Vistas panorámicas
He necesitado cierto tiempo para escribir este artículo. Durante semanas había rehuido el canto de sirenas homérico que tentaba a los hombres de día para terminar abandonándoles al alba, pero ahora necesitaba liberarme de toda obcecación sofista. Creía en la paz, la sostenibilidad y la diversidad cultural (¿quién puede oponerse a palabras tan sabias?), pero mantenía una actitud de reproche, tanto político como neurológico, hacia los eventos monumentales destinados a comerse el mundo en lugar de zarandearlo un poquito. Y ahora necesitaba oscurecer los interrogantes y consolarme un poco con las certezas. Decidí hacer turismo por el Fórum.
Tras la visita, a pie y con ayuda del trenecito; sorteando calores, riadas de jubilados y grupos de estudiantes con créditos incorporados en las sobaqueras; recorriendo recintos, puentes y pasarelas, debo consignar una lista de afectos. Me gusta la inmensa plaza (la prefiero vacía sin jaima ni tenderetes, aunque tenga que compararla con la de Tiananmen). Me impresionan tanto el edificio Forum de Herzog y De Meuron como el Centro de Convenciones de Mateo; creo un acierto el paseo de la Diagonal hasta el mar y los hoteles (con mención especial para el hotel Princess de Óscar Tusquets) y oficinas de alrededor, y en el momento de elegir entre plataformas medioambientales, prefiero la depuradora de aguas residuales a los centros comerciales clónicos. No sé si todo eso es un paradigma de la Barcelona del futuro, ni si será aprovechado para relanzar la ciudad como melting pot internacional, pero la escenografía y el urbanismo producen texto y las fomas alimentan el ojo en estado salvaje.
Aplaudo algunas exposiciones -Veus, Cantonades, Els guerrers de Xi'an- por su condición generosa y me parece atractivo el formato de muchos diálogos, sobre todo si no aparecen Gorbachov (a este hombre le ha dado ahora por hablar del agua) ni Saramago levantando el índice como en ese póster de juzgado de guardia que todavía pende -junto con las estrambóticas manos sobre un fondo degradé que clama al cielo con los ojos cerrados- por muros y farolas de la ciudad. En fin, me enrollan algunas de las propuestas teatrales y musicales del Festival de las Artes, aunque sólo fuera porque necesito un Grec anual para alimentar mi espíritu cosmopolita. No es una absolución aparente, al estilo de las que proponía Kafka en El proceso, sino una reflexión suave, amorosa casi, al término de unas visitas al recinto del Fórum sumido en la meditación, amparado en el recogimiento y la contemplación como en esos ejercicios espirituales que tanto le gustaban a Ignacio de Loyola.
Ciertamente no hay muchos motivos para el júbilo. Demasiados errores de orden estratégico -vaivenes organizativos, fallidas presentaciones de programas, crisis entre asesores y dirección, estudio económico deficitario...- pasan factura y difícilmente permiten corregir los rumbos erráticos del festejo a las pocas semanas de su apertura. Es un evento ferial que no se propone como un mapa intensivo en el que se puedan debatir a fondo los contenidos, sino extensivo. El Fórum, como el País de las Maravillas adonde llega la Alicia de Carroll, está formado por superficies. Por más que se descienda, uno se instala entre superficies, en este caso de cemento y no ajardinadas. No hay ningún pozo donde hundirse, lo cual me parece bien porque para reflexionar sobre el mundo es necesario hacerlo desde las superficies. La superficie es como el brillo de los aconteci-mientos puros, decía Deleuze. Aun así, uno hubiera preferido cierta disfuncionalidad en los recintos para que pudieran pasar más cosas que el mero tránsito horizontal de flaneurs. Es difícil evitar la forma expo que desde un principio los responsables del Fórum han vendido como dictamen más próximo a Port Aventura que a los retos de un ágora cultural de nuevo cuño. Y desde luego, ni por el fórum se pueden contar las visitas millonarias, base de todas las expectativas municipales para deslumbrarse ante el espejo.
El apaleamiento incondicional parece formar parte del paisaje del Fórum. A las críticas de los movimientos alternativos y los núcleos ciudadanos resistenciales se han sumado los sectores culturales, que son a la postre los que terminan calando entre la ciudadanía, a pesar de que de momento se manifiesten por lo bajini. No hay reunión social, presentación cultural o cena de matrimonios donde no se mencionen el Fórum o Caterina Mieras (y el tripartito, de paso), y no precisamente con buenos propósitos. Desde luego, coincido con la crítica a la flojera y desorientación de todos ellos y no acierto a comprender el desdén que las instituciones mantienen hacia los sectores culturales, que al fin y al cabo son los que limpian, fijan, dan esplendor... y votos. Pero en estas horas veraniegas quisiera evitar los contrasentidos, los argumentos pasionales y el complejo catastrófilo que pende sobre el Fórum. Me gustaría que este evento fuera tan potente como para apropiarse de los conflictos que genera dentro de la diversidad cultural y que supiera atender los focos de contestación desde la sostenibilidad, de acuerdo con los lemas de su imagen de marca. Pero es difícil rehabilitar un marco positivo con buenas intenciones y autocrítica diaria. En cualquier caso, a estas alturas del invento parece tan poco excitante un escenario de flotación como uno de fracaso.
Ya sé que esto supone un cambio de óptica, pero no se me puede pedir coherencia rigurosa cuando los mismos organizadores han dado bandazos, pasando de desbordar euforia con el exitoso fin de semana de puertas abiertas a pedir disculpas mirando al mar para escenificar una salud fingida. Frente a los funcionarios que prometen enmiendas y a quienes enarbolan la conciencia cínica de forma discreta en la medida en que está supeditada a situaciones y favores profesionales, prefiero moverme en un movimiento pendular entre contemplación y resaca, fascinación y tedio, discordia y melancolía. Al contrario de Alicia, no me gusta la amargura de las lágrimas y lo único que le pido al Fórum es que cuando llegue septiembre haya plantado más palmeras para que la maliciosa sonrisa del gato de Cheshire pueda flotar entre los turistas.
Domènec Font es decano de Comunicación Audiovisual de la UPF.
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