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Problemas de cabeza

Todos dicen que es imposible defender a Totti, y así es. Su problema está en la cabeza, no en los pies. Mientras se multiplicaban las mesas redondas fascinantes y nuevas (tejido térmico de los pantalones, fenomenología de las vejigas, derechos de los patrocinadores y deberes de los patrocinados), ahora el debate se eleva (por decirlo de algún modo) a la cabeza de Totti, con todo lo que contiene: cerebro, boca, glándulas salivares, cara.

De haber estado en el lugar de la Federación, después de tomar nota de la evidencia, yo habría enviado a Totti de vuelta a casa ayer mismo por la tarde, aún antes de conocer el alcance de la descalificación de la UEFA (mínimo tres jornadas). Sin ánimo de acusar a nadie, basta ya con la historia que algunos pretenden entonar del pobre chico al que provocaron. La historia del fútbol está llena de jugadores de talento, incluso superior al de Totti, que han sufrido provocaciones y entradas mucho peores sin que nunca se les pasara por la cabeza escupir a alguien.

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En Guimaraes, el árbitro no vio a Totti en el momento del escupitajo, ni las otras veces en que, según Poulsen, le dedicó atenciones particulares. El árbitro le vio y perdonó cuando entró contra la rodilla de Hendricksen: sólo una tarjeta amarilla por una falta que merecía una roja. En ese partido Totti sufrió cinco faltas y cometió cuatro, una media completamente normal. A menudo le pegan más en Italia. No hay que excluir que Poulsen le dijera algo poco agradable, además de darle codazos y pataditas, pero también en este caso un campeón debe reaccionar como un campeón, quizá burlando al adversario con un túnel, pero no como en una pelea por la prioridad a la hora de aparcar.

Pero en Guimaraes Totti no podía reaccionar como un campeón porque era una sombra, una fotocopia con coleta. El dolor de pies -y de ahí la certeza de que no iba a poder jugar el partido a la altura de sus deseos y de las expectativas de todo el mundo- se le subió a la cabeza. Ésta es la clave de la explicación. No la justificación, porque no hay justificación posible. En el reglamento del fútbol, escupir al adversario a la cara es el peor de los gestos, peor que un codazo, que una entrada en el tobillo y que un puñetazo. Y además, estaría bien decir algo más: un equipo se llama nacional porque representa a una nación; quien lleva esa camiseta debería saberlo y obrar en consecuencia. Lo que significa: saber ganar, saber perder y tener una actitud leal frente a los adversarios y los jueces de la competición. Parece una retahíla moralizadora, pero es la base del deporte, y en estos niveles todos deberían tenerla bien presente. Si alguien no lo entiende, que se le conceda el tiempo para entenderlo, y mientras tanto, se puede prescindir de él, aunque se llame Francesco Totti.

Es una lástima decir estas cosas, porque en la última temporada, Totti, además de disputar un excelente campeonato con el Roma, había caído simpático con el libro de chistes, y esta Eurocopa debía ser para él la de la consagración como gran estrella internacional. Ya nunca será así, pero sólo por culpa suya. No sólo pone al equipo en apuros, no sólo puede olvidarse del Balón de Oro, sino que se gana la desagradable etiqueta de escupidor. Se necesitarán muchos tiros, muchos goles, muchas paletadas, muchas gestas futbolísticas para borrarlo, y quizá no sea suficiente.

Cuando se está más cerca de los treinta que de los veinte años, hay que aprender a aceptar los fallos como parte del juego, sobre todo cuando los árbitros los pitan. Totti, que también tiene físico, tiende a interpretar el mínimo empujoncito como un gesto de lesa majestad y a veces tiene reacciones exageradas. Lo escribía sin saber que había escupido al contrario: una vez más son las cámaras, primera fuente de ingresos de los jugadores, las que les paran, como ya ocurrió con Rijkaard y con Mijailovich. Ahora le toca al jugador más representativo de la selección italiana, a cuyo alrededor Trappatoni había echado quintales de azúcar, el que debía marcar la diferencia.

El episodio, ya de por sí desagradable, no contribuirá desde luego a calmar los ánimos la víspera del partido decisivo contra Suecia. Que Trappatoni elija bien el sustituto; a mí me basta con que sea uno que no escupa. En cuanto a Totti, una vez recupere la cabeza, lo primero que deber hacer es pedir perdón oficialmente no sólo a Poulsen, sino a todos los que a estas horas, en medio mundo, en la televisión o en Internet, ven una y otra vez su gesto. Si se piensa bien, escupir es como un bumerán: golpea más al que lo lanza. Ahogarse en un vaso de agua, dice un viejo proverbio. Y en un salivazo podemos naufragar. Desgraciadamente, así ha sido.

Gianni Mura es periodista de La Repubblica.

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