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Construyendo el consejo

El debate sobre la creación del Consejo de la Cultura y de las Artes de Cataluña (CCAC) constituye una oportunidad única para interrogarnos sobre el papel de la cultura y el arte en nuestra sociedad. El Gobierno de la Generalitat tiene previsto aprobar la ley del CCAC en el año 2005. Nada nos impide poner el acento en el proceso y no en el resultado. Hay referencias internacionales sobre el asunto que evidencian que no hay un modelo único. Cataluña respira momentos de renovación democrática y la cultura pide asumir un papel central. La sociedad catalana puede aprovechar la oportunidad para profundizar en el diálogo, la exposición transparente y la confrontación crítica de las visiones. Las líneas siguientes quieren ser una aportación constructiva a un proceso que deseamos que sea público y transparente.

Empecemos con el objeto. Hasta ahora los gobiernos europeos han reconocido y promovido dos de los tres vértices de la cultura: el arte y el patrimonio, o la creación y la identidad. Así, a lo largo del siglo XX, en toda Europa, se han aprobado legislaciones amplias en estos campos y se han puesto en marcha políticas y programas públicos. En España, la traducción local de este proceso ha llegado con retraso, a veces con programas paternalistas e intervencionistas, con recursos escasos e insuficientes, demasiado centrados en la piedra y en el cemento, a menudo sin una genuina voluntad transformadora. El CCAC tiene que asumir este pasado para enderezarlo, cosa que será difícil si no se considera el tercer vértice de la cultura: los públicos. Como cita la Agenda 21 de la Cultura, aprobada recientemente en Barcelona por un numeroso grupo de ciudades, hoy emerge con fuerza la necesidad de relacionar cultura y ciudadanía, derechos culturales y derechos humanos. El nuevo CCAC tendría que fomentar esta relación a partir del concepto de democracia cultural, en una síntesis nueva entre acceso, creación, participación y excelencia. Ideas concretas para relacionar cultura y ciudadanía no faltarán, y ya están en el programa de muchas organizaciones de la sociedad civil: imbricar cultura y educación, reinventar memoria y tradición, implicar los colectivos de la vieja y la nueva migración... Sólo así construiremos la ciudadanía compleja y abierta que la historia oficial esconde y hacia la cual el futuro nos lleva.

En el debate sobre la creación del CCAC convendría, también, analizar la historia de los consejos de las artes ya existentes. Un primer análisis nos lleva a ver que las organizaciones con este nombre surgen en los Estados anglosajones (Reino Unido, Irlanda, Estados Unidos, Australia) después de la II Guerra Mundial con el objetivo básico de dotar la gestión del arte de una instancia neutra. Eran recientes las instrumentalizaciones del arte y la cultura por parte de los totalitarismos, pero también era evidente la voluntad de constituir instancias de decisión elitista, alejadas de lo que en aquella época llamábamos pueblo, ayer sociedad y hoy ciudadanía. Convendría analizar críticamente estos orígenes y ver qué proceso de reflexión previo han hecho los consejos más recientes (Quebec, 1992; Países Bajos, 1995).

Los consejos de las artes existentes, por otro lado, no escapan de los elementos de controversia por parte de los mismos sectores artísticos: mayor apertura, necesidad de relevo generacional, sectores artísticos desatendidos... Veamos, para poner tan sólo un ejemplo, el caso de Montreal, cuyos estados generales de la cultura del pasado 25 de febrero del 2004 solicitaban al Conseil des Arts de Montréal que realizara una "mayor apertura hacia el entorno" y pudiera así "responder a las iniciativas artísticas descuidadas a lo largo de los últimos años, especialmente las prácticas emergentes, el relevo y las comunidades etnoculturales". Los "problemas técnicos" en las prioridades dentro del mundo cultural y artístico no se han solucionado en ningún sitio, tampoco cuando las decisiones se toman en instancias autónomas, alejadas del poder político. El mundo del arte y la cultura es el campo de confrontación de éticas y estéticas diferentes. Los consejos de las artes y la cultura no solucionan esta confrontación, pero la hacen más visible. Lo cual no es poco. Hay que considerar estas dos últimas frases como hipótesis que el proceso de definición del nuevo CCAC debería poner a prueba con los responsables de los consejos de las artes existentes, y con los expertos que han realizado evaluaciones críticas de estas organizaciones. La creación del CCAC debería realizar, también, una evaluación crítica de los instrumentos de participación de la sociedad civil en las instituciones culturales, desde los institutos (ILC, ICIC...) hasta los consorcios como Macba o Liceo. Sería deseable analizar si estos consorcios pueden ampliar la presencia de la sociedad civil de raíz ciudadana.

Es prematuro, hoy, prefigurar cómo tiene que ser el Consejo de la Cultura y de las Artes de Cataluña, pedir que tenga 7, 25 o 75 miembros o si su directora o director deben ser nombrados por el presidente de la Generalitat o por el Parlament. Nos parece primordial poner a un lado cualquier dirigismo y dotarnos de instancias basadas en el principio de autonomía de la creación artística. Nos parece fundamental para Cataluña una gestión cultural y artística que ponga énfasis en lo profesional y en lo técnico, con criterios transparentes de gestión en los ámbitos del arte y del patrimonio, y que tenga la democracia cultural y la participación activa de los ciudadanos y las ciudadanas como objetivo irrenunciable. La cultura tiene un papel central en nuestra sociedad y debe estar, también, en el centro de las políticas de gobierno. Hoy no se pueden hacer políticas de educación, participación ciudadana, inclusión social o inmigración, etcétera, sin cultura. El Consejo de la Cultura y de las Artes de Cataluña tiene que llegar a ser una pieza fundamental en la necesaria renovación democrática de este país. Debemos aprovechar el proceso.

*El artículo ha sido escrito conjuntamente por la junta de la Asociación de Profesionales de la Gestión Cultural de Cataluña, formada por: Jorge Bernárdez, Cristina Escat, Gemma Gálvez, Antoni Laporte, Gemma Massagué, Montse Miret, Jordi Pascual, Montse Portús, Pau Senra y Pepe Zapata.

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