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Indonesia vota hoy por un nuevo presidente que garantice seguridad

Las elecciones culminan el proceso democrático en el país musulmán más poblado

Indonesia celebra hoy las primeras elecciones presidenciales de su historia, con las que culmina el proceso democrático iniciado en 1998 con la caída de Suharto, el cual, tras un golpe de Estado, controló el poder durante más de tres décadas. Cinco son los candidatos y ninguno levanta pasiones, pese a que alguno, en su empeño, ha recurrido al karaoke para amenizar sus mítines, como el ex general Wiranto, más conocido por la sangrienta represión de los independentistas de Timor Oriental y de los manifestantes de Yakarta.

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Otro ex general, Susilo Bambang Yudhoyono, se perfila como favorito. La gran mayoría de los indonesios considera que el país necesita "un hombre fuerte" que dé seguridad y aleje el fantasma del terrorismo. Lo más curioso de estos comicios es que los partidos van por un lado y los candidatos por otro. En las elecciones generales de abril pasado el partido más votado fue Golkar, que obtuvo el 21,6% de los votos. Golkar designó a Wiranto, pero las encuestas dan al general en la reserva menos del 13% de intención de voto y casi la mitad no procedería de Golkar, sino de otros partidos.

Otro dato curioso es que desde abril a julio se ha incrementado el número de votantes en más de siete millones, debido a que se han corregido muchas de las denuncias presentadas entonces por personas que no aparecían en el censo. Hoy están convocados a las urnas 155 millones de indonesios mayores de 17 años, aunque también tienen derecho al voto los menores de 17 años que hayan contraído matrimonio.

La actual presidenta, Megawati Sukarnoputri, que encarnó la esperanza de los indonesios en los últimos años de la dictadura, perdió todo su carisma al permitir que la corrupción se extendiese como un cáncer por todos los niveles de la Administración. Sólo aquí, en Bali, donde el 90% de los tres millones de habitantes de la isla profesa una religión hindú muy particular y la mujer goza de un estatus bastante igualitario frente al hombre, Megawati sigue siendo popular, sobre todo entre las mujeres que la ven como protectora frente a la dominación del hombre en el resto de la sociedad indonesia, que es islámica en un 85%.

"No se pueden olvidar los logros de Megawati en estos tiempos difíciles de transición, en los que no sólo ha logrado la estabilidad política y económica, sino que ha puesto en rodaje todos los mecanismos para la democratización del país", afirma Damaso de Lario, embajador de España en Yakarta. Para De Lario, "las grandes expectativas" con que llegó al poder, tras la destitución de su predecesor Abdurrahman Wahid por un escándalo de corrupción, son uno de los problemas de la presidenta. Megawati apenas alcanzaba en las últimas encuestas de opinión el 12% en intención de voto.

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Por Susilo apenas nadie daba un duro hace unos meses, pero el ex general ha ido imponiéndose en intención de voto, pese a no tener un programa de Gobierno, porque existe un consenso casi generalizado en estabilizar el país y dar seguridad. El temor a que el terrorismo internacional se implante en Indonesia o a que las tensiones separatistas en Aceh, Papua Occidental y Molucas siembren el caos en el país, inclina a muchos indonesios a votar a un hombre salido del estamento militar, como mejor fórmula para imponer el orden e impulsar el desarrollo económico que ponga fin al desempleo.

La mayoría de los expertos considera que Susilo no será capaz de ganar hoy el 50% más uno de los votos emitidos, lo que obligará a celebrar en septiembre una segunda vuelta. La gran duda es contra quién la disputará: Wiranto, Megawati o Amien Rais. Este último es el candidato islamista, antiguo presidente de la principal organización musulmana de carácter urbano, la Muhammadiyah, que cuenta con unos 28 millones de miembros, que aunque insiste en que es una organización social sin pretensiones políticas "ha aconsejado" a sus miembros el voto por Amien Rais.

Funcionarios electorales transportan urnas en un remoto pueblo de Papúa.
Funcionarios electorales transportan urnas en un remoto pueblo de Papúa.REUTERS

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