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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lo malo del bien

El viejo Sócrates sigue siendo una figura inquietante para la modernidad. Con sus ironías y su escandalosa muerte el pensador que Platón definió como "el más justo de los hombres de su tiempo", este filósofo ágrafo, incitador al diálogo incesante, escéptico y racionalista, resulta el mártir de una ética filosófica y autónoma condenado por el tribunal popular de la ciudad democrática a la que él se empeñó en servir mediante tenaces coloquios callejeros, siempre en busca de la verdad y el bien de acuerdo con la razón. Después de las polémicas suscitadas por la traducción del discutible libro de I. F. Stone, El juicio de Sócrates (Mondadori, 1988), en el que se justificaba la condena de Sócrates por sus sutiles tendencias antidemocráticas, han aparecido algunos con enfoque original que conviene recordar: Sócrates. El saber como ética, de N. Bilbeny (Península, 1998); El proceso de Sócrates, de G. Luri (Trotta, 1998), y Sócrates: sólo sé de amor, de R. O. Moscone (Biblioteca Nueva, 2002).

SÓCRATES FURIOSO. EL PENSADOR Y LA CIUDAD

Rafael del Águila

Anagrama. Barcelona, 2004

234 páginas. 14,50 euros

El ensayo de Rafael del Águila se inscribe en esa misma línea. No es un trabajo de un historiador de la filosofía ni de un filólogo, sino el de un estudioso de la política de talante liberal y crítico, preocupado por las posibilidades de conjugar ética y política en un contexto democrático. En cierto modo este libro prolonga su ensayo más amplio de La senda del mal. Política y razón de Estado (Taurus, 2000), al que remite en algunos momentos. Ya allí denunciaba lo que llama "la falacia socrática", que consiste en pensar que el conocer y elegir el bien conduce siempre al bien, y el mal moral y cívico puede ser así evitado, sin usar de compromisos políticos con algunos males más allá de esa norma.

Ahora, analizando la figura

del viejo filósofo, justifica el rechazo del optimismo socrático, porque éste conduce a oponer la autonomía del sabio justo y feliz a la ciudad y los manejos políticos algo turbios, y obliga al filósofo a retirarse del mundo real donde las gentes y los asuntos no cumplen las pautas de esa ética ideal. Ésta es una tesis en la que luego insisten Platón y los estoicos, pero que parece tener en Sócrates, "el primer intelectual de nuestra historia", su fuente. El largo conflicto entre ética y política está aquí examinado con agudeza, contrastando la postura socrática (y aún más platónica) con las ideas de grandes pensadores modernos, como Maquiavelo, Hobbes y Kant. Del Águila subraya el profundo pragmatismo y la astucia de Maquiavelo frente a esa búsqueda socrática del bien como un valor absoluto y autosuficiente. El desarrollo de esta crítica se plantea con una matizada interpretación, apoyada en precisas citas de los textos clásicos y la moderna bibliografía, con un estilo ágil y persuasivo.

Gran mérito del libro, además de su estilo ensayístico y vivaz, es subrayar la compleja actitud de Sócrates, su lealtad hacia Atenas y, por ello, el aspecto trágico de su muerte (que ya vio bien Hegel). La crítica a las tesis socráticas se equilibra con sinceros elogios a la actitud liberal y tolerante del filósofo. Por eso me parece injusto el título provocador: Sócrates furioso. No sé si Sócrates se enfurecía alguna vez, pero, según los textos antiguos, aparecía siempre amable, dialogante y atento con todos, incluso con individuos torpes y cargantes, por más que los otros se irritaran contra él y le agredieran. (A Bertrand Russell le parecía en ese aspecto superior a Jesucristo). Basta con recordar el tono amistoso de su despedida en la Apología platónica, para avalar la inagotable philía del irónico Sócrates hacia sus conciudadanos. Por otra parte, recordemos que, puestos a usar un adjetivo algo anacrónico, ya fueron "intelectuales" los sofistas, de claro talante democrático, y que, aunque no escribiera nada, Sócrates se había leído a Heráclito, a Anaxágoras, y no vivía en el retiro, sino en la calle, aunque no le gustaba la retórica popular del ágora, sino el coloquio amistoso y siempre personal, como es bien sabido. Sobre todo esto invitan a meditar desde una perspectiva actual estas ágiles páginas.

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