Contenedor en llamas
Eran las cinco de la mañana, calle Sol, las ventanas abiertas y mucho calor. ¡Vecinos, fuego!, llamad a los bomberos... Salté de la cama, me asomé al balcón y las llamas de un contenedor que ardía le daban a la escena un color rojizo y un olor acre. En el 112 me indicaron que ya tenían noticias del suceso, a los tres minutos un patrullero de la Policía Local y un coche de bomberos, al momento una manguera y las llamas se habían extinguido.
De nuevo el silencio y el calor, ¿pero y si las llamas alcanzan un edificio o un vehículo? A diario escuchamos que además de olor a orín en muchas esquinas, basura y ruido descontrolado, la movida está dejando un reguero de coches con lunas y espejos partidos, destrozos en el mobiliario urbano y una profunda sensación de intranquilidad.
La libertad de cada uno comienza donde termina la del vecino y el respeto debe ser moneda de cambio de toda comunicación. Para divertirse no hay que poner en peligro la seguridad ni las propiedades de nadie. La violencia gratuita es injustificable... toda violencia lo es.
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