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Reportaje:

Indonesia vota con desilusión

Seis años después de la caída del dictador Suharto, la enorme corrupción marcará las elecciones del lunes

El país con mayor número de musulmanes -el 85% de los 230 millones de indonesios profesan esa fe- elige el lunes a su presidente. Con esa votación, Indonesia culmina el proceso de seis años iniciado con la caída de Suharto, quien gobernó el país de forma dictatorial durante más de tres décadas. Pero la desilusión con una democracia que no ha acabado con la corrupción apunta a que los votantes castigarán a la actual jefa de Estado, Megawati Sukarnoputri.

"Con ella los indonesios se han reafirmado en su convicción de que los burócratas son corruptos e ineficientes y ahora buscan una dirección salida de las Fuerzas Armadas", afirma Dennis Heffernan, que dirige una consultoría cercana al ex general Susilo Bambang Yudhoyono, quien, según las últimas encuestas, encabeza la carrera electoral. Ministro de Seguridad de Megawati hasta su dimisión en marzo, Yudhoyono carece del respaldo de un gran partido, pero su imagen de hombre fuerte y limpio conecta con las aspiraciones de buena parte de la población urbana indonesia.

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Las elecciones legislativas del 5 de abril supusieron un revés para Megawati, hija del general Sukarno, el padre de la independencia y el líder más carismático de Indonesia. Su Partido Democrático Indonesio para la Lucha (PDI-P) quedó segundo, con el 18,5% de los votos, frente al 33,7% obtenido en 1999, cuando se celebraron las primeras elecciones generales democráticas y Megawati gozaba de una enorme popularidad. Entonces, y pese a encabezar el partido más votado, sólo llegó a la presidencia en 2001 tras el proceso contra su predecesor, Abdurrahman Wahid.

Ama de casa hasta 1987, Megawati se convirtió a mediados de los noventa en el símbolo de la oposición a la dictadura, en parte por los intentos de Suharto de acabar con su liderazgo en el Partido Democrático Indonesio antes de la escisión.

El terrorismo no forma parte del debate, pero todos los consultados sostienen que el atentado del 12 de octubre de 2002 en Bali, que causó 202 muertos, despertó a los indonesios a una realidad que desconocían: la violencia de algunos de los grupúsculos islámicos que se mueven en el interior de su sociedad. La explosión, nueve meses más tarde, de una bomba en el hotel Marriot de Yakarta, que dejó 20 muertos, corroboró lo peor de aquel despertar. Ahora, muchos indonesios temen que otro liderazgo débil, unido a la presión de EE UU, dé alas al extremismo islámico.

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De ahí la buena acogida que tuvo la designación del ex general Wiranto como candidato a la presidencia del Golkar, el antiguo partido de Suharto, que logró en las pasadas elecciones alzarse como primera fuerza del Parlamento con 21,6% de los votos, algo menos de lo conseguido en 1999. Wiranto, ex jefe del Ejército, reclamado por la ONU por crímenes contra la humanidad durante la represión desatada en Timor Oriental en 1999, es un populista que se alimenta de la nostalgia de la ley y el orden que crece entre la población rural.

Emparedada entre dos generales, muchos dudan de que Megawati llegue a la segunda vuelta si, como todos dan por seguro, en la primera ningún candidato supera el 50% de los sufragios, y que está prevista para octubre. Mientras, ha aumentado el número de los que apuestan por Amien Rais, el candidato de la Muhammadiya, una organización islámica moderada que tiene su base en la población urbana y cuenta con 28 millones de afiliados. El empuje de Rais, un hombre con fama de honesto, procede de su furiosa campaña contra la corrupción que afecta a todo el estamento burocrático.

"Megawati es un río de palabras vacías e Indonesia no se puede permitir ni un solo minuto más de inacción", dice Sofjan Wanandi, de 63 años, presidente de la Asociación de Empresarios y uno de los hombres más ricos de Indonesia, que da empleo a 15.000 personas. Asegura que la "urgencia de elegir al líder que Indonesia necesita" ha llevado a la comunidad financiera a hacerse activa políticamente, para trazar el camino que el presidente -"esperemos que sea Susilo"- debe tomar para impedir el hundimiento.

El camino, según Wanandi, se resume en dar seguridad a los inversores, lo que exige un sistema legal y luchar contra la corrupción. Además, prosigue, es necesaria una reforma fiscal -"porque el Estado está casi en bancarrota y no se puede estrujar más al empresariado"- y flexibilidad laboral para facilitar el empleo a los 2,5 millones de jóvenes que acuden cada año al mercado laboral y que engrosan una bolsa de paro que afecta a 40 millones de personas.

Wanandi es chino, una minoría que conforma el 5% de la población y controla casi el 70% de la economía nacional. Por el corazón de rascacielos de acero de Yakarta pueden verse fácilmente los Mercedes y BMW negros de cristales tintados en que se desplaza sigilosamente la élite financiera china. Esta etnia, de extensos lazos familiares, ha sido, desde la independencia del país, en 1949, el principal freno a las ansias de los fundamentalistas islámicos de imponer la sharía en la Constitución. Los chinos, sin embargo, no gozan de simpatías entre la mayoría. El golpe de Estado contra Sukarno (1965) supuso la matanza y la quema de cientos de miles de comunistas, muchos de ellos chinos, y las revueltas de 1998 llevaron de nuevo al exilio a miles, temerosos de volver a ser pasto de la ira de las masas. Cuando las aguas se calmaron, casi todos volvieron.

El candidato Amien Rais se fotografía con un niño durante un mitin en Yakarta.
El candidato Amien Rais se fotografía con un niño durante un mitin en Yakarta.REUTERS

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