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Reportaje:Eurocopa 2004 | El gran duelo de cuartos

Memoria del 66

Portugal e Inglaterra se enfrentan hoy bajo el recuerdo inolvidable de lo ocurrido en Wembley hace 38 años

Santiago Segurola

Algunos momentos quedan grabados a fuego en la memoria del fútbol. Otros, que se pudieran creer importantes, pasan casi desapercibidos. España ganó su único gran título en 1964, aquella final frente a la Unión Soviética en el Bernabéu, con Franco en el palco. No ha habido celebraciones, ni documentales, ni la sensación de que el partido significara algo especial para el fútbol español. Como mucho se le tiene por un ejemplo de apropiación política. Dos años después, Inglaterra y Portugal se enfrentaron en Wembley, como hoy lo harán en Lisboa. Era la Copa del Mundo y las consecuencias de lo ocurrido -2-1 para Inglaterra- todavía son evidentes en los dos países.

Los hinchas ingleses pasean por la plaza de Restauradores con la camiseta roja de su selección y el nombre de Hurst en la espalda. Hurst, el delantero centro de Inglaterra en el Mundial 66. Es un nombre recurrente por lo que significa de referencia para un país que, en muchos aspectos, permanece obsesionado con la victoria en aquel Mundial. A Inglaterra le cuesta pasar página sobre aquel éxito. Parecen muchos 40 años para sentirlos tan cerca, como si hubiera necesidad de agarrarse al fantasma del éxito y de los jugadores que lo alcanzaron: Bobby Moore, Bobby Charlton, Gordon Banks y, por supuesto, Hurst, del West Ham, autor de tres goles en la final, héroe de por vida en Inglaterra.

Si para los ingleses su Mundial es un eje, para Portugal fue una llamada de atención al mundo
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Quizá porque los fracasos han sido demasiado repetidos, los ingleses sienten garantizada su autoridad en el fútbol en el Mundial 66. Muchas veces caen en la parodia. Todos los países se sienten orgullosos del éxito de sus selecciones en la Copa del Mundo, pero en Brasil, Italia o Alemania no se manifiesta una fijación semejante por la nostalgia. Sólo Argentina manifiesta una relación parecida, pero no con los equipos que ganaron los Mundiales del 78 o 86, sino con Maradona, el mesías que configura con Evita el gran mito popular.

Inglaterra ganó el Mundial 66 con un juego discreto y con el susto en el cuerpo. Se encontró con Portugal en la semifinal, que se disputó en Wembley. Si para los ingleses su Mundial es el eje de la memoria futbolística, para Portugal fue una llamada de atención al mundo. El equipo era sustancialmente una prolongación del gran Benfica que acabó con la hegemonía del Madrid en Europa. Tenía otra característica muy interesante: la selección estaba integrada por jugadores nativos y otros nacidos en las colonias africanas. Uno era el capitán Coluna, caudillo en el campo. Otro, Eusebio. Con ellos, Portugal comenzó a definir el fútbol mestizo que cobraría carta de naturaleza en Francia durante la década de los 70 y que ahora es habitual en el fútbol europeo.

Era un equipo inolvidable, literalmente inolvidable. Portugal le recuerda con veneración. La delantera del Benfica -José Augusto, Coluna, Torres, Eusebio y Simoes- desplegó todo su talento en Inglaterra, donde protagonizaron los mejores partidos del campeonato. Derrotó a Brasil en un encuentro abrupto del que salió lesionado Pelé. Remontó el 0-3 que consiguió Corea del Norte en el primera tiempo para imponerse por 5-3, con Eusebio como un vendaval. Portugal se sintió con derecho a pensar que tenía al mejor jugador del mundo. Era verdad: nadie podía compararse con Eusebio, entonces en la cumbre de su carrera. Tenía 25 años y reunía como ningún otro la potencia, la velocidad, la energía, el olfato goleador, el poderío en el remate y una habilidad quizá no poética, pero eficaz. Si Eusebio hubiera sido inglés, no habría mito comparable, no desde luego Best, ni Charlton, ni Moore. Era portugués, en una Portugal bajo la dictadura de Salazar, un país definitivamente orillado. Pero Eusebio era patrimonio del pueblo. Cuando Inglaterra derrotó a los portugueses en la semifinal, Eusebio se retiró llorando del campo. Le designaron mejor jugador del torneo, del mundo, aunque su equipo no ganó el torneo. Portugal se sintió felizmente identificada con él y con un equipo que jamás ha sido superado en el corazón de la gente. Los reportajes, los documentales, los homenajes se suceden. Nadie olvida 1966 en Portugal. Tampoco en Inglaterra. Hoy saldrán del túnel del tiempo para enfrentarse con la realidad. Un partido les espera en Lisboa.

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