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El secuestro del G 8

La pacificación del Medio Oriente es una condición necesaria para estabilizar la coyuntura económica y avanzar en la resolución de problemas estructurales de la economía mundial. Pero no es una condición suficiente. Es decir, que aunque se arreglara el conflicto palestino-israelí y tanto Irak como Afganistán se convirtieran en democracias viables (y mucho mejor si Arabia Saudí también entrara por esta vía), todavía quedarían en el mundo graves desequilibrios, a los que los líderes del G 8 debieran dedicar su atención. Porque, con ser muy importante para la economía, el petróleo no lo es todo; y el terrorismo no es una lacra peor -en número de víctimas- que la malaria, la tuberculosis y el SIDA, para no citar otros menores jinetes del Apocalipsis. En esta solemne cumbre anual de los jefes de estado o de gobierno de los países más ricos del mundo, a quienes, por presidir sobre una gran cantidad de recursos materiales y humanos, se les ha asignado la responsabilidad de preocuparse de los problemas económicos y sociales del mundo, se supone que se debe dedicar amplio tiempo a debatir las soluciones de los principales problemas económicos de la sociedad humana. No hay que olvidarse que estas cumbres comenzaron como reuniones para tratar asuntos económicos de interés mundial, de donde salieron acuerdos como el del Hotel Plaza o el de Louvre para estabilizar las paridades de las principales monedas en 1985 y 1987.

En efecto, además del precio del petróleo, cuya alza sin duda puede significar inflación y subidas de los tipos de interés en sociedades ya muy endeudadas, hoy son igualmente preocupantes otros fenómenos que pueden acabar con la recuperación de las economías de Estados Unidos y de la incipiente de Japón. He aquí algunos ejemplos: los "déficits gemelos" de Estados Unidos, que pueden estar expulsando de los mercados financieros a empresas e inversores particulares; la progresiva pauperización de la clase media en los países que han renunciado a los mecanismos tradicionales de redistribución; la falta de crecimiento en Europa que pone en peligro la sostenibilidad del Estado del Bienestar como lo conocemos ahora; la estabilización de la economía de China a unas tasas de crecimiento que no produzcan insoportables desequilibrios en la sociedad; la apertura de los mercados de los países ricos a los productos de los países pobres y la moderación o eliminación de los subsidios a la producción agrícola; el permanente problema de la deuda de los países más pobres de la tierra que no les deja levantar cabeza; las enfermedades que los devoran; y la importante cuestión de los ininterrumpidos daños al medio ambiente.

En vez de hablar y decidir sobre todas estas cosas, la reunión de Sea Island en Georgia ha servido sobre todo para lavar la cara y las manos del presidente Bush con vistas a la próxima elección presidencial. El mensaje ha sido: hemos vuelto al multilateralismo y las Naciones Unidas avalan la permanencia de nuestras tropas en Irak. Hemos recuperado la amistad con nuestros tradicionales aliados Francia y Alemania. Todo no le ha salido a Bush como se pretendía. Ni la OTAN va a aterrizar en Irak, ni los europeos están dispuestos a condonar la deuda de Irak, en una medida que no aplican a países mucho más pobres. A pesar de ello, al finalizar la Cumbre, el presidente de los Estados Unidos ha logrado detener el enorme desgaste político causado por su aventura en Irak. De los problemas del Mundo Pobre poco se ha dicho. En cierto sentido la Cumbre de 2004 ha sido secuestrada por los intereses electorales del presidente Bush.

Luis de Sebastián es catedrático de Economía de ESADE.

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