- cabe derivar de la exposición recientemente montada y abierta hasta enero próximo en la sede del Museo de Arqueología Regional, en la plaza de las Bernardas de la ciudad complutense. La muestra se llama Pioneros de la arqueología en España. Puede ser gratuitamente visitada entre las once de la mañana y las siete de la tarde todos los días, salvo lunes, y los domingos y festivos, en horario sólo de mañana.
La muestra describe hallazgos como el de la 'Dama de Elche' y glosa a Nebrija y Saavedra
La exposición da noticia del arranque y del despliegue en nuestro país, entre el Siglo de Oro y hasta el año 1912, de esta atribulada disciplina científica, que tuvo que abrirse camino entre un piélago de mitos, leyendas y dogmas que oscurecían la respuesta al enigma del origen de la vida humana y de la organización social en nuestro planeta.
Para relatar los zigzagueantes meandros por los que, en sus orígenes, tuvo que fluir esta ciencia histórica y empírica, la exposición, comisariada al alimón por Mariano Ayarzagüena y Gloria Mora bajo la supervisión del entusiasta director del museo anfitrión, Enrique Baquedano, sus diseñadores han tomado como ejemplos señeros las figuras de un puñado de personas eminentes, involucradas en el rescate del pasado para la comprensión del presente. Uno de los desconocidos pioneros de la arqueología española fue el humanista andaluz y lebrijense Antonio Martínez de Cala y Jarana, más conocido bajo el nombre de Elio Antonio de Nebrija, consejero de Isabel I de Castilla y autor, en 1492, de la primera gran Gramática de la lengua castellana. Fue su sensibilidad clasicista, recrecida en Bolonia y por él enseñada en Salamanca y en Alcalá de Henares, la que contagió a la Corte la pasión por la antigüedad, en cuya memoria rompió buenas lanzas también en aquellos primeros tiempos Rodrigo Caro (1573-1647). Este renombrado poeta elegiaco, quien cantara a las ruinas de la sevillana Itálica, quedó prendado de por vida, como coleccionista, de su serena y olvidada grandeza. Tal vez por ello, uno de los epigramas reproducidos en la exposición reza Roma quanta fuit ipsa ruina docet, en evocación de las pasadas glorias latinas, que signan precisamente a la Complutum alcalaína, sede de la muestra.
Se da también cumplida cuenta de la civilización ibérica, en el desciframiento de cuyo intrincado idioma se involucraron próceres como Erroz y Azpiroz o Gómez Moreno; de los felices hallazgos de las cuevas de Altamira, por la niña de nueve años María, hija de Marcelino Sáenz de Sautuola, o de la Dama de Elche, en 1894, por el niño campesino Manolico.
Glosa, además, figuras de la talla de Eduardo Saavedra, descubridor de Numancia; del antropólogo Pedro González de Velasco y de Casiano de Prado, que localizó los riquísimos yacimientos de San Isidro. Anticuarios, epigrafistas, numismáticos, naturalistas e ingenieros, españoles y forasteros, unieron esfuerzos y saberes para hacer aflorar, aquí, la fascinante ciencia arqueológica cuyo emblema es hoy Alcalá de Henares.
De dogmas y megalitos
Jugosas informaciones convierten en placentera la visita a esta exposición, concebida como una invitación retadora para desentrañar los enigmas que, aún hoy, la arqueología plantea a científicos y legos: desde la ausencia de vestigios iberos en el predio donde fuera hallada la Dama de Elche en 1894 hasta el misterio del emplazamiento de los megalitos, titánicos monumentos de la prehistoria, cuyo mapa fuera publicado por James Fergusson en 1872, con singular acento sobre la inexplicada diagonal entre Occitania y Bretaña y su trayecto sobre la cornisa cántabrica.
Llama la atención la minuciosidad del relato, que ha sido cuidado en extremo por Mariano Ayarzagüena y Gloria Mora. Su descripción de la trabajosa acreditación científica de la arqueología en España obedece al deseo de los comisarios de eludir cualquier tentación trivializadora sobre tan enjundioso proceso, en un país durante demasiadas décadas escenario de dogmatismos de hondo arraigo, que concibieron siempre el origen de la vida más cerca del cielo que de la tierra. Así, resulta emocionante ver el esfuerzo de cuantos consagraron sus vidas a la aventura de investigar e interpretar la prehistoria, herramienta principal para averiguar el perfil cabal de nuestro presente, como también exhibe hasta octubre el Museo de San Isidro, en su espléndida exposición dedicada al arqueólogo Juan Cabré (1882-1947).
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