Viejos lagares
De recorrido por La Rioja, me he detenido en Briones para disfrutar de sus calles, monumentos y de la magnífica panorámica agrícola que se ofrece desde su muralla. Pero, además, en el Palacio Marques de San Nicolás, actual Ayuntamiento y sede de exposiciones, se presenta una atractiva muestra fotográfica de David Moreno Gómez (Logroño, 1948). Fotógrafo apasionado, combina su actividad con el diseño y la digitalización de imágenes. Su trabajo es una recuperación con matices arqueológicos. De esta guisa recobra viejos lagares, antiguas casetas guardaviñas, diferentes tipos de chozos, eremitorios, necrópolis, trujales, ermitas, la piscina probática de Santa María de la Piscina o dólmenes como el de la Carcaja en Peciña. Elementos todos ellos que son tradición e historia de la Sonsierra riojana.
Las imágenes de formato medio, muy formales en su composición, están resueltas en color. Los momentos elegidos para captar paisajes y lugares pone de manifiesto la paciencia del autor para esperar el momento y el día indicado. De la misma forma, se evidencia, como fruto de una larga experiencia profesional, buena pericia en el tratamiento de la luz, que por momentos alcanza un máximo acierto.
Resulta muy llamativa la recuperación del patrimonio popular que se ha realizado. Son muy curiosos los denominados guardaviñas, pequeñas chabolas de piedra, con forma de medio huevo que parece surgir de la tierra, destinadas a guarecer a quienes se encargaban de proteger los viñedos en épocas de cosecha. Es notorio también descubrir los numerosos pequeños lagares, ahora abandonados, empleados en la Edad Media. Los más osados otorgan a estos lagares en medio del campo el calificativo de rupestres, aunque daten del siglo X al XIV. De ellos, quizás por lo rudimentario y sugerentes que resultan, el fotógrafo se ha encargado de ofrecernos una generosa tipología.
Con su cámara ha conseguido definirlos de manera clara y explicita. La mayoría están ubicados sobre bancales de roca que emergen dos o tres metros de altura. Sobre ellos se han tallado huecos con forma redondeada o rectangular de varios centímetros de profundidad donde se pisaba la uva. De allí, a través de un estrecho canal de salida, el zumo se deslizaba hasta un deposito, más profundo que el primer recinto, también tallado en la piedra, de donde se recogían los mostos para su consumo. Un trabajo resuelto al detalle, capaz trasladarnos al lugar donde Ulises y sus hombres, volviendo a Ítaca, pisaron uva hasta embriagar al cíclope Polifemo.
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