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Columna
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Alamar

El Mediterráneo, ese mar convertido en basurero, fue alguna vez un espacio comercial. Los pueblos que se bañaban en él y que lo usaban como vía de comunicación intercambiaron mercancías y con ellas costumbres y folklore, eso que ahora se llama cultura. Hoy, en la era de la globalización, no sé si puede hablarse del Mediterráneo en los mismos términos. Cuando es posible encontrar jamón serrano en una granja de Ohio, cuando Londres está tan cerca de Almería como Madrid, el Mediterráneo no puede seguir siendo aquel espacio común, sino más bien una imagen idealizada del pasado, como los trajes regionales. Esta era más o menos mi postura -muy escéptica a la existencia hoy de aquel Mediterráneo- hasta que en cierta ocasión, sentado en una terraza de Beirut, el camarero al que había pedido una cerveza me sirvió la misma tapa que me ponen en Casa Puga, la célebre taberna de Almería.

El martes pasado terminó el quinto Encuentro de las Culturas Mediterráneas Alamar, organizado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Almería. Alamar nació sin mucho ruido, sin mucha publicidad. Alamar no nació para ser la estrella de una programación cultural. Ese papel le correspondía más bien al festival de cortometrajes Almería en corto, que con su glamour parecía ser un acto más adecuado para atraer al público. Por eso tengo la sensación de que la masiva afluencia de gente a todos los actos ha sorprendido año tras año a los concejales que se han ido encargando de su organización. De hecho, el éxito de Alamar comienza a ser su principal inconveniente: cada vez resulta más difícil hacerse con una invitación para los conciertos que se celebran en lugares con aforo limitado.

Las causas racionales que explican este éxito son varias: los actos son gratuitos, Alamar coincide con la llegada del buen tiempo y los espectáculos tienen lugar al aire libre, hay variedad de actividades (conferencias, exposiciones, proyecciones y conciertos), y los organizadores han sabido aprovechar esos lugares bellísimos, pero infrautilizados, que tiene la ciudad: el Patio de Naranjos, la Alcazaba, el Cuartel de la Misericordia o la Plaza Vieja. Pero más allá de estas razones, el acierto de este Encuentro de las Culturas Mediterráneas radica también en haber encontrado el tipo de acto más adecuado para un lugar como Almería. Por su historia, por su composición social, incluso por sus problemas de convivencia es lógico que un Encuentro como Alamar se celebre en un lugar como Almería. Almería es el lugar idóneo para subrayar, como pretende hacer Alamar, los vínculos que nos unen a quienes solemos mirar como intrusos o extranjeros. Oír a los Gitanos del Nilo, a la tunecina Amina o a la Orquesta Chekara con sus sonidos flamencos tiene una utilidad pedagógica: la de mostrar empíricamente en esta época de identidades nítidas e hipertrofiadas que nosotros somos ellos.

A muchos nos gustaría que Alamar no sólo no desapareciera, sino que fuera creciendo año tras año con la colaboración de todas las administraciones hasta convertirse en la estrella de nuestra programación; que Almería fuera esa ciudad en la que todas las primaveras se celebra el famoso Encuentro Alamar.

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