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Julia, la inteligencia emocional

Alguna vez hablo, en este espacio generoso, de mi gente. Por supuesto, mi gente es mucha gente, tanto los habitantes de mis geografías más cercanas, cómplices del amor y sus quehaceres, como los conciudadanos de mi planeta simbólico, amigos, compañeros, referentes queridos... Muchos de ellos arrastran, como yo misma, esa pesadita mochilita que es la cara pública, consecuencia -que no objetivo- de su proyección profesional.

Mi gente es mi Moncho querido, cuya voz de bolero resuena en todas las fotos emotivas del álbum familiar. Mi gente es Josep Maria Flotats, huésped de los exilios de la inteligencia. Y los amigos de todas las vidas que voy viviendo, Joan Culla y Vicenç Villatoro, leales, presentes, queridos. Mi gente tiene la ternura de Ángel Pavlovsky, la cercana sabiduría de Josep Cuní, la lejana maestría de Gustavo Perednik, el abrupto verbo de Antoni Puigverd, el punzante de Valentí Puig, la sensibilidad erizada de Joan Margarit, la belleza poética de Marta Pesarrodona, la dulzura de Joan Isaac... Mi gente, sus consejos, sus gestos de amor, lo mucho aprendido. El nosotros, conjugado con convicción.

En una de esas islas del planeta compartido, habita y reina con toda su luz una mujer magnífica. Julia Otero, compañera de orla de los años universitarios, ha formado parte de mi vida incluso cuando no lo he sabido. Como una melodía persistente y agradable. Como el eco que nos retorna, engrandeciéndonos, lo mejor que tenemos. Como lo que es: un completo y complejo ser humano cuya alta categoría moral es equivalente a su categoría profesional. Ahora, que cierra etapa en TV-3, después de triunfar rotundamente en todas las acepciones del verbo, y ahora que la tenemos emocionada y desconcertada -el agudo desconcierto del adiós- rellenando como puede, a golpe de besos que le damos, el agujerito que le ha quedado en el alma, ahora quiero hablar de ella.

La profesional y la mujer, el ser notable que durante cuatro años ha regalado gafas de mirar y neuronas de pensar y labios de reír a la Cataluña de tardes que ha sabido gozarla. Julia Otero es para mí el ejemplo más brillante de esa revolución del pensamiento que es la inteligencia emocional, estrechamente vinculada a la irrupción del fenómeno social llamado mujer.

Estoy plenamente convencida de que la mujer va a cambiar, para siempre, cuando se normalice su papel social, el curso de la historia. Y creo también que lo único nuevo del pensamiento global, es la incorporación del caudal revolucionario emotivo, al motor arrollador de la inteligencia. De eso se trata cuando hablamos en femenino y a eso nos referimos cuando aseguramos que esto que está ocurriendo -la suma explosiva de lo sentimental y lo intelectual- es nuevo, catártico, creativo y grande.

Inteligente hasta el punto de conseguir enfocar con precisión las muchas o pocas luces de los que se han sentado en su chaise longue, Julia ha sido capaz a la vez de transmitirnos alegrías, penas, dudas, esperanzas, emociones densas que han bailado por la pantalla del televisor hasta crear esa atmósfera de complicidades que es su mejor patrimonio profesional. Como periodista, conocemos el cartel: rigurosa, creíble, sobrecargada de premios, reconocida. Como mujer: comprometida, coherente, luchadora. Y es la suma de sus dos condiciones (sus dos compromisos) la que la convierte en una gran profesional. Razonar con emoción. Emocionarse con inteligencia. Es decir, convertir la profesión en la conjunción de dos verbos históricamente reñidos: el verbo pensar y el verbo sentir.

Por supuesto, ni soy objetiva, ni lo pretendo. La objetividad es una patraña que sólo sirve para quedar fantásticamente entre algunos imbéciles. Pero intento ser seria en mi subjetividad. Y de esa seriedad extraigo mi retrato. Me dirán que tiene sus cosas, como todas. Por supuesto, ya le dijo María Teresa Campos que tiende a pija, pero señoras, como casi todas cuando queremos ser estupendas. Los puretas dicen que tiende al chava más que al fabriano catalán. ¿Y? Se le nota que es de izquierdas, lo cual es garantía de profesionalidad, no porque sea de izquierdas o de derechas, sino porque es, porque tiene opinión. Que no hay nada más peligroso en el periodismo que un sube y baja apolítico, inodoro, incoloro e insípido. Cualquiera se fía.... Y los hay que, entre risitas mordaces, dicen que mucho feminismo, pero que mucha coquetería. Esto me encanta, porque es la prueba del algodón de los machitos que no entienden nada. Claro que es feminista, claro que es guapa, y claro que saca partido. ¿O pensaban que estaba reñido? Pobres...

Nada. Que Julia Otero acaba etapa después de cuatro años. Es un buen momento para decirle estas cosas que algunos pensamos de ella. O para gritárselo, de isla a isla, en el planeta compartido. Mi querida Julia, gracias por tu luz, que tantas veces ha iluminado caminos, complicidades y esperanzas. Gracias y que siga...

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