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Tribuna:LA POLÍTICA INDUSTRIAL
Tribuna
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¿Hay que temer los efectos de la ampliación de la UE?

En una primera y rápida aproximación a ese interrogante (¿Hay que temer los efectos de la ampliación de la UE?), la respuesta sólo puede ser una: sí, la economía española debe temer la ampliación al Este de la Unión Europea.

Sin embargo, un examen más detallado de las múltiples consecuencias de la intensificación de la integración económica europea y de los contradictorios efectos que el funcionamiento del mercado único ampliado va a tener a largo plazo en las estructuras productivas y comerciales de los socios comunitarios debe llevar a una respuesta más prudente y matizada que apunte la complejidad de los escenarios que hoy podemos vislumbrar en un futuro previsible.

Los comentarios que siguen pretenden contribuir a la reflexión de un lector interesado o accidental de estas líneas sobre los previsibles efectos en la economía española de la ampliación de la UE.

No parece lógico que los Gobiernos estén al albur de las decisiones de las multinacionales
La desespecialización es una condición para el afianzamiento de nuevas ventajas competitivas

Primera reflexión. No necesariamente la mayor presión competitiva y la intensificación de la integración en mercados más amplios suponen, de forma automática, una nueva especialización en productos de mayor interés y complejidad. El ejemplo de los países europeos de mayor potencial y capacidad económica, donde ha sucedido exactamente eso (sus grandes empresas multinacionales han conseguido aumentar su producción total dispersando y fragmentando en varios países la cadena de valor, al mismo tiempo que concentraban dentro de sus fronteras la producción de los bienes de mayor valor añadido, intensidad tecnológica y demanda internacional sostenida), no sirve para países, como España, en los que no se localizan los centros de decisión global de esas grandes multinacionales ni sus departamentos claves de innovación, investigación y desarrollo.

Segunda reflexión. La especialización creciente de los países de la ampliación en algunos sectores económicos que ocupan una posición clave en la economía española conlleva necesariamente la desespecialización de la industria española en las gamas y los productos más intensivos en trabajo barato y materiales primarios, como ha sucedido ya, en mayor o menor cuantía, en los países de la UE de mayor desarrollo.

Esa desespecialización es, en cierta medida, un mal menor inevitable y, también, una condición necesaria para el afianzamiento de nuevas ventajas competitivas en industrias y productos que cuenten con mercados en expansión y en nuevas gamas de bienes y servicios intensivos en capital y conocimiento, que incorporan, por tanto, nuevos y más complejos contenidos tecnológicos.

Esa desespecialización puede ser, simplemente, un retroceso parcial dentro de un movimiento general de consolidación de segmentos de la producción mejor remunerados y de productos más demandados y competitivos, o la estación de llegada de un proceso desindustrializador que se agota en sí mismo, es exclusivamente destructivo y conduce a la marginación creciente de nuestra economía de los procesos de innovación y desarrollo tecnológico que dominan en las economías más avanzadas y competitivas del mundo.

Tercera reflexión. La difuminación y superación de las especializaciones productiva y comercial basadas en la escasez y dotación relativa de factores y recursos han sido objetivos logrados por los países que han conseguido sostener su posición entre las economías más desarrolladas y altas tasas de crecimiento a largo plazo, tras desprenderse paulatinamente de las industrias que utilizan de forma intensiva productos primarios y trabajo barato (textil, cuero, madera, juguetes, siderurgia, material eléctrico...) y de los segmentos productivos de menor complejidad técnica y rentabilidad.

En los países de la ampliación, las nuevas especializaciones que emergen están generando una modernización productiva innegable, por mucho que sea parcial y subordinada a los intereses globales de las redes de producción internacionales de las que dependen, y convergencia real con las estructuras productivas y comerciales de los países menos desarrollados de la UE.

En España, el afianzamiento de la actual especialización, que ya está siendo amenazada por los nuevos competidores del Este, puede ocasionar una divergencia creciente con los socios más desarrollados, en los que alienta un movimiento de superación de las ventajas tradicionales y de afianzamiento de nuevas especializaciones basadas en las ventajas competitivas que generan sus empresas punteras en el mercado mundial en su incansable búsqueda de máximos beneficios y potencial competitivo.

Cuarta reflexión. Aunque las especializaciones más avanzadas, basadas en el principio de la competencia, son un asunto de las grandes multinacionales que pueden rivalizar en los mercados globales y localizar (deslocalizar, segmentar y ensamblar) su producción en los países que minimicen riesgos y costes y en los espacios regionales que les ofrecen máxima rentabilidad y mayores incentivos y garantías para sus inversiones, existe un margen para la política económica nacional, es decir, para el diseño y aplicación de estrategias de carácter comercial, industrial y de investigación coherentes y activas que promuevan los productos y segmentos de la producción claves y más interesantes por su capacidad para generar modernización y desarrollo sostenible.

De poco vale repetir el mantra de más mercado como respuesta única y unidimensional al grave problema de la modernización productiva, cuando el propio funcionamiento de las instituciones mercantiles puede reforzar especializaciones tradicionales difícilmente sostenibles, ya que pierden peso y rentabilidad en la producción y en los intercambios mundiales.

Las reflexiones anteriores nos introducen necesariamente en el decisivo debate de qué políticas económicas pueden debilitar los riesgos y concretar las oportunidades que implica la ampliación de la UE.

Apuntemos en este punto, con la brevedad que exige la extensión del artículo, que no parece lógico que los Gobiernos y autoridades económicas estatales o de las comunidades autónomas, huérfanos de esas estrategias de impulso económico selectivo, estén al albur de las tendencias espontáneas que surgen de los mercados realmente existentes o, peor aún, de las decisiones de las grandes corporaciones multinacionales y los grupos de presión que defienden intereses privados y particulares.

Tampoco parece razonable que las políticas públicas sean exclusivamente reactivas (frente a las decisiones de desinversión de las multinacionales), ya que su ineficacia es manifiesta y se agotan, por lo general, en un inútil y fugaz gesto publicitario. La intervención pública en los problemas relacionados con el bienestar y la protección social son imprescindibles para abordar los costes a corto plazo que implica toda deslocalización, tanto para proteger a los trabajadores y regiones afectados como para minorar la alarma social que provoca dicho proceso, pero son completamente insuficientes para intentar superar una especialización inadecuada que dificulta la modernización y que será causa de nuevos movimientos de deslocalización en un futuro próximo.

Fernando Luengo Escaloñilla es profesor de Economía Aplicada. Universidad Complutense de Madrid. Gabriel Flores Sánchez es economista. Miembro del Consejo de Redacción de Papeles del Este, Universidad Complutense.

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