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Reportaje:

El espíritu del desierto

Tras 30 años sobreviviendo como refugiados, los saharauis se aprestan para la paz sin olvidarse de la guerra

Son las seis y media de la mañana. Amanece en los campos de refugiados saharauis de Tinduf, en el suroeste de Argelia. Meimuna lleva ya más de media hora levantada. Pacientemente, ha preparado el desayuno para seis personas, sus cinco hijos y su marido. Hoy no hay leche; se acabó hace ya varios días y hay que esperar al mes próximo. Un poco de pasta de harina y algo de mantequilla y mermelada servirán. Para las siete y media, la casa se ha quedado vacía. Los niños en el colegio, su marido buscándose la vida y Meimuna trabajando en el comité de salud del campamento, que recientemente visitó una delegación del Gobierno vasco, con un grupo de periodistas.

Condenados a un éxodo casi eterno y arrojados al fondo del desierto, a la hamada, uno de los lugares más duros del Sáhara argelino, 170.000 saharauis resisten orgullosos a su cruel destino, aferrados a la conciencia de pertenecer a un pueblo. "Ése es nuestro motor", aseguran.

Una delegación del Gobierno vasco acaba de visitar los campos de Tinduf

Ya son casi 30 años de destierro en su propia tierra, desde que Marruecos, que soñaba con un imperio, invadiese el Sáhara Occidental con la complacencia de España, entonces la potencia colonial, que no se atrevió a defender el referéndum de autodeterminación propuesto por la ONU. Abandonados a su suerte, la mayoría de los saharauis huyeron a Argelia, aunque otros decidieron quedarse en sus casas. Casi 120.000 malviven hoy en los llamados territorios ocupados.

Días antes de que los marroquíes hicieran efectiva la ocupación, el Frente Polisario, el movimiento que encabeza la lucha militar, política y diplomática, declaraba el 27 de febrero de 1976

el nacimiento y la independencia de la República Árabe Saharaui Democrática. Desde la invasión, los saharuis viven en los campamentos exclusivamente de la ayuda exterior y esperando que la comunidad internacional, especialmente España, consiga convencer a Marruecos de que acepte el referéndum y puedan de esa forma recuperar su país.

Mientras llega ese momento, la vida para los saharauis, que se preparan para la paz, pero sin descuidar estar listos para la guerra, discurre bajo el inclemente sol del desierto. El termómetro roza hoy los 50 grados, pero en julio y agosto superará los 60. Meimuna ha terminado su jornada en el comité de salud y, de vuelta a casa, se ocupa de preparar la comida en un pequeño recinto adosado a su chabola de adobe, que sólo cuenta con una habitación donde hacen su vida siete personas. Es una cocina de supervivencia. Sólo puede disponer al mes de cuatro huevos por persona.

Meimuna está hoy contenta. Piensa en su hermana, que en julio podrá ver a su hija Fatma, de 14 años, quien lleva desde los cinco en España con una familia de acogida. La dolorosa separación fue la única manera de que Fatma tuviese alguna oportunidad de superar una grave enfermedad. Su historia se repite como una letanía en los campamentos.

Es el caso de Cheroni, un veterano que combatió 14 años contra Marruecos, quien dejó a su hijo con una familia española cuando tenía nueve años y sufría una anemia severa. Ha pasado un lustro y ni un solo día deja de pensar en él. "Mi familia y mi pueblo son mis dos patrias", dice. Es el espíritu del desierto.

Educación liberadora

"Los saharauis que sepan leer y escribir, que enseñen a los que no saben". Ésa fue una de las primeras consignas que impartió el Frente Polisario al comenzar la guerra contra Marruecos, lo que demuestra la importancia que la educación tiene para este movimiento de independencia. "Sin cultura no somos nada", corrobora Abba Sibahmed, alto cargo del Ministerio de Educación de la República Árabe Saharui Democrática (RASD), quien se vio obligado a abandonar los estudios que realizaba en Canarias cuando tenía 17 años para incorporarse al "frente educativo".

La falta de material pedagógico y de maestros preparados son dos de las principales carencias a las que se enfrenta el sistema creado por el ministerio. En su reciente visita a los campamentos de refugiados, la consejera de Educación, Anjeles Iztueta, suscribió un convenio de cooperación con la RASD para intentar paliar estos problemas. El Gobierno de Vitoria proporcionará asesoramiento para crear un centro pedagógico en los campamentos de refugiados en Argelia, que se encargue de los diseños curriculares de las diferentes asignaturas. De esta forma, los saharauis dispondrán de un programa educativo propio, sin necesidad de seguir el argelino, como hacen en la actualidad.

Además, el Ejecutivo vasco contribuirá a la formación de los maestros. Precisamente, uno de los mayores males del sistema educativo saharaui radica en que debe echar mano de personas que no son maestros para poder dar clase, lo que ha disparado el fracaso escolar. "No tenemos dinero para pagar a los profesores y se tienen que buscar la vida de otra forma", se lamenta Abba Sibahmed.

Pese a que la guerra con Marruecos, que se extendió desde 1976 hasta 1991, año en el que se firmó un acuerdo de paz de incierto futuro, lo invade todo, los maestros tratan de preservar a sus alumnos del odio. Tal vez por ello los motivos bélicos apenas aparecen en los 800 dibujos realizados por niños saharauis de seis a trece años que la consejera de Educación ha traído a Euskadi y con los que el Ejecutivo va a montar varias exposiciones en septiembre. "Hay que salvar el futuro de este pueblo", alienta Iztueta.

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