Los Ancares, tierra de pallozas y urces

Hay zonas en España que por su naturaleza geográfica y climatológica han estado sumergidas en una dura realidad por la que parecía no pasar el tiempo, sometidas al aislamiento y con unas difíciles condiciones de vida para sus pobladores. La comarca de los Ancares cumple estos requisitos, pero sus circunstancias actuales han cambiado mucho gracias a la revitalización que les ha llegado con las actividades que envuelven al turismo rural. Estas sierras norteñas ya no dormitan en el tiempo, aunque a veces lo parezca. A pesar de las retorcidas y angostas carreteras, los accesos a las numerosas aldeas han mejorado. Las pallozas, esas cabañas de reminiscencia prerromana, vinculadas a astures, galaicos y celtas, construidas con paredes de piedra y empinados tejados de teito (paja de centeno), donde en otros tiempos compartían su pequeño espacio personas y animales, se han convertido en verdaderos museos etnográficos. Pero todavía es posible respirar en estas aldeas una de las más tradicionales formas de vida rural.

Dos provincias.

La comarca de los Ancares se encuentra dividida entre las provincias de Lugo y León, separadas por la sierra del mismo nombre. Su lado gallego se estructura entre los valles encajados que forman las cabeceras de los ríos Ser y Cervantes, mientras que la zona leonesa, de mayor extensión, abarca las cuencas altas de los ríos Burbia, Ancares y Cúa, y las sierras del Padrón, Mingatón y de la Corredoira. Por encima de todos estos pardos montes de pizarra destacan los picos Tres Obispos, Peñalonga y Peñarrubia, que reinan entre un paisaje modificado por las prácticas humanas, en el que han desaparecido gran parte de los bosques autóctonos. Aun así, pueden hallarse todavía interesantes manchas de roble albar y abedul, junto con avellanos, castaños, alisos, servales, acebos y tejos. Pero el matorral es el gran dominante de estos espacios serranos, con los brezos o urces, como aquí se denominan, acompañados de tojos, escobas y helechos.

Si las especiales características de este paraje hicieron de él un lugar en cierto modo arrinconado, dado su difícil acceso, también ayudaron a mantener algunas de las especies de la fauna ibérica más simbólicas. Por estos lares todavía sobreviven urogallos, perdices pardillas, lobos y, de vez en cuando, campa algún despistado oso pardo. Además de estos significativos animales, también pueblan estas bravas tierras águilas reales y culebreras, azores, corzos, jabalíes, nutrias y garduñas.

La ruta.

Una de las posibilidades de acceso a los Ancares de Lugo se realiza desde el pueblo leonés de Ambasmestas, emplazado en la senda jacobea. Desde aquí se continúa por la carretera que sube al puerto de O Portelo, donde se descubre una inmejorable panorámica de los Ancares gallegos y del Bierzo leonés. En el camino de subida se puede hacer una visita a Cantexeira, una pequeña aldea perdida a la derecha de la ruta. El municipio de Cervantes, al que pertenecen una serie de pintorescas pedanías sobre las que flota la tradición y una larga hilera de leyendas, será el primer contacto con la singularidad de estas tierras gallegas. Tras una visita a la aldea de Cela, rodeada de cotas que se acercan a los 2.000 metros de altura, surgen A Degrada y Campa da Braña, desde donde se puede acceder por una pista hasta el privilegiado albergue de Ancares. Desde este punto parte una senda que dirige sus pasos hasta el pico Tres Obispos, donde dicen que se reunían los obispos de las tres diócesis limítrofes: Astorga, León y Lugo. El recorrido puede seguir por Vilarello y Donís hasta Piornedo a través del vallejo que forma el arroyo Ortigal; se cuenta que este encajonado lugar estuvo poblado de enormes y viejos castaños con los que la Central Maderera fabricaba escritorios de una sola pieza. Llegados al núcleo de Piornedo, sorprenderá la abundancia de pallozas y su buen estado de conservación, utilizadas la mayoría como almacén, establo o museo. Aquí es donde se mantienen los mejores ejemplos de estas ancestrales construcciones.

Río Ancares.

A partir de aquí, la ruta se interna en la ladera leonesa al encuentro con las aldeas de Suárbol y Balouta, emplazadas en un abierto y luminoso valle donde su arquitectura tradicional de hórreos, pallozas, muínos, lagares, ferrerías y cortines se espacia entre linares y praderas. Tras saltar el cordal de la sierra de la Corredoira, el itinerario desciende por la orilla del río Ancares recreándose en el sabor rural de cada uno de los pueblos. Tejedo de Ancares, Pereda de Ancares, Candín, Sorbeira y Villar de Otero son algunos de los recoletos villorrios por donde se pasa en camino a Vega de Espinareda y Fabero.

La ruta para descubrir el resto de la región se prolonga por los valles de Fornela al norte y por los de Burbia y Villar de Acero al oeste. El primero se interna por la cuenca del río Cúa y la sierra del Padrón hacia el cordal de la loma de Cueros Altos, con interesantes poblaciones como Fresnedelo, Trascastro, Chano y Guimara. El valle de Burbia alberga también localidades de gran interés etnográfico, como Penoselo y Bustarga. Mientras que siguiendo el curso del arroyo Porcarizas se descubren las aldeas de Campo de Agua, Villar de Acero, Porcarizas y Tejeira, pequeñas joyas de la arquitectura rural de los Ancares.