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Columna
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Elegancia

Rosa Montero

Esplendor y miseria. La historia de Marlon Brando podría haber sido sacada de un libro moral: retrata de manera tan redonda el paso del triunfo a la decadencia que parece inventada a modo de cuento ejemplar. He aquí un hombre que lo ha tenido todo en dimensiones superlativas y que se las ha apañado para perderlo. De la belleza física más aniquilante, a la monstruosidad y el colapso orgánico. Del éxito social a la misantropía, despreciado por todos. De la superabundancia de dinero a la pobreza (aunque, la verdad, deber 28 millones de dólares es una manera de ser rico: desde luego yo no llegaré a deberlos jamás). La vida siempre es un viaje, pero para algunos es más bien un desplome.

Me gusta mucho leer biografías, y siempre me ha inquietado una frase que suele aparecer en todas ellas: "Ésa fue la época más feliz de su vida". Diantres, la época más feliz... y el biografiado no lo sabía. Quizá vivió aquel tiempo glorioso tontamente, con la cabeza perdida en proyectos futuros, ignorante de que lo que le quedaba por venir no era más que una inexorable cuesta abajo. A saber si yo ya he pasado esa época feliz; a saber si la estoy viviendo justo ahora, sin atinar a valorarla y disfrutarla. ¿Cuál pudo ser la época más feliz de Brando? Puede que ninguna; tengo la sensación de que siempre quiso ser otro y estar en otra parte.

La vida no es sólo aquello que nos ocurre, los golpes de buena o mala suerte que no controlamos. La vida es, sobre todo, lo que nosotros hacemos con lo que nos ocurre. Es la capacidad para disfrutar el momento, el carpe diem. Es la entereza para sobrellevar la desgracia y aprender de ella. Es la lucidez que te permite conocer tu lugar. La verdadera elegancia es la de saber vivir; y esa elegancia no tiene que ver con la clase social ni con los títulos universitarios. Es un atributo interior que nace de la delicadeza de espíritu, de la generosidad, de esa sabiduría profunda que uno va atesorando con honestidad y esfuerzo cada día que uno vive conscientemente. Entre las personas más elegantes que conozco, por ejemplo, están Carmen, mi asistenta desde hace veinte años, o Ángel, dueño de una modesta casa de comidas. Mientras que el pobre Brando, tan famoso, siempre fue un desastre y un hortera.

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