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LA EUROPA DE LOS VEINTICINCO
Columna
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La Europa tectónica

Cuentan que Chaplin mandó una carta a un periódico que había publicado su necrológica, avisando de que el anuncio de su muerte era prematuro. Igualmente, el fallecimiento más anunciado de las últimas décadas, el del Estado-Nación, sigue haciéndose esperar. E incluso cabría decir que pasa por un buen momento porque lo que, aparentemente, sobran son naciones que reclaman un Estado en exclusiva. Y ese muerto, que goza de tan buena salud, parece la principal explicación de la pobre prestación de las pasadas elecciones europeas, en las que algo más de medio electorado no se dignó votar, porque los comicios que siente de verdad que le afectan son los nacionales, y, en menor medida, también los autonómicos.

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¿Es tan catastrófico que la mitad del votante europeo occidental, y una mayoría del resto del continente, se quede en casa? Como mínimo, es la prueba de que la construcción europea es incomprensible, se explica muy mal, se hace de arriba abajo, no se desarrolla con arreglo a criterios democráticos, etc., etc.; pero es igual de cierto que ésa es la batería de argumentos de todos aquellos que, con cara falsamente compungida, no quieren que llegue a existir nunca una Europa supranacional. Muchos de ellos exigen lo imposible y de inmediato, para que Europa sea también imposible.

Y, así y todo, uno de cada dos ciudadanos del mundo desarrollado europeo, en un glorioso fin de semana soleado de junio, perdieron algunas horas o arruinaron el justo asueto de dos días, para ir a votar. Los presidentes norteamericanos, sin embargo, no se sienten menos investidos de unilateralismo, con un porcentaje de sufragios apenas superior; en la Revolución francesa participó activamente sólo un mínimo segmento de la sociedad, porque lo que importaba era que había una gran mayoría consentidora; a mediados del siglo XVIII, ya podía Voltaire hablar de la existencia de una Europa de valores comunes, cuando, en realidad, se refería sólo a unos millares de ilustrados; y el gran cambio tectónico del Renacimiento fue producto del trabajo de un pelotón de monjes, que nunca fueron, simultáneamente, más allá de unos centenares.

Hasta el hecho de que se haya colado entre el paquete de nuevos europarlamentarios una falange creciente de elegidos cuya misión es la de negar a Europa, como son los representantes del Partido por la Independencia del Reino Unido, subraya que sus enemigos sí creen que esa Europa, a la que tanto temen, sea posible. Y se han apresurado a izar sus banderas, porque no consideran suficiente garantía para la libra, el Parlamento de Westminster, el cenotafio de Whitehall y la estatua de Nelson, que los continentales voten en tan modesta medida. Lo tectónico amenaza.

La UE no está mal porque prefiera sol a voto, sino que lo prefiere porque la construcción europea se enfrenta confusamente a una asechanza que determinará si gana la visión comercial-insular-cooperación multiforme-e invalidez política, o una trayectoria abierta de la que, inevitablemente, se desconoce hoy el punto o los puntos sucesivos de llegada, para construir una entidad política autónoma que se llame Europa. Y hay que reconocer que la ampliación a 25 juega en favor de la primera visión.

Éste es un tiempo, en consecuencia, de recomposición general, en el que los Gobiernos y las sociedades del centro y este del continente ven a la UE como dispensadora de maná económico y certificados de intangibilidad política, y los del oeste chapotean en la división creada por la guerra de Irak. Una Europa agrupada en torno a un punto de vista común sobre la guerra, que no tenía por qué ser exactamente el de Francia y Alemania, aunque menos aún el de una potencia y unos intereses extraeuropeos, podía haber acudido en mayor número a los comicios, como también la desgana del votante tiene que ver con la incómoda perspectiva de una Europa a 25, de la que nadie conoce naturaleza, funcionamiento, o viabilidad.

A la vista de tanto orden disperso, lo lógico era que las líneas de votación clásicas, las del Estado-Nación, pesaran en el recuerdo de un electorado que, por no saber exactamente a qué podía votar, escatimó el sufragio. Europa es una empresa tectónica. Las urnas pueden esperar.

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