La otra guerra posible
¿No les parece que los europeos nos gustamos demasiado a nosotros mismos? Y no me refiero a la propaganda electoral del PSOE. Un intelectual de la finura analítica de Vicente Verdú escribía hace poco que, comparada con los actuales pobladores de Estados Unidos, nuestra sociedad europea es admirable. El arrobo por la propia sociedad es siempre un mal signo, es un síntoma de pérdida de la conciencia crítica. Aunque no me guste la idea, hay algo de sombríamente decadente en la autocomplacencia que nos invade.
Uno de los extremos en que más satisfechos se sienten los europeos comme il faut (los del corazón de Europa al que hemos retornado) es en nuestra postura ante el conflicto de Irak y el hecho evidente de que el tiempo nos ha dado la razón: la guerra desencadenada por Estados Unidos no sólo era inmoral, era además un terrible error que sólo podía llevar al desastre, ese desastre que ahora contemplamos diariamente. Un país devastado por una ocupación torpe, la insurgencia, el terrorismo, las torturas, la lucha violenta por el poder de las facciones rivales, etc. Nosotros los europeos lo sabíamos, lo advertimos en su momento, pero Bush y su cuadrilla de neocons no quisieron escuchar a nadie. Confortados por esta conciencia de tener la razón de nuestro lado, sacudimos la cabeza asqueados ante tanta estupidez criminal.
Nunca sabremos si la postura europea le envió a Sadam una señal fatalmente equivocada
Con cierta timidez ante la unanimidad bienpensante, y también con bastantes reparos intelectuales, planteo sin embargo una duda crítica: ¿basta con tener la razón para no ser responsable del desastre acaecido? Desde luego, tener la razón basta para ser inocente, para sentirse moralmente a salvo de toda culpa. Pero, ¿basta también para considerarse políticamente irresponsable de lo sucedido? En otros términos, ¿no podía Europa haber hecho en su momento algo más útil que simplemente quedarse con la razón? Algo más eficaz para evitar el resultado final que ya entonces augurábamos como negativo tanto desde el punto de vista geopolítico como el humanitario. Pues la responsabilidad del político se mide también por el resultado de sus actos o sus inacciones, no sólo por la pureza de sus intenciones.
¿Y qué podía haber hecho Europa según usted, preguntará el lector? Pues me temo que, precisamente, ceder algo en su razón. Y para explicarlo tengo que retroceder al planteamiento de los hechos tal como realmente se dio hace 18 meses, el que contaba entonces. La opción real, ténganlo en cuenta, nunca fue "guerra sí-guerra no". Los Estados Unidos habían decidido ir a la guerra contra Irak por una mezcla de deseo de prestigio y miedo a perder su hegemonía, y nada les iba a apartar de esa decisión, como los hechos demostraron. La opción real era "guerra de EE UU por su cuenta" o "guerra de la ONU". La primera opción nos ha llevado donde estamos, la otra nos hubiera llevado en su momento a sostener, con todas las matizaciones que se hubieran podido introducir, la política del ultimátum a Sadam por parte del Consejo de Seguridad. Nunca sabremos si tal ultimátum internacional hubiera disuadido a Sadam de seguir sosteniendo el bluff de las armas de destrucción masiva (porque no se olvide que fue él ante todo quien sostuvo esa pantomima). Nunca sabremos si la postura europea le envió una señal fatalmente equivocada.
Pero bien, supongamos que ni con el apoyo europeo al ultimátum se hubiera evitado la guerra, que Sadam hubiera persistido en su obcecación de plantar cara a la potencia hegemónica en el peor momento posible. ¿Qué hacer entonces? Lo escribo con reluctancia, a sabiendas de que me aventuro por la senda del mal que Maquiavelo auguraba de tránsito obligado para el político, pero creo que hubiera sido mejor apoyar a Estados Unidos en el Consejo de Seguridad e ir a la guerra contra Irak bajo cobertura del organismo de cooperación internacional. ¿Mejor la guerra que la paz, preguntará el lector asombrado ante tamaño impudor ético? No, insisto, mejor la guerra colectiva que la guerra de la potencia hegemónica aislada. Mejor la guerra controlada por todos que la guerra de uno sólo. Pero en último término, lo reconozco, defiendo la conveniencia de una acción inmoral. Porque creo que, como escribía Julien Freund, "la realización de nuestros ideales no siempre es un bien para la humanidad" y en este caso el "anhelo infinito de paz" que experimentaba el europeo progresista debía atemperarse con el realismo político so pena de convertirse en puro angelismo ineficaz.
Creo que una guerra bajo control de la ONU no hubiera degenerado en lo que la que efectivamente ha degenerado. Creo que el resultado de echar del poder a un tirano sanguinario era lo suficientemente valioso en sí mismo como para compensar la colaboración con un designio guerrero unilateral e injusto, teniendo en cuenta que el resultado de la no colaboración causaría todavía más daño al multilateralismo incipiente. Creo que, si todos estamos de acuerdo ahora en que la ONU debe tomar las riendas de la situación, quizás hubiera sido más sencillo que las tuviera en sus manos desde el principio, aun a costa de legitimar una guerra preventiva que presentaba tintes de inmoralidad manifiesta.
En absoluto legitimo la política torpe y servil que hizo nuestro Gobierno de entonces. Al contrario, el apoyo entusiasta a Bush del Ejecutivo español fue exactamente lo contrario de la política de acompañamiento crítico y contención que podría, en mi opinión, haber hecho Europa. Pero tampoco puedo considerar correcta la política francesa, centrada en una oposición virtuosa e inmisericorde al hegemonismo estadounidense, que no dejó a éste más salida que el gesto unilateral de prepotencia. Es posible que me equivoque, pero opino que en esta ocasión un multilateralismo pragmático debiera haber optado por ceder ante la potencia hegemónica en lugar de provocar que se rompiera la baraja. Recomponerla va a costar más esfuerzo del que hubiera supuesto aquella cesión. Y más sufrimiento.
José María Ruiz Soroa es abogado.
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