Una prodigiosa obra de arte
La República Checa, primer cuartofinalista, remonta dos goles de desventaja ante una notable Holanda
Esta belleza de partido tuvo el aire de los duelos inolvidables y saca al torneo del pesimismo inicial. En un despliegue colosal de juego, checos y holandeses olvidaron cualquier racanería para lanzarse a la aventura. Holanda recordó de dónde viene, las señas de identidad de un equipo que ha admirado a varias generaciones de aficionados. La República Checa confirmó que dispone de una generación magnífica de jugadores, relacionados en este caso con la distancia. Los checos fueron una referencia esencial en muchas épocas, especialmente con aquella selección de Masopust, finalista en el Mundial de Chile de 1962. A un largo periodo de mediocridad ha sucedido una explosión de talento. Con energía y mucho estilo, los checos se resistieron a la derrota frente a Holanda, que se adelantó con dos tantos que parecían definitivos. No fue así. La victoria llegó después de una brillante ofensiva checa, encabezada por Nedved, líder de un equipo con carácter y recursos.
El encuentro se definió por su electricidad. Nadie puso barreras al fútbol, que se desplegó con una majestad imprevista. Los dos equipos habían decepcionado en el arranque del torneo. Holanda fue superada por una mediocre Alemania. Los checos ganaron con dificultades a Letonia. Parecía que no había sitio ni esperanza para el juego, mediocre durante la primera semana. Quizá porque el calor ha descendido y la necesidad es máxima, el torneo comienza a cobrar altura. El encuentro Italia-Suecia tuvo un aire optimista, pero el Holanda-República Checa fue una obra de arte.
Antes de que Bouma marcara el primer tanto holandés, en el tercer minuto, los checos habían dispuesto de dos oportunidades. Desde el comienzo hasta el último minuto -el partido lo cerró una ocasión de Van der Vaart-, no hubo tregua en un lance con las necesarias dosis de velocidad, clase, dureza y remates. Los goles fueron la consecuencia inevitable de lo que sucedía. Con un 4-3-3 que privilegiaba el juego de los extremos, Holanda dominó el primer tercio del encuentro. O al menos estuvo más oportunista ante el gol, porque los checos también generaban ocasiones en casi todas sus jugadas.
El ingreso de Seedorf y Robben en el equipo titular rindió beneficios inmediatamente. Seedorf parece menos disperso. Robben confirmó que es un extremo magnífico. Es el típico zurdo vibrante, con lo que eso significa. La defensa checa no halló un antídoto. De una conexión de Davids con Robben, que entró como un tiro, nació el segundo tanto de Holanda. Lo marcó Van Nistelrooy sin oposición. La ventaja se interpretó como insalvable. A la puntería holandesa se añadía un juego que remitía a su vieja escuela. El equipo estaba en vena.
Los checos hicieron bien dos cosas: marcaron pronto y tomaron decisiones correctas. Un error de Cocu permitió a Baros recoger la pelota en el campo holandés y tirar un contragolpe letal que concretó el gigantesco Koller. Puede que mida dos metros, pero parece que juega con patines. Es una grúa engañosa. Se mueve con agilidad, no es tonto con la pelota y sabe de fútbol. Un minuto después del gol, el entrenador checo cambió al defensa Gryguera por el centrocampista Smicer, representante de la gloriosa generación que sacó a los checos de la mediocridad para llevarlos a la final de la Eurocopa de Inglaterra 1996. Ocho años después, Smicer, Nedved y Poborsky están rejuvenecidos, con una vitalidad admirable, protagonistas de una sonora victoria.
Nedved fue el héroe, por corta cabeza sobre varios colegas. Desde el medio campo se aventuró una y otra vez en jugadas que la defensa holandesa apenas contenía. Cerraba sus intervenciones con excelentes pases o remates de media distancia. Fue el partido de los remates largos. Los dos porteros prodigaron las estiradas, algunas espectaculares. Tampoco faltaron los tiros al palo, uno por equipo, ni la sensación de que los goles podían llegar en cualquier minuto. Al partido tampoco le podía faltar la típica decisión cuestionable. Dick Advocaat, el técnico holandés, dio material para la polémica con la sustitución de Robben por Bosveldt, un experto medio defensivo que no taponó ninguna hemorragia. La hinchada holandesa recibió con abucheos el cambio. Resulta que a la gente le gustaba lo que veía y no logró entender la decisión de Advocaat. Como le ocurrió a Giovanni Trapattoni el día anterior, el cambió tuvo el resultado contrario. Holanda recibió dos goles y salió derrotada por un equipo que añadió nuevos jugadores a su ataque. El empate se hizo irremediable. Un gol fantástico, por cierto. Nedved arrancó imparable por la izquierda y centró a Koller, que se giró para dejar la pelota con el pecho a Baros, autor de una volea de época.
No hubo desmayo hasta el final. La expulsión del lateral Huitinga fue una pésima señal para Holanda. A sus dificultades para detener a los checos se agregó una inconveniencia decisiva. Los checos no desaprovecharon la ventaja. A dos minutos del final, Heinz hizo honor a la profusión de remates con un tiro seco, raso, dificilísimo de detener. Van der Saar se estiró y lo rechazó. Pero llegó Poborsky, que cedió el gol a Smicer: la belleza culminada, la consagración del fútbol, el éxito de dos equipos, el triunfo de la República Checa, primer cuartofinalista.
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