"Cantaré 'La Traviata' dentro de diez años y quince kilos"
Irrumpe oronda y fresca en un mundo acostumbrado a las pomposidades. Es Mariola Cantarero, de 26 años, "granaína, que en mi caso es como ser una diva que se come las eses", dice, la joven promesa de la lírica española, señalada por muchos como una de las grandes figuras de los próximos años. Acaba de recibir el Premio Futuro, que otorga el Teatro Real a los cantantes promesa. Allí interpreta estos días Ildegonda, partitura recuperada del maestro Arrieta, y la semana que viene cruza hasta La Zarzuela para hacer Doña Francisquita en Madrid durante un mes. Ha triunfado esta temporada en la cuerda floja del belcantismo con Il viaggio a Reims, de Rossini, y Don
Pasquale, de Donizetti. Pero no quiere correr ni salirse de su línea por el momento. Deja las locuras para el futuro: "Cantaré La Traviata dentro de diez años y quince kilos. No puedo hacer Violeta ahora con estas carnes y esta salud en los coloretes", afirma con ese desparpajo gracioso que le hace quedarse con todo el mundo, luciendo el pelo en cola y escote prominente, de rompe y rasga.
"En mi casa no se oía ópera, yo me crié con Antonio Molina y salí muy flamenquera"
"Después de trabajar con Zedda he visto que Rossini no es sólo fuegos artificiales"
Lo de los kilos es porque asegura estar "en el límite". Más con la que está cayendo en el mundo de la ópera, antaño oasis de los artistas entrados en carnes, hoy sometido al dictado de las estéticas giacometistas. Pero Mariola lo afronta con naturalidad: "Me sobran 15, yo lo sé. Pero es tan difícil. Más con esta vida que llevamos, que un día me siento sola, me compro un helado de chocolate y se me quitan las penas", suelta. Aunque hay cosas que le remontan, más a una loca de los trapos como ella: "Hay tiendas en las que no puedo entrar. Y a las de tallas grandes me niego, porque no quiero que me vistan como si tuviera 50 años. Aunque estar así tiene sus ventajas, con lo que me gasto yo en ropa, si entrara en una 44, me quedaría sin un duro".
Pero sí, ella está convencida de que debe bajar, que es de la generación que se ha criado viendo películas de Tom Cruise. "Yo sé que en la ópera lo más importante es la voz, pero también soy consciente de que hay que hacer creíbles los personajes. Yo, además de cantante, aspiro a ser actriz, y como cuando voy al cine, me gusta creerme lo que veo", afirma.
Por el momento no ha tenido problemas. No le han rescindido contratos por la báscula: "Desde que desarrollé estoy a régimen permanente y además, como los papeles que hago ahora son de supermona, con unos pocos kilos me daba por contenta", dice. Le salva además que está especialmente dotada para la interpretación. Que sale a escena y se lo come todo. "Nunca he dado clases de teatro, ni nada, supongo que lo tenía escondío, no sé...". El caso es que vive cada situación con una intensidad que se le atraganta. "Lloro mucho y es un problema, porque se me ponen las flemas de los mocos y... bueno, en escena lo aguanto, pero luego llego al camerino y lo echo too". Encima disfruta provocando la lágrima: "No es que sea sádica, pero me gusta hacer llorar, como en la vida real hago reír bastante a la gente, pues disfruto con la lágrima del público".
Rossini le seduce. "Y Bellini y Donizetti me dan lo que a veces no consigo encontrarle al otro", añade. Aunque, sin duda, don Gioacchino es quien más gloria le ha dado: "Me encuentro muy cómoda en su vocalidad", asegura. Además, bien instruida por Alberto Zedda, el gran experto rossiniano, le ha ido sacando jugo dulce: "Después de trabajar con él he visto que no son sólo fuegos artificiales y que de las cosas más dramáticas puedes sacar coloratura".
Va probando otros aires, poco a poco. Ahora un personaje secundario en Ildegonda, que se estrenó el jueves y se repite hoy, donde forma parte de un reparto que es la selección española del canto joven, con Ana María Sánchez, José Bros, Carlos Álvarez, Stefano Palatchi o Ángel Rodríguez, que dirigidos por Jesús López Cobos han descubierto una partitura joya al público de Madrid. Ella es la nena para el resto, que son jóvenes, pero no tanto, y van más curtidos. "Estoy muy orgullosa de cantar con ellos, me miman y no me gustaría que eso acabara nunca". Aunque sabe que con el éxito llegarán los mordiscos: "Me da pena que un día se acabe porque me siento muy arropada", dice como enroscada en un cuento de hadas en el que no tardará en aparecer el lobo. "Ya, ya", asiente.
Y la semana que viene se incorpora a la Doña
Francisquita, de Amadeo Vives, que se estrenó ayer en el teatro de la Zarzuela, dirigida por José Ramón Encinar en el foso y Emilio Sagi en escena, también con José Bros en el reparto, y que es un título mítico del género español en el que Cantarero entra a lo grande. "Es un papel con el que yo me siento identificada plenamente. Seductora, joven, fresca, natural, jovial, buena chica", dice.
Una mujer llena de sueños vitales y al alcance de los dedos, como los suyos, forofa del fútbol, que quiso dedicarse a la música y se puso manos a la obra estudiando piano y cantando en el coro de su colegio, donde rápidamente destacó, y que de no ser por su talento para la ópera hubiese estudiado Derecho o Historia del Arte, no lo tiene muy claro. "En mi casa no se oía este tipo de música, yo me crié con Antonio Molina y salí muy flamenquera", afirma.
Ahora ha triunfado en Italia, donde ha cantado en todo el norte y en el Festival Rossini, de Pesaro. En navidades debuta en Berlín, en la Ópera Estatal. Su trabajo le cuesta el triunfo: "La mía es dedicación total, siempre tengo algo que estudiar, más ahora, que me proponen papeles nuevos. Y acompañar la música de otros estudios, no me lo planteo. Yo no soy una superintelectual de esas que pueden con todo", afirma.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.