El fracaso de la timidez
España, que perdió con Portugal y fue eliminada, sólo se arrancó a jugar cuando la situación fue irreversible
Ya hay nueva fecha y escenario para la traumática historia de la selección española en los grandes torneos. En el estadio Alvalade fue eliminada de la Eurocopa. En la primera ronda, sin esperar a la tradicional decepción de cuartos de final, como si quisiera ahorrarse el trago de toda la vida. Se impuso Portugal sin demasiado juego, pero con la determinación que le faltó a España, que no dejó ninguna seña de identidad en la primera parte. Hubo coraje tras el tanto de Nuno Gomes. También hubo ocasiones, pero también en ese aspecto España se pareció al equipo de otros fracasos. Cuando debió enviar un mensaje de autoridad, no lo hizo. Y lo pagó.
España pagó el precio de su inesperada timidez en un encuentro que exigía dosis masivas de carácter. Sólo arrancó a jugar cuando la situación se hizo irreversible, típico defecto de un equipo que no logra manejar los grandes partidos. Va en su historia, y se evidenció nuevamente. Portugal se adelantó en el segundo tiempo con un tanto de Nuno Gomes y España salió de su atonía por obligación. Reaccionó, tuvo oportunidades, se encontró dos veces con los palos y perdió, según la película de costumbre. Su error se produjo antes, cuando permitió el protagonismo de Portugal, que no está ni bien ni mal. Pero entró al partido con decisión, como no podía ser de otra manera. Lo hizo con tanta energía que España se achicó sin apenas resistencia. Ahí quedó un mensaje que tardó en responderse.
España sacó un equipo para manejar la pelota, pero se encontró en las antípodas de lo que pretendía. Nadie penó más que Xabi Alonso, intrascendente en el primer tiempo. Por ahora, Alonso es un centrocampista parcial. Es magnífico en los partidos que le convienen y desaparece en los inconvenientes. Si es cosa de la juventud o es un defecto estructural se verá en el futuro. En Lisboa no logró dar con la tecla del juego, taponado por los centrocampistas portugueses. Sólo ofreció un trazo de su indiscutible clase en un pase excepcional a Torres en el segundo tiempo, instantes después del gol de Nuno Gomes. Torres remató contra el palo y dejó las cosas como estaban.
La incomodidad de la selección alcanzó momentos alarmantes en la primera fase del encuentro. Portugal se lanzó con mucho estilo a un ataque feroz, encabezado por Cristiano Ronaldo, del que todavía no hay veredicto como jugador. Es rápido, potente y habilidoso, con un punto de barroquismo que ataca a los nervios. En cualquier caso, le dio la tarde a Raúl Bravo, cuyas carencias se manifestaron una por una. Cristiano Ronaldo cargó la suerte por la derecha y pareció extraño que aquello no tuviera consecuencias. No le ayudó Pauleta, por ejemplo. A Pauleta le vino grande la noche, cosa que no ocurrió con Juanito, el mejor de la selección española en el primer tiempo. Poderoso en el juego aéreo y más relajado de lo que podía esperarse en un central sin apenas experiencia internacional, Juanito sostuvo la defensa en los momentos más críticos.
El partido comenzó a cobrar algún equilibrio con dos carreras de Torres, interpretadas como una amenaza por la defensa portuguesa. En esas dos acciones, el joven delantero español manifestó sus mejores cualidades, entre las que no figuran el conocimiento del juego. Torres se olvidó de una regla básica: conviene tocar de primera cuando se recibe la pelota de espaldas a la portería. Se enredó varias veces en su obsesión por dejar la firma en cada jugada. Al equipo le convenía otra cosa, que no era otra que descargar y acudir al área. Porque había caso. Torres se hacía temer con su velocidad. No pudo aprovecharla por sus propios errores.
Con los dos fogonazos de Torres, la selección sacó la cabeza del agujero. No mejoró su juego, o al menos lo que se espera de su fútbol. Nunca administró la pelota, ni resolvió sus problemas ante el sistema defensivo portugués, pero al menos igualó el encuentro. Portugal bajó el pistón y perdió de vista a Cristiano Ronaldo. Deco ofrecía sus habituales detalles, sin ningún alarde. En la izquierda, Figo desbordó con autoridad a Puyol en sus dos primeras intervenciones. Luego encontró más dificultades. Al ataque de Portugal le faltaba contundencia, defecto que resolvió Nuno Gomes cuando sustituyó al inédito Pauleta.
Con un fútbol decididamente menor, España llegó al medio tiempo con cierta sensación de control. El problema es que el equipo estaba llamado al protagonismo, y allí no se veía por ninguna parte. Los extremos, Joaquín y Vicente, no lograron imponerse a los laterales. A Vicente se le apreció la fatiga de los partidos anteriores. A Joaquín le faltó entereza. Avisó con dos incursiones, pero terminó en el anonimato. Nadie daba sensación de sacar al equipo de la mediocridad. Algún apunte en el comienzo del segundo tiempo se interpretó como un cambio de signo en el encuentro. Xabi Alonso distribuyó un poco y el equipo tuvo una pinta más interesante. Antes de que la mejoría pudiera comprobarse, Nuno Gomes dejó a España donde siempre. Se sacó un buen remate que sorprendió a Casillas. La historia de tantas decepciones comenzó a dibujarse. Esta vez en Lisboa. La reacción fue irreprochable, con más coraje que juego, pero suficiente para amenazar la victoria portuguesa. Al tiro al palo de Torres sucedió una deficiente vaselina de Luque en el mano a mano con el portero. Sáez sacó toda la caballería en el arrebato final. Xabi Alonso terminó como libre, Baraja se quedó en el medio, Luque entró como imprevisto extremo derecho y Morientes se añadió a una ofensiva que encontró dos o tres respuestas temibles de Portugal, en medio de la incontenible emoción que procura el fútbol cuando dos equipos se juegan la vida. España se la jugó demasiado tarde y con el resultado que le caracteriza.
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