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Reportaje:

La medicina del entretenimiento

Las aulas de los hospitales andaluces, que han atendido a 23.700 niños este curso, despiden el año escolar

Si estar hospitalizado ya es tedioso para cualquier persona, para los niños es aún peor. La cama de un hospital hace que ir al colegio sea una bendición, pero ni siquiera una hospitalización libera por completo a los menores de la actividad escolar. Los hospitales andaluces disponen de 28 aulas para atender a los pacientes más pequeños, forzados por su dolencia a suspender su asistencia a clase.

En el curso actual, según datos facilitados por el Servicio Andaluz de Salud, 23.700 niños han pasado por estas unidades escolares, que funcionan en colaboración con la Consejería de Educación, que se encarga de suministrar a los 45 docentes que las gestionan y que se encargan de programar una oferta educativa adaptada a las necesidades de cada enfermo y a su estancia hospitalaria. El fin de curso se festeja estos días en diferentes hospitales andaluces con actos diversos.

El centenar de pequeños ingresados en el hospital sevillano Virgen del Rocío asistieron ayer a actuaciones de títeres y payasos, además de acudir por la tarde al concierto didáctico Con la música atraparte, ofrecido por profesores de educación musical, que gozó de la peculiaridad de sumar a los instrumentos de cuerda, viento y percusión los sonidos producidos por el público con manos, dedos, rodillas y pies y acompañar el ritmo de la famosa Carmen, de Bizet.

En el hospital Reina Sofía de Córdoba, ayer, 33 pequeñajos de 5 y 6 años del colegio Cruz Rueda de Cabra ofrecieron a otros tantos niños hospitalizados su particular fiesta de fin de curso con una representación teatral en el aula hospitalaria del centro sanitario cordobés, dentro de las acciones programadas por la Unidad de Actividades Motivaciones de Niño Hospitalizado del Reina Sofía. Pero era especial. Juan Expósito, maestro del aula hospitalaria, acentuó la importancia porque "en estas fechas muchos se pierden la fiesta de fin de curso con sus amigos de siempre". El aula estaba abarrotada por 30 niños hospitalizados que iban de los 2 a los 16 años, sus familiares, personal del hospital y la precoz y descarada compañía teatral.

Dos de los complacidos espectadores fueron Carmen Rosa, de 9 años, pendiente de una operación, y Bernardo Alcaide, de 10, con los dos brazos escayolados. "Nos ha encantado la obra", corearon. Ambos explicaron que si no fuera por la visita de los payasos y estas actividades se aburrirían mucho. "Además, con esto no puedo hacer nada", señaló Bernardo mostrando sus escayolas.

Los pequeños actores han dado con un público experimentado. Tanto Bernardo, de Montemayor, como Carmen, de Monte Alto, una aldea de La Carlota, ya habían hecho teatro. "Yo representé a San José", explicó Bernardo Alcaide. Los niños echan en falta jugar con los muchos animales que tienen en el campo. Pero ayer no se les borraba la sonrisa gracias a la medicina que difuminó el hospital: el entretenimiento. Una de las principales artífices fue la profesora de del colegio Cruz Rueda de Cabra, María del Carmen Gómez, que ha escrito la obra La ira contaminante, un catálogo de buenas vibraciones contra el mal genio. Junto a su compañera, Lucía Roldán, han sincronizado a un enjambre de chiquillos de 5 y 6 años, algunos de los cuales no paran quietos. Están en la edad. El éxito de la función fue rotundo. Gómez agradeció el apoyo de los padres de los jóvenes actores. Estos recibieron risas y aplausos y devolvieron la gratitud con regalos a su coetáneo público.

Aunque entre bastidores eran niños, cuando los 33 escolares salían a escena parecían profesionales. Ninguno de ellos olvidó una línea de los muchos personajes de la obra. Y algunos mostraron un descaro prometedor. Su profesora ya tiene experiencia. Es el quinto año que lleva una obra al Reina Sofía. Pero ha sudado para dejarlo todo a punto. "Dos meses ensayando a diario y las tres primeras semanas el día entero", explicó Gómez.

Manuel Jesús Romero y José Ruiz, ambos de 6 años, fueron dos de sus actores. Era su segunda función en el Reina Sofía. Entre los juegos del bullicio final de la obra, los dos se mostraron satisfechos por el rato. En el escenario se movieron como peces en el agua.

Manuel Jesús cogió el hilo y no paraba de hablar. Su amigo Enrique estuvo escayolado y Manuel Jesús tenía ayer una idea clara sobre su público, apartado de la cotidianeidad escolar: "Me gustaría que pudieran ir al cole, aquí no pueden jugar ni pasarlo tan bien como en el cole".

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