Contra la maldición del sexto
Armstrong desafía al muro infranqueable del ciclismo: ningún corredor, ni Anquetil, ni Merckx, ni Hinault, ni Indurain, logró superar los cinco títulos
Julio de 1995. Ante una pregunta bien concreta en estado de urgencia entre los directores del Tour que acaba de terminar, nadie es capaz de inventar una razón deportiva -prohibidos accidentes y circunstancias aleatorias- por la cual Miguel Indurain no vuelva a ganar el Tour de 1996, su sexto consecutivo.
Ni siquiera el argumento histórico -ningún otro corredor ha ganado seis Tours antes y menos seis consecutivos- vale. Se dice que si Jacques Anquetil, maître Jacques, no lo consiguió fue porque no lo intentó. Julio Jiménez, su compañero en el Ford de Geminiani, recuerda que ni se lo planteó. "Fue el primero que ganaba cinco y no sentía necesidad de ganar seis", dice Jiménez. "Así que se presentó al Tour del 66 sin ilusión, sólo para que no lo ganara Poulidor. Acordó con Geminiani que nuestro compañero Lucien Aimar sería el líder y a mí me tocó trabajar para ello. Anquetil ni acabó el Tour". También se recuerda que a Merckx, que sí que intentó ganar seis, un forofo francés le dio un puñetazo en el hígado subiendo al Puy de Dôme en el Tour de 1975. Pese a ello intentó plantar cara a Bernard Thevenet, y hasta le atacó varias veces antes de sucumbir ante la frescura del francés en la ascensión a Pra Loup. Más coriáceo y revoltoso fue ante la muerte inevitable Bernard Hinault. En su equipo estaba su rival, Greg LeMond, el americano que el año anterior le ayudó en la conquista del quinto. El pago de la ayuda era que en 1986 Hinault se sacrificara por el de California. Así lo pactaron. Pero el orgulloso bretón no se iba a prestar al juego. Atacó a LeMond todo lo que pudo. Ganó etapas. Se vistió de amarillo en Pau tras fugarse con Delgado y sólo capituló al día siguiente, tras también escaparse camino de Superbagnères. Sucumbió al final víctima de sus derroches. Es diferente a los otros ganadores de cinco Tours.
Echavarri: "Cuando tienes a un gran campeón, sabes que llegará un día en que todo se acabe"
El corredor americano dice que no quiere oír hablar de récords ni tampoco de números
Pero Indurain no peca de orgullo. Tampoco nadie le odia.
Abril de 1996. Miguel Indurain, optimista, participa en la fiesta en que se convierten los meses previos al Tour. Se presta a entrevistas, a reportajes, a documentales históricos; se presta, a petición del Diario de Navarra, a posar junto a un seis gigantesco de madera, tamaño natural, 1,88 metros de alto, la altura del ciclista. La fotografía deberá ser el póster que el diario regale a sus lectores el día que el Tour termine.
"Desde la presentación ya me machacaban con la posibilidad del sexto, pero era algo más de los medios que de uno", recuerda Indurain en el Diario de Navarra. "A mí lo del sexto Tour prácticamente me daba igual. Yo sólo pensaba en llegar a tope, correrlo e intentar ganarlo. No era un Tour ni mejor ni peor, era lo mismo que cualquier otro año y me daba igual que me preguntaran más o menos del récord porque a fin de cuentas un récord le da vidilla al deporte".
Día 6 de julio de 1996. Llueve a cántaros en Chambery. No ha dejado de llover sobre el Tour desde el primer día, desde que comenzó el 29 de junio en Holanda, en Hertogenbosch. Los masajistas están hartos. Las secadoras no dan abasto con la ropa de los ciclistas. Los corredores están hasta las narices. Sienten las piernas duras, hinchadas. No sudan. Algunos se pinchan con alfileres para provocarse pequeñas sangrías. Nadie duerme a gusto.
Indurain se siente bien.
En el Fiat Croma con los colores de Banesto, en el asiento del copiloto, a la derecha de Eusebio Unzue, que va al volante, José Miguel Echavarri siente que le invade la tensión del día mientras se dirige del hotel a la salida. La lluvia. La primera gran etapa de montaña. Huele a día importante. "Olía como suele oler siempre en Pau o en Bourg d'Oisans. Olía a sudor nervioso y a expectación", recuerda Echavarri. Los corredores de los equipos se quedan en los autobuses, los artefactos cuya aparición ha transformado en pocos años las zonas de salida. Las ha convertido en plazas duras. Cerradas.
Las noticias que llegan al coche de los directores del Banesto durante la etapa son las esperadas. Como aún no hay pinganillos, los técnicos esperan a que bajen a por agua los corredores para enterarse de las nuevas. Rué llega e informa de que todo bien, de que Indurain está tranquilo y confiado, de que el equipo anda sin problemas. Después, Radio Tour empieza a hacer llegar las noticias habituales. Se sube la Madeleine, el primer gran puerto del Tour, el momento en que siempre se hunde uno de los grandes favoritos. Ese día es Jalabert. La ONCE sigue sin acertar en el Tour. En el siguiente puerto, el interminable Cormet de Roselend, debe abandonar, con la rodilla machacada, el maillot amarillo, Heulot. Lo hace entre lágrimas, que se mezclan con la lluvia. Lluvia que transforma el descenso en una prueba peligrosa. Siguen las desventuras de la ONCE. Sufren caídas Alex Zülle (dos veces) y Johan Bruyneel, quien después será el director de Armstrong.
Indurain está bien, le dicen los suyos a Echavarri.
Camino de Les Arcs, la subida final, la estación alpina en la que por la mañana ha hecho un frío tremendo, y bruma, sale el sol. El pelotón de los importantes se ha quedado reducido a 30. A Indurain le acompaña medio equipo. Eso está muy bien. A su hermano Pruden le dice: "Voy a atacar". Los ecos de su confianza le llegan a Echavarri, a quien la lluvia ha dejado melancólico en el coche. La salida del sol le hace recordar con preocupación la etapa de Aprica del Giro del 94, la nieve y el frío en el Stelvio, subido con chubasquero; el sol en el valle, el calor en la ascensión del Mortirolo. Indurain suda más de la cuenta. Indurain no come. No repone los líquidos perdidos. Indurain sufre una tremenda pájara en el último puerto, cuando Pantani le pone a prueba. Le saca de la ensoñación el grito de Radio Tour. El grito esperado. "Recuerdo a Philipe Bouvet, de Radio Tour, gritando en francés, 'Indurain ataca, Indurain ata... No, no, Indurain se queda, Indurain se queda...", dice Echavarri. "Faltaban 3,5 kilómetros para la llegada. En aquel momento, viéndole ceder, todos se lanzaron al ataque. Estaban Rominger, Olano, Berzin, Riis... Ganó la etapa Leblanc. Y Miguel subió con una dignidad increíble. Sufrió".
Iba muerto de sed y hacía gestos con la mano. Quería sales. Estaba seco. Bombini, director del Gewiss, le dio un bidón de agua, y le multaron; a Indurain, que apenas bebió, le sancionaron con 20s... El desfallecimiento fue el síntoma del final. Indurain no pudo recuperarse. Siguió perdiendo tiempo en todas las etapas de montaña. Ganó el Tour Bjarne Riis.
Marzo de 2004. Indurain encuentra a Armstrong en Murcia. Le pregunta por el sexto Tour. El americano le dice que no quiere ni oír hablar de récords, de números. Quiere ganar el Tour, cuantos más Tours mejor. Sólo contará al final de su carrera cuántos ha ganado.
Julio de 2004. Lieja. Echavarri sigue melancólico. "Cuando tienes entre tus manos a una promesa, al ciclista perfecto, a alguien ideal, tienes derecho a pensar que va a ser un gran campeón. Puede que lo sea; y puede que no. Pero cuando tienes a un gran campeón sabes que impepinablemente llegará un día en que todo se acabe. Y contra eso no se puede luchar. Es así".
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