Federer rompe los esquemas de Roddick
El suizo gana su segundo título consecutivo en 'La Catedral' y obliga a sus rivales a buscar soluciones más creativas
¿Cómo surge un jugador del calibre de Roger Federer? Es una auténtica incógnita. Cuando él comenzó a jugar, ningún suizo había ganado un torneo del Grand Slam. A lo máximo que habían llegado sus compatriotas era a disputar unas semifinales, el año en que Marc Rosset, que se había colgado el oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, perdió contra Michael Stich en la penúltima ronda de Roland Garros en 1996. Sin embargo, este pequeño país centroeuropeo ha creado un tenista genial, que parece dispuesto a revolucionar el tenis mundial. Tiene sólo 22 años y su palmarés no para de crecer. El año pasado ganó su primer título grande en Wimbledon y después confirmó su progresión en enero al conquistar el Open de Australia. Ayer, Federer disipó todas las dudas, si aún quedaba alguna: volvió a imponerse en la catedral al derrotar en la final al estadounidense Andy Roddick, de 21 años, por 4-6, 7-5, 7-6 (7-3), 6-4 en 2 horas y 30 minutos. ¿Alguien podrá pararle?
Ha disipado todas las dudas. Con tan sólo 22 años, su palmarés no para de crecer
La llegada de Federer al circuito en 1999 no pasó desapercibida, porque había sido proclamado el mejor juvenil del mundo justo un año antes, en 1998. Sin embargo, perdió sus dos primeros partidos en Roland Garros y en Wimbledon. Pocos imaginaban entonces, que aquel chico rebelde, contestón, que no paraba de quejarse y de lanzar la raqueta contra el suelo iba a convertirse en campeón en la catedral. Pero su historia corrió rápido, ¡a toda pastilla! De la mano del técnico sueco Peter Lundgren, pasó de la escuela suiza a ser el mejor del circuito junior -ganó los individuales y los dobles en Wimbledon- y luego a convertirse en una auténtica promesa del ATP Tour. Pero le costaba dar el gran salto. Le faltaba algo. Y eso le llegó cuando consiguió controlar su temperamento y ser dueño de sus propios actos sobre una pista de tenis.
"Había algunos elementos que debía corregir, pero lo esencial estaba ya allí", comenta Lundgren, que dejó de entrenarle el pasado mes de diciembre. "Decidimos que se sacara de la cabeza los videojuegos en los que invertía demasiada energía, y comenzamos a realizar un trabajo físico más intenso, que le proporcionó la fuerza necesaria para desarrollar todo el tenis que llevaba dentro". El propio Federer reconoció entonces su cambio de mentalidad: "No aceptaba mis errores. Pero al fin me encontré a mi mismo. Comprendí que los grandes golpes levantan al público, pero pueden hacerte perder partidos. He dejado de lamentarme".
Aquel cambio ocurrió alrededor de 2002 y constituyó la base que le ha convertido en el gran jugador que ahora es. Pero con todo ese trabajo no se crea un campeón de su calibre. Hace falta algo más. Y eso lo llevaba dentro: el talento. Cuando ahora Federer salta a la pista, el público se levanta. No porque sea un ser especial, ni porque tenga un glamour fuera de lo corriente. Al contrario. Ahora, los periodistas suizos tienen que pedirle que, por favor, sea un poco más expresivo. Lo que lleva a la gente a ver a sus partidos es la genialidad que siempre le acompaña.
En un mundo en el que la fuerza bruta lo está invadiendo todo, encontrar un ser tan sublime, capaz de crear arte con su raqueta, resulta una bendición. "Quería dedicarle el triunfo a mi hermano John, que hoy cumple años", explicó ayer Andy Roddick, tras perder la final. "Pero jugaba ante un gran campeón". Roddick, ganador del Open de Estados Unidos el año pasado, lo intentó todo. "Jugué un buen partido y sigo creyendo en mi mismo. Dejé en la pista todo lo que tenía. Pero no fue suficiente", reconoció. Volvió a romper el récord del torneo con un saque a 234 kilómetros por hora y conectó 11 aces y un total de 41 puntos directos con su servicio. Pero se encontró enfrente a un jugador capaz de restarle, algo que no le había sucedido en todo el torneo.
Hasta ahora el saque le bastaba. Y ayer pudo cambiar el rumbo del partido cuando, con un set para cada uno, llegó a dominar por 4-2 en el tercero, en el momento en que la lluvia obligó a una suspensión de media hora. Pero entonces lo perdió todo, porque la aparición del sol pareció iluminar el juego de Federer. Roddick se fue de la pista con una lección pendiente. Una lección que deberán estudiar todos los grandes pegadores. Con Federer un gran saque y un golpe ganador no basta. Cuando él juega a su mejor nivel, sólo se le puede ganar con estrategia. Y eso puede cambiar la cara de un tenis que, con excepciones como la de ayer en Wimbledon, resulta demasiado aburrido.
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