Válvula de escape
Pasado el efecto balsámico que sobre la política general, y la vasca en concreto, tuvo el relevo en el Gobierno de Madrid, volvemos por donde solíamos. Se reproducen todos esos tics de los políticos que han hecho que la ciudadanía haya abandonado mayoritariamente el ámbito de lo público para refugiarse en lo privado. Señalarlo no es un acto de masoquismo, como pudiera parecer, sino más bien de ingenuidad. De ingenuidad porque todo seguirá lo mismo. Seguirán como si ése fuera su negocio, su finca, su profesión, su carrera. Seguirán sin percatarse de que nos representan; sólo, y nada menos que eso. Sin embargo, nos toca tirar adelante con nuestra ingenuidad a cuestas. Es el papel que se nos ha asignado, y lo cumplimos mal que bien.
Por ir con cierto orden cronológico, ¿cómo puede Pascual Maragall, ahora en sus tareas de president, ser tan desconsiderado con la mitad de la ciudadanía de este país (no se sabe con cuál de ellas)? Esas declaraciones en las que dice que el plan Ibarretxe convergerá con la propuesta catalana resultan radicalmente fenicias (en su acepción valle-inclanesca, que no en la sabiniana). O nos menosprecia a la mitad que estimamos que es un disparate, o está riéndose en las barbas del lehendakari diciéndole en su propia casa, sin que el anfitrión se entere, que no le toma muy en serio. ¿Cinismo? No lo sé. Lo cierto es que han tenido que salirle al paso. ¿Qué hemos hecho los vascos a la crème de la catalanidad, a las buenas familias de Barcelona (McDonogh) para que nos miren con semejante conmiseración, interfieran y nos den palmaditas como se da al tonto útil? ¿Qué, para que sepan mejor que nosotros mismos lo que nos conviene? Un cero para Maragall. Pero sigo.
Josu Jon, discreto encanto del manager-man encorbatado, ahora en funciones de apparatchik, nos comunica que mantienen contactos con los facinerosos del país, con Otegi y compañía. Los mismos que tienen las entrañas de soportar el asesinato a sangre fría de un inocente -Miguel Ángel Blanco (1997)- o el secuestro y enterramiento en vida de otro, el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara (1997). Espero que la democracia "vasca, aunque se reivindique que "desaparezca ETA", no se construya contando con esas manos sucias. Como el Ku-Klux-Klan en EE UU, que estén, pero no admitiremos que nos constituyan. Que puedan expresarse, pero no imponernos sus reglas de juego. No, por Dios. Otro cero a Josu Jon.
Cambiando de protagonistas, lleva mucha razón Miren Azkarate, portavoz del Gobierno vasco al expresar su malestar por las iniciativas de Patxi López ante el Gobierno de España. ¿Quién es este señor para representar al país y engrasar el tema del tren de cercanías y transporte de mercancías vasco, llamado Y vasca? ¿Secretario general del PSE? Oh, sí. Es la España de charanga y patronazgo que debió quedar liquidada con la Segunda República. Resulta que ahora quienes se reivindican del progresismo y la izquierda, se dedican a hacer de conseguidores, como un Eduardo Dato cualquiera, o el propio conde de Romanones. Cero, desde luego, para Patxi López. Estos son temas estratégicos que deben resolverse técnica y administrativamente entre las instituciones. López haría bien en dedicarse a su trabajo de líder (uno de ellos) de la oposición en el País Vasco, trabajo que lo tiene bastante descuidado.
Cero, sin más, para Zaplana y Acebes por insinuar, aún hoy, la posible participación de ETA en el 11-M -y no-descartan-otras-posibilidades-; en serio, menudo disparate. Ahí rozamos el esperpento.
En fin, las cosas vuelven a ser lo que eran. Puede que de tanto aguantar, nos hartemos. O puede que simplemente nos baste con sobrevivir. En cuanto a uno, le toca tirar adelante con su ingenuidad; y esperar que en alguna elección de éstas nos tomemos la revancha. Pero nada sucederá, y me temo que sigamos aprisionados en esta olla sin válvula de escape.
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