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Reportaje:TOUR 2004

¿Cómo se mide la cabeza?

Pese a que pueda parecer lo contrario, los ciclistas no son coches, y quien conozca la clave para ganar el Tour que dé un paso adelante

Carlos Arribas

Podemos considerar que los ciclistas son coches. Podemos medirles de abajo a arriba, de arriba abajo. Podemos saber su talla, su peso, podemos conocer, mediante una densitometría, la densidad calcárea de sus huesos; podemos conocer, mediante una ecocardiografía, el tamaño exacto, el grosor, de las paredes de su corazón; con un catéter introducido por la ingle podemos medir el caudal sanguíneo, los litros por segundo que bombea su corazón en todos los momentos de su esfuerzo; con una espirometría sabremos cuántos litros de oxígenos procesan sus pulmones por minuto, su capacidad vital. Su consumo de oxígeno, la cilindrada oficial de su motor, lo conoceremos durante una prueba de esfuerzo mediante la medición del intercambio de gases respirados, sabremos si estamos ante un deportista extraordinario, como aquel Indurain de los míticos 88 mililitros de oxígeno por kilo y por minuto; superordinario, como los Armstrong o Mayo de casi 85, u ordinario, como todos los ciclistas profesionales, rondando los 80. También podemos medir, durante la misma ergometría, que nos ofrecerá además el conocimiento del rendimiento del ciclista con el motor poco o muy revolucionado, con el corazón poco o muy acelerado, el caballaje de su motor, los vatios que es capaz de producir.

Armstrong tiene más centímetros cúbicos y Mayo posee mejor relación peso/potencia
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Podremos, así, llegar a conclusiones varias, a pensar que Armstrong, por ejemplo, tiene un motor con más centímetros cúbicos y que genera más caballos de potencia que Mayo, el vasco que le desafía, y que eso le irá muy bien en las contrarreloj llanas y en el llano en general, donde puede más quien más potencia máxima tenga; pero que Mayo, mucho más delgado, con una carrocería y un chasis mucho más ligeros, posee una mucho mejor relación peso/potencia (vatios/kilo) lo que le concede una extraordinaria ventaja en las etapas de montaña, en las cronoescaladas, en las duras ascensiones, las pruebas en las que el gran enemigo del avance del vehículo es la fuerza de gravedad y no la resistencia del aire.

Como estamos en el Tour podemos enfrentar todo lo que conocemos de todos los ciclistas, que es todo, con todo lo que se puede saber del recorrido de la carrera, que es todo: el tipo de carreteras, buen asfalto, pavés, pavimento rugoso, asfalto viejo, asfalto nuevo, fino; el tipo de terreno medido al centímetro, llano, empinado, ascendente, descendente; los vientos dominantes, la masa vegetal que las envuelve, existente, inexistente, boscosa, cultivada, arbustos, maíz, verde, seca; se puede saber si hará calor, con mucho solo o nublado, o si hará frío. Podremos saber, ya que estamos en el Tour de 2004, que, como comienza en Bélgica y al Tour siempre le gustan los autohomenajes, pues que comenzará con mal tiempo, o al menos medio lluvioso medio primaveral, nada veraniego, y que comenzará por las rutas míticas de las grandes clásicas y que, por tanto, cuidadito los que piensen en la general porque por los simbólicos trozos de pavés estilo Roubaix de la tercera etapa, acompañado de sus trozos de muros flamencos, pueden perder los dientes y la cara si se pegan con la cantidad inmensa de ciclistas grandullones, belgas, alemanes y franceses o españoles como Flecha para quienes el Tour se resume en ese día. Y cuando el Tour entre en calor, llegará la montaña, primero la media montaña agobiante del macizo central, luego la gran montaña de los Pirineos, donde Armstrong espera que Ullrich aún esté justo y que los españoles vayan como locos y que noqueen al gigante germano, y, para terminar, la hipermontaña de los Alpes, donde la cronoescalada de Alpe d´Huez, la mediática cita referencial del evento. Al final, tras las montañas, la contrarreloj de Besançon, la única llana del Tour, la exaltación de las grandes cilindradas, de los hombres fuertes y resistentes, de los grandes.

Y todo eso, esos miles de datos, se puede introducir en un superordenador, se añade un punto volitivo -¿qué queremos hacer en el Tour?, ¿qué queremos hacer con el Tour?, ¿ganar etapas?, ¿ganar montañas?, ¿ganar la general?, -y, ¡ale hop!, saber qué pasará, qué nos pasará, sin siquiera dar una pedalada. ¿O no?

No. Falta un detalle. ¿Cómo se mide la cabeza? ¿Es sólo experiencia? ¿Está genéticamente determinada? ¿Se puede entrenar? Miguel Indurain sólo ganó el Tour después de convencerse en la carretera, de experimentar una revelación, una anunciación mística más o menos, de que el Tour, sus claves, sus carreteras, sus misterios, ya estaba a su alcance. Procedió y ganó cinco. Armstrong experimentó la revelación en la cama del hospital dónde se recuperaba de un cáncer. Mayo confesó ayer que nanay, que nada hasta ahora le ha señalado con el dedo y le ha dicho, mirándole fijamente a los ojos: el Tour está a tu alcance. Lo sufre Mayo, quien ya suda en las ruedas de prensa, quien empieza a sentir calor ante los focos, que ya maldice internamente que su equipo lleve casi una semana de Tour, desde el lunes, desde la folclórica despedida en autobús en el seminario de Derio. La cabeza. ¿Cómo se mide la inteligencia de un ciclista? Más. ¿Cómo se entrena la inteligencia de un ciclista para que su cabeza madure al mismo tiempo que sus piernas, sus músculos, su corazón o sus huesos? ¿Qué hacer para que después de años y años de trabajo paciente, de andar pasito a pasito, de escaloncito de centímetro en escaloncito de centímetro, una súbita ventolera, un cambio de genio, o mal genio, dé al traste con todo?

Quien conozca la clave que dé un paso adelante y levante un dedo. Podrá ganar el Tour per saecula saeculorum.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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