Letonia engrandece el fútbol
Magnífico encuentro del conjunto báltico, al contragolpe, ante una limitadísima Alemania
"¡Latvia, Latvia, Latvia!". Una gran Letonia no sólo plantó cara a Alemania, sino que mereció ganarla. Pero el árbitro estuvo atento al peso histórico de los germanos. En cualquier caso, el cuadro báltico festejó el empate como un gran triunfo. Lo es para un país que no llega a los dos millones y medio de habitantes y sin tradición futbolística: apenas 100 profesionales. Letonia, en fin, confirmó el fútbol eléctrico y fresco que ya había mostrado ante la República Checa. Su velocísimo contragolpe, que torturó a la zaga alemana. Y el incuestionable valor de su joven estrella, Verpakovski, un delantero tan habilidoso que sólo las faltas y la negligencia arbitral consiguieron frenarle. Aun así, los letones se fundieron en un abrazo, formaron un gran círculo y saltaron como si fueran ya los campeones. Alemania, en cambio, tiene motivos para preocuparse. El nivel medio de sus jugadores está por los suelos. Más allá de la clase de Ballack y los apuntes de los jóvenes Kuranyi y Schweinsteiger, nada. No es que abundaran los grandes en los últimos años, pero su sequía parece inédita. De ahí, las broncas y la desesperación de Ballack, sin nadie a su altura.
Verpakovskis demuestra todos sus méritos, y Ballack no tiene quien le secunde
Hay momentos que justifican una Eurocopa. La jugada de Verpakovskis en el minuto 39, por ejemplo. Rodeado de fornidos defensores en el centro del campo, el letón, de 67 kilos, quebró la cintura de Ballack, Hamann y Wörns, más de 240 kilos entre los tres. Logró una salida que parecía imposible y se marchó directo a por Kahn. Como una flecha. Pero llegó agotado al área y su disparo acabó sin fuerza en las manos del portero, que, por cierto, tiene una abuela letona, pero ésa es otra historia. La fama con la que Verpakovskis, de 24 años, llegó al torneo es merecida: es astuto, ingenioso y veloz. Recibe patadas por todos los lados y no se queja nunca. Se fue de Wörns en la primera ocasión en que se encontraron, todo un aviso. Lo resolvió el alemán con un trompazo sin contemplaciones. Verpakovskis es el héroe de su país y con razón. Lo ha llevado con sus goles a esta fase final. Y no se conforma con eso. Sigue haciendo historia. En cada partido. Y no está sólo en este equipo. Le acompaña en los contragolpes un extremo zurdo liviano, pequeño y rapidísimo, un tal Rubins, que puso en fila de a uno a la experimentada defensa germana. Todos tras él. Y, aun así, no le alcanzaban. Tiene 25 años y juega en el Yaroslav, ruso. No por mucho tiempo. La hormiguita letona toreó al elefante alemán durante un buen rato.
La actuación de Alemania fue decepcionante. Sólo a Ballack, con su porte imperial, se le permitiría jugar en algunas de las selecciones del pasado. La de los años 70, por ejemplo. El número 13 se mueve con tanta elegancia y actúa con tanta suficiencia que parece que vaya a abusar del adversario. Tira a gol desde cualquier parte. Siempre bien. Porque puede, claro. Pero está muy solo. Hamann ya se sabe: no da más que para labores industriales. Y Schneider, tirado a la banda derecha, está desaprovechado. Nada que ver con el volante que entusiasmó en el pasado Mundial. Así que Rudi Völler lo retiró en el descanso. Metió al joven Schweinsteiger y éste sí aportó más llegadas al área desde la media punta.
A Kuranyi le salió el alma brasileña al comenzar la segunda parte. Apareció por el extremo derecho y se sacó un regate de cola de vaca convertido en un caño espectacular toda vez que el lateral letón tenía las piernas abiertas. Por entre ellas se coló la pelota. A Kuranyi se le apreciaron buenos detalles, pero es un jugador por hacer. En Bobic, en cambio, todo está por ajustarse. Y no se entiende por qué Völler lo eligió como acompañante de Kuranyi en el ataque. A no ser que lo que tenga en el banquillo sea peor. Que es lo que parece. Entró Klose, otro de los triunfadores del pasado Mundial, y nada cambió. Falló la ocasión más clamorosa del encuentro: a escasos metros de la línea de gol, cabeceó en plancha en dirección al córner.
El partido se desató. Alemania atacó con su tradicional fuerza, pero sin ninguna claridad. Sin laterales, sin extremos, sin delanteros. Y cada contra letona encogió el corazón de la hinchada germana. Cada vez que atrapaba el balón, Verpakovskis emprendía una temible carrera y era un peligro inevitable. O evitable sólo con las faltas de los defensores y el absentismo del árbitro, que miró hacia otro lado.
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